“Si te atreves a enseñar, no dejes de aprender”. (John Cotton D.).

Somos una sociedad anómica, no en el sentido gregoriano, en tanto ellos expresaban que la anomia, literalmente, es la ausencia de leyes y/o de normas. En nuestro caso por la raíz de la palabra tenemos leyes, no obstante, nos encontramos en una demencial inobservancia de las mismas, sobre todo en los últimos años, en el interregno transcurrido 2000-2020.

Una formación social caracterizada por el concepto de anomia, de su creador Emilio Durkheim, cuando sabiamente nos explicaba que ella ocurre allí donde existe un vacío de normas. Ello da pie a una encrucijada en la que las personas entran en un entramado de conflictos que se dibujan en una debilidad existencial, normativa, cuyo corolario y axioma se refleja en una confusión y yuxtaposición entre la dimensión moral y mental.

Es ahí donde se deriva el comportamiento desviado, donde la delincuencia es la más ostensible y aterradora, que encuentra su espacio entre la contradicción entre los deseos, necesidades y realidades materiales. Robert Merton abundó sobre la anomia ampliando los fines culturales y las normas institucionales. De cómo la sociedad nos visibiliza a través de los medios, lo que puede consumir, lo que existe en el mercado, empero, no nos ofrece las posibilidades, oportunidades de recrear y satisfacer esas necesidades.

La anomia, es pues, al decir de Anthonny Giddens y Philip W. Sutton “Sensación de intensa ansiedad y temor que genera la experiencia de la ausencia de normas sociales, que suele producirse durante periodos de rápido cambio social”. Genera la anomia, el diseño del ambiente de miedo, de pánico, falta de rumbo; en un mundo donde la incertidumbre se instaló para quedarse. La certeza se convirtió en la distopia desgarrante de como adentrarse en un planeta, en una sociedad que no nos representa.

Es como un juego de naipes que se diluye, un ocio del dominó terminado donde colocamos 26 fichas en líneas para desplegarlas, desparramarlas en la mesa, todas juntas. El campo social anómico en que nos encontramos y con ello la violencia, la delincuencia, se deriva en gran medida por una estructura social anquilosada, frisada en el llanto de una sociedad tradicional, cuasi precapitalista, con vestigios de modernidad para solo un 30% de la población.

Es una estructura social altamente estratificada, donde las condiciones materiales de existencia son hondamente diferenciadas de acuerdo a la pirámide social, lo que grafica a su vez que cada estrato, cada clase, tiene dimensiones de vida diferente. En nuestra estructura social el decantamiento, la diferenciación es tan abismal que los que se localizan en el peldaño más alto de la distribución de la renta, de la riqueza, viven como en un país altamente desarrollado de Europa, ubicándose por los ingresos en clase media y media alta, promedio.

El 10% más pobre recibe US$1,708 dólares de ingreso per cápita; en cambio, el 10% más rico recibe US$94,000 dólares de dólares; vale decir, los de arriba están contenido 55 veces con respecto a los que menos tienen.

Es en la estructura social donde descansa significativamente toda la problemática de la desviación social y con ello, de la delincuencia y la violencia. La Sociología criminal, la Sociología de delito, la Sociología de la desviación, tratan de auscultar la realidad el comportamiento desviado, en este caso, del delito como transgresión del crimen punible desde el campo del Estado, de las normas y mecanismos de control social. En el tejido social de la sociedad dominicana, la violencia tiene múltiples componentes que van desde el proceso de socialización, de educación, hasta la falencia de una cultura cívica que permee la tolerancia, la diversidad y la diferencia.

Tenemos una cultura adoctrinada en la violencia. Una violencia que cohabita en sus cuatro dimensiones: Directa, Estructural, Cultural e Institucional. El ejemplo más paradigmático es que el 63% de los niños y niñas sufren de violencia física por los padres y aumenta a un 70% cuando la prole oscila entre 2 y 4 años, según UNICEFF. El 67% de los homicidios son una consecuencia de una inadecuada e inefectiva convivencia social, de cómo interactuamos y nos relacionamos con los demás, con una ausencia del respeto, de la consideración por el otro, donde el lobo predomina devorando a sus semejantes. Tomas Hobbes quedaría superado por John Locke en su gobierno civil, allí donde el individualismo, los intereses, los deseos y necesidades, encuentren limites, control, por algo más que el primitivo que llevamos dentro.

Adolecemos de una cultura cívica, de civilidad, de gestión de conflictos, en la búsqueda de la cooperación y de una sinergia de ganar-ganar para dejar atrás el viejo paradigma de perder-perder. La delincuencia es social, es colectiva y descansa en una estructura económica y social de exclusión, de pobreza, de desigualdad, de discriminación y marginalidad. No podemos seguir regodeándonos con una sociedad que desprecia a los jóvenes, con una sociedad donde el 28% de los más pobres no termina el bachillerato. Allí donde el 21% de las niñas y adolescentes queda embarazadas. Donde solo el 85% de los adolescentes termina la educación primaria. Subrayamos que las dos variables que más inciden en los embarazos en niñas y adolescentes son educación y pobreza. El 49% de las mujeres pobres, entre 20 y 24 años, ya ha tenido hijos. En la clase alta solo un 6% se ve en este drama social. ¡Todo ello nos lo grafica la Encuesta ENHOGAR 2021!

La tasa de homicidios tiene un componente de la delincuencia, del crimen organizado. Desde 1997 la incidencia de la delincuencia y de la criminalidad ha sido atroz, pavorosa, nefasta para el cuerpo social dominicano. Los cientistas sociales tienen más de 20 años hablando y escribiendo alrededor del nefasto fenómeno social. Es una problemática donde habitan múltiples factores sociales. Veamos la tasa de homicidio desde el 1999 hasta el 2021:

Muertes violentas por homicidios en República Dominicana (1999-2021)*:

Año Número de muertes Tasa por cada 100,000 habitantes
1999 1,187 14.39
2000 1,099 13.09
2001 1.065 12.49
2002 1,242 14.51
2003 1,649 18.73
2004 2,260 25.25
2005 2,403 26.40
2006 2,144 23.56
2007 2,111 22.07
2008 2,395 25.14
2009 2,395 24.34
2010 2,472 25.52
2011 2,561 25.61
2012 2,284 22.84
2013 1,969 19.69
2014 1,800 18.1
2015 1,600 16.00
2016 1,580 15.08
2017 1,490 14.9
2018 1,389 13.89
2019 1,300 13.00
2020 1,172 9.2
2021 1,172 11.72

Elaborado por Cándido Mercedes

La tabla no miente. Nos permite ser lo más objetivos y rigurosos posible. Estamos en estos momentos con una tasa de homicidio (11.2) muy inferior al promedio de América Latina y el Caribe, que es de 20.4. Lo que ocurre es que la espectacularidad de algunos hechos delictivos y de violencia y actores involucrados, que por su forma exacerban la percepción, más allá del fenómeno social en sí. La percepción para Stephen Robbins “Es el proceso por el que los individuos organizan e interpretan las impresiones de sus sentidos, con el objeto de asignar significado a su entorno”. Kreitner/Kinicki esbozan que la percepción “Es un proceso mental y cognitivo que nos capacita para interpretar y comprender nuestro entorno”.

Cuando vemos hechos criminales como el del atraco a la bomba de gas, el del motor acribillando a tres personas en un vehículo, vistos en las cámaras, luego, replicados en los medios, la sensación perceptual, más allá del alcance de la delincuencia y de los delitos punibles, se hace descomunal en nuestra imaginación cognitiva, en nuestro cerebro. ¡Hoy todo se recrea a través de las cámaras y las redes!  En el 2021, la percepción según Latinobarómetro con  respecto  a la delincuencia  de era de 48, la tasa  de victimización de 19 y la tasa  de homicidio  de 11.

La seguridad pública es un desafío de Estado, y por ende, de los gobiernos, sin embargo, es de toda la sociedad. Urge un contrato social, un pacto de agenda país. Todos los gobiernos que hemos tenido en los últimos 26 años han fracasado y nos encontramos desde hace 40 años nadando en el mismo pantano, en el mismo laberinto atroz, terrible y vergonzante, en una sociedad que descansa en una economía de servicios, donde el Turismo representa el 10% de los empleos y representa el 8% del PIB

Esto no es un juego de politiquería pensando en el 2024 cuando vemos las estadísticas de ayer y de hoy. Es una urgencia social para subvertir el miedo, el pánico, en una sociedad donde las condiciones materiales son propias del Siglo XX, de sus primeros 50 años, para el mundo moderno. Veamos el cuadro de la Tasa de Victimización:

Tasa de victimización (2005-2021)*:

Año Porcentaje
2005 21%
2006 23%
2007 21%
2008 19%
2009 18%
2010 18%
2011 23%
2012 22%
2013 23%
2014 20%
2015 22%
2016 24%
2017 30%
2018 33%
2019 31%
2020 **
2021 19%

Elaborado por Cándido Mercedes

La tasa de victimización, que es el número de atracos, robos, asaltos, estafas, nos indica cómo gravitan esos jóvenes excluidos (31% sin empleos, 21% SIN SIN) y donde el 80% de ellos, cuando tienen el “privilegio” de trabajar, gana menos, promedio, de RD$15,000.00 pesos mensuales. Alan Kay nos decía con una sabiduría especial “La mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”. Hagamos posible, a través de la esperanza, los signos inexorables de dejar atrás el pasado, lo tradicional y forjarnos el presente en una perspectiva de futuro más halagüeña.

Es difícil regenerar el chip de la clase política; empero, no tenemos de otra como sociedad. Hay que transformarla y que el carro de la historia remonte su espacio.

*Fuentes: ADN: Encuesta del Gobierno de la Seguridad, marzo del 2011 (abarca desde 1999 a 2011), Observatorio de Seguridad del Ministerio del Interior y Latinobarómetro 2021

**2020 pandemia COVID-19