Puede decirse que todas las guerras corren a dos bandas, fría o caliente. Son dos caras del mismo drama humano, que se continúan. En ambas, con mayor o menor intensidad, se cuece la misma tragedia de los sentimientos encontrados, la misma destrucción, la misma muerte.
Mayormente, el frente de cara fría de la guerra se da en las comunidades donde quedan, por donde huyen o llegan las familias y civiles afectados. Desplazados. Gentes, de repente, enfrentadas a una rara realidad, muy agitada; en que principios, actitudes y sentimientos que encarnan individuos (personas) se entrecruzan y, a veces, armonizan.
Son los dilemas desgarradores del bien o el mal. Los caminos del altruismo o el egoísmo humano. Nobleza o vileza. Fidelidad o traición. Empatía o apatía. Solidaridad o indiferencia. Amor u odio. Compasión o insensibilidad. Generosidad o mezquindad. Bondad o maldad. Gratitud o desagradecimiento. Sólo dos caminos, pero diversas expresiones en las guerras frías, como en toda guerra. Y en todas, el mismo drama humano.
Fue el caso del conflicto armado prolongado entre, de un lado: los “Insurgentes” del movimiento independentista; y del otro: las fuerzas “Realistas” formadas por leales a la corona y a la autoridad colonial: La Guerra de Independencia de México (1810 – 1821 d.C.). En que los Insurgentes, liderados inicialmente por el cura Miguel Dolores Hidalgo y Costilla, proclamador del “Grito de Dolores” (1810), enfrentaron al otro bando que defendía el estado de cosas afín los designios de dominación de la corona imperial. Fue una guerra prolongada, intensa y compleja, que se saldó con la proclamación de la independencia.
El drama humano fue patente en el anhelo de libertad y autonomía, y en enormes sacrificios y sufrimientos de la población: pérdida de decenas de miles de vidas humanas (de fuerzas armadas y de civiles), focos de violencia (a veces, generalizada), vejaciones, hambrunas, enfermedades, desplazamientos de comunidades enteras, destrucción de infraestructuras habitacionales, económicas y medios de vida, afectación la estabilidad social y de relaciones familiares, y otros desestabilizadores;
Entre, de un lado: la rama carlista de la Casa de Borbón, al mando de Carlos de Borbón (Carlos V); y del otro: los partidarios de la rama isabelina, representada por Isabel II: Las Guerras Carlistas (1833 – 1876 d.C.). En que, un bando (los carlistas), que consideraba a Carlos V como el legítimo heredero al trono tras la muerte de Fernando VII; y, por demás, opuesto a las reformas liberales que se estaban implementando, se batieron en cruentas batallas con los isabelinos, que consideraban a Isabel II como la legítima heredera; y que, por demás, apoyaban las reformas y los cambios políticos y sociales que se estaban produciendo en España.
El drama humano fue impactante en términos de cuantiosa pérdida de vidas humanas de uno y otro bando; grandes desplazamientos de civiles, obligados a abandonar sus hogares y escapar de los combates y la violencia; y en carencias de servicios básicos como vivienda, alimentación y atención médica. Asimismo: la destrucción, asaltos y saqueos vistos en innumerables ciudades, pueblos y aldeas. En suma, un conflicto prolongado con más penas que glorias, y vano;
Entre, de un lado: los estados del Norte (la “Unión”); y del otro: los estados del Sur (los “Confederados”): La Guerra Civil Estadounidense (1861 – 1865 d.C.). En que los primeros, también llamados los “Estados Unidos de América” (los estados del Norte, más otros del Oeste, leales al gobierno federal: más prósperos, industrializados, y con un ejército fuerte), liderados por Abraham Lincoln, lucharon tras los objetivos de i) preservar la unidad e integridad nacional bajo un gobierno central y fuerte; y ii) abolir la esclavitud.
Enfrentaron en cruentas batallas a los Confederados: una alianza de once estados sureños liderados por el presidente Jefferson Davis, tras el objetivo de preservar el derecho de los estados a mantener la esclavitud, y ejercer su soberanía sobre los asuntos internos.
La de los sureños, era una economía basada fundamentalmente en la agricultura algodonera, altamente dependiente del trabajo esclavo.
El drama humano de este capítulo oscuro de la historia estadounidense fue inmenso, intenso, aterrador. Desgarrador. Con un país sumido en una espiral de violencia y división, que dejó consecuencias sicológicas y emocionales perdurables en la sociedad. Un país fracturado; con amigos, vecinos, familias, padres e hijos y comunidades enfrentados o al borde de la separación.
Asimismo, con decenas de miles de hombres jóvenes de los estados de la Unión, plenos de esperanza y miedo, alistados en el ejército para ir a la realidad de la guerra: a enfrentar la incertidumbre, la brutalidad, la violencia, la muerte. Igual, del lado de los Confederados: jóvenes sureños motivados por el sentido del honor y la lealtad a su tierra, desprendiéndose de sus granjas, sus hogares y sus familias para ir a la línea del frente a pelear y a matar. O a morir. De lado y lado, el insufrible drama humano de la guerra.
Margaret Mitchell (Atlanta, Georgia: 1900 – 1949 d.C.) fue una periodista, redactora y escritora estadounidense, que ganó el Púlitzer (1937) con la única obra que escribió, “Lo que el viento se llevó” (“Gone with de wind”; 1936): un clásico estadounidense, y una de las novelas más populares de la historia de la literatura. En la misma, narra vívidamente el drama humano de la guerra civil; retratando con prosa rica y evocadora la transformación de una joven sureña de clase bien (Scarlett O´Hara) en una mujer recia, de criterio propio, resiliente y decidida, cocida por el caos de la guerra.
Con descripciones detalladas y diálogos impactantes, Mitchell captura las tragedias personales, los conflictos internos y de la lucha por la vida en un momento tan tumultuoso y emblemático; enlazando la historia individual de la protagonista con el ambiente de la guerra civil como telón de fondo; poniendo de relieve la complejidad del ser humano en tiempos de barbaridad; y reflejando con patetismo la banda fría de la guerra librada en el traspatio de los individuos, las familias y de las comunidades afectadas.
“—Scarlett también es cuñada mía” —dijo Melanie, mirando a India a los ojos como si se tratara de una extraña— y más querida para mí que una hermana de sangre pudiera serlo. Si tú olvidas tan fácilmente los favores que me ha hecho, yo no los puedo olvidar. Se quedó conmigo durante el sitio, cuando todo el mundo se había ido, cuando hasta tía Pitty había huido a Macón. Llevó a mi hijito en mi lugar cuando los yanquis estaban casi en Atlanta y arrostró conmigo y con Beau todo aquel espantoso viaje a Tara cuando podía haberme dejado aquí en el hospital expuesta a que los yanquis me capturasen. Me dio de comer, aunque ella pasara hambre y me cuidó, aunque ella estuviera cansada. Como yo estaba enferma y débil, tenía el mejor colchón de Tara. Cuando pude andar, tuve el único par de zapatos que había usable. Tú, India, puedes olvidar todas estas cosas que Scarlett hizo por mí; pero yo no puedo. Y cuando Ashley llegó a casa enfermo, desanimado, sin un hogar, sin un céntimo en el bolsillo, ella lo recibió como una hermana. Y, cuando creímos que tendríamos que marchar al Norte y nos destrozaba el corazón abandonar Georgia, llegó Scarlett y le dio la dirección de las serrerías. Y el capitán Butler salvó la vida a Ashley por pura bondad de corazón. Indudablemente no tenía por qué hacer nada por Ashley. Y yo estoy agradecida, agradecidísima a Scarlett y al capitán Butler” (Mitchell, M.; Lo que el Viento se llevó”, Cap. 51).
Mensajes clave
La guerra fría que no se ve ni es noticia, pero se vive. En el día a día de las personas, familias y comunidades afectadas por la guerra, se libra un frente frío de guerra que trastorna; en el que, predomina un mundo de tensiones sociales y emocionales; el mundo de la inseguridad, la incertidumbre, el miedo. Es un escenario destructivo de todo, la calidad de vida y los medios de vida incluidos. Es la intensidad del drama humano de la guerra.
¡Ah la historia, y sus ´astucias´! Dígase que es, lo que sostenía Georg Wilhelm Friedrich Hegel, el de la Fenomenología del Espíritu: “La historia es astuta”, consignaba en sus reflexiones filosóficas. Parece ser el caso de clases iguales enfrentadas entre sí por divergencias de principios, ideas e intereses; asimismo, y en lo mismo, clases distintas que convergen en un bando al son de principios e intereses propios de su clase. Es lo que pasó en el bando de los Confederados, en la Guerra Civil.
Vino a ser que, una institución desgarradora y deshumanizante: la esclavitud, estuvo en el centro del drama humano de la Guerra Civil, y fue abolida. Las víctimas: los esclavos, que buscaban desesperadamente la libertad y la emancipación, vieron la oportunidad en el caos de una guerra que, en principio les era ajena. Colaboraron con el ejército, y se unieron en lucha por su libertad, su igualdad, su dignidad. Que, en suma, fueron valores que jugaron de poderoso testimonio de resistencia y perseverancia en medio de la adversidad. Fue astucia de la historia.
La complejidad de los dilemas humanos. En las guerras, frías o calientes, hay ideas, principios y sentimientos encontrados; encarnados en seres humanos afectados con los más hondos dilemas morales y emocionales. Son enfrentamientos entre ideales contrapuestos; donde el sufrimiento y el sacrificio quedan sellados como el tributo puesto en el altar, tras un futuro más justo y libre. En que, el dolor ofrecido deja una marca imborrable en la historia de una nación; y queda como un recordatorio de la capacidad humana para sanar y reconciliarse. Para edificar. Para aprender de los errores. Para crear y avanzar hacia un futuro de igualdad, de justicia. Para crear buenos cimientos de la unidad como nación. ¡Bendito sea!