Cada vez que un fenómeno natural impacta nuestro país se evidencia la imagen desnuda de nuestra desigualdad y pobreza que se oculta detrás de los promedios de crecimiento e ingresos per cápita y hasta en las estadísticas de consumo de alimentos.

Recuerdo que en mi juventud me molestaba cada vez que hablaban del consumo anual de carne en nuestro país. Conociendo la demanda de los míos, pensaba en la gran cantidad de dominicanos que probablemente no habían comido carne en su vida.

En estos momentos en que el crecimiento sin desarrollo humano nos salpica como un lodazal, surgen voces que recuerdan el fenómeno aunque muchos de ellos lo hacen solo en días como estos en que la tragedia humana nos golpea con fuerza.

Pienso que la lucha contra la inequidad no debe tener tregua ni activarse en momentos específicos, incluso cuando le conviene al populismo para regodearse ejerciendo una falsa vocación caritativa.

Otro tema que sale a relucir es la falta de previsión y de recursos para enfrentar esos fenómenos. Y no deja de ser verdad que las instituciones de socorro  trabajan a “mano pelá” y a puro corazón, a veces sobrepasando las expectativas.

Pero en el supuesto de que dispongan de los recursos materiales y humanos necesarios, su capacidad de mitigar los daños se verá reducida debido a las carencias estructurales que nos afectan a diario, tales como las deficiencias del sector eléctrico, el drenaje pluvial, el estado de nuestros canales y presas. Las deficiencias estructurales de nuestras edificaciones, carreteras, puentes. Nuestros barrios llenos de miserias, las viviendas al borde de los ríos y cañadas y la incapacidad para recoger nuestros desechos sólidos. Pero, sobre todo, el fracaso en educar a nuestra población en valores y conducta ciudadana y en el reto, para nuestra sobrevivencia, de preservar el ecosistema, nuestro hábitat.

A eso se suma el clientelismo político y un sistema de producción fundamentado esencialmente en la competitividad espuria, que nos incapacita para invertir en capital social (salud y educación) e innovar para poder competir con eficiencia en una economía globalizada.

De ahí que debemos concluir en lo inmediato que  no sería posible tener un sistema efectivo de prevención y control de desastre sin una reforma política profunda, capaz de fortalecer nuestras instituciones democráticas y una reforma fiscal integral, que garantice estructurar un régimen tributario más justo y menos regresivo, para mejorar el ingreso público con reglas claras y eficiencia en el gasto del Estado.