“Si vivimos de recuerdos, estamos atados al pasado y a la vez es finito. Cuando vivimos de nuestra imaginación, estamos atados a lo infinito”. (Stephen Covey).

Decía Goethe “Las cosas que importan más, nunca deben estar a la merced de las cosas que importan menos”. Esa ha sido la falencia constante de los actores políticos en el devenir de nuestra historia política. No logran priorizar en función de las necesidades de la sociedad. Dan a lo sumo más importancia a su agenda personal, particular, cuando la clave está en agendar las prioridades del cuerpo social dominicano. El desafío para gobernar es saber clarificar lo urgente que es importante, y lo importante que no es urgente. Hemos asumido desde la agenda política lo no importante que es urgente y lo no urgente que no es importante.

En el “poco” dominio de la gestión del tiempo, hemos perdido la perspectiva en los últimos 28 años. Hemos perdido la dimensión de la productividad desde la dirección del Estado, en el entendido de hacer más con menos. Es la determinación de la eficacia para una más significativa gobernanza, que traiga consigo mejores políticas públicas y con ello, mejores servicios públicos, de mayor calado de calidad.

¿Qué ha pasado en la arquitectura, las estructuras, órganos y diseños en la construcción del Estado? Veamos:

  • La arquitectura del Estado dominicano no ha obedecido, en gran medida, a la satisfacción de las necesidades de la población, sino del consomé del clientelismo político que ello genera.
  • La visión de que las estructuras y su jerarquía definen la misión y el contenido de los servicios públicos.
  • Mientras más estructuras del Estado más cuota de poder y más posibilidades de generar más empleos.
  • Hoy somos, de los 33 países de la región, el país que ocupa el tercer lugar en la tasa del coeficiente de la densidad pública ocupacional: 736,000 empleados, equivalente a un empleo público por cada 14 habitantes y 11 inscritos en el padrón electoral por un empleado público. El empleo público representa el 32% de los empleos formales y el 15% de los 4,900,000 totales de empleos, en las categorías de formales e informales del mercado laboral.
  • El Estado dominicano no lo constituye solamente el Poder Ejecutivo. La Ley 41-08 de Función Pública consigna en su artículo 4, numeral 1, 2 y 3 lo siguiente: 1. Administración del Estado: Conjunto de órganos y entidades pertenecientes a los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, incluyendo las entidades municipales, así como los órganos constitucionales como la Junta Central Electoral y la Cámara de Cuentas; 2. Administración Pública Central: Núcleo central de la administración del Estado integrado, además, por los órganos del Poder Ejecutivo con programación anual y consignación de fondos que están contenidas en la Ley de Gastos Públicos, cuyos titulares dependen directa y jerárquicamente del Presidente de la República; 3. Administración Pública Descentralizada: Entidades dotadas de autonomía administrativa y financiera, con personalidad jurídica diferente a la del Estado. Estas entidades están adscritas a la Secretaría de Estado afín con sus cometidos institucionales y el titular de la cartera ejerce sobre las mismas una tutela administrativa y un poder de supervigilancia.
  • De 12 provincias que teníamos para el 1908, Trujillo las llevó a 18 y hoy tenemos 31 + 1 Distrito Nacional, 158 Municipios, 235 Distritos Municipales, 1,206 Secciones y 10,021 parajes. ¡Todo ello configura al Estado dominicano!

En nuestro país no tenemos, en la tercera década del Siglo XXI, ni siquiera un Estado en la dimensión weberiano, ni neoweberiano ni neoinstitucionalizado. No hemos pisado los mosaicos de una concepción de tecnócrata y político o tecno-político. A lo sumo, en su inmensa mayoría, políticos y, por lo tanto, no hemos desarrollado la categoría de hombres y mujeres de Estado, y es lo que permite que tengamos tan poca calidad en la gestión pública.

Lo que planteó el lunes 16 de septiembre el ciudadano presidente Luis Abinader, donde decía que fusionarían cinco ministerios, eliminarán 8 instituciones y absorberán 9. En una perspectiva más amplia, en líneas generales y como primer paso, hay que reconocer el valor de la propuesta. No vamos a analizar que deberían ser más. Esa manera de razonar me parece sesgada, muy subjetiva y muy maniqueísta en la sociedad dominicana. Se trata de evaluar, ponderar los hechos, lo planteado, buscar su validez y pertinencia a la luz de un Estado macrocefálico.

El contexto en que se produjo la información no me pareció adecuado, pues para ponderar los planteamientos se requiere más información, más datos. Nos parece que el presidente debe de tener su carta de ruta, su agenda de prioridades e irlas calendarizando de acuerdo a las distintas fases de aprobaciones. Por ejemplo: a) Reforma Constitucional; b) Reforma Fiscal; c) Reforma Laboral, d) Reforma de Seguridad social.

Lo referido el lunes 16 debió segregarlo y esbozar que la mayoría son válidas por decretos, otras, como los Ministerios, se llevarán entre 6 meses a 2 años, pues tienen que ser conocidas y aprobadas por el Congreso. Las reformas, más la necesidad de achicar las estructuras del estado, crean una especie de estrés, caracterizado por la incertidumbre, permeando un proceso inadecuado, además de ruidos y dispersión en los actores políticos y sociales. Se requiere una comunicación más profesional de eventos que gravitarán en el devenir de las realizaciones del Estado y por ende de la sociedad en su conjunto.

La información que tenemos y que realizaron técnicos muy competentes, es que son alrededor de 9 Ministerios que serían fusionados, reestructurados y 70 instituciones. Es una decisión que debió hacerse desde el 2010, con las reformas establecidas desde el 1996 con el apoyo del BID, tales como: Comisión Presidencial para la Reforma del Poder Ejecutivo, Comisión de Reforma y Modernización del Estado, que después se llamaría CONARE, Comisión de Reforma del Sector Salud…

La sociedad dominicana de hoy se encuentra en una verdadera transición que constituye un tránsito difícil, empero, más riesgoso a mediano y largo plazo, de no asumirse los retos y con ello, de encontrar las oportunidades de cara a los próximos 20, 30 años. Hemos llegado a un punto de inflexión, a una gravidez tal que nos puede llevar a una erosión rápida de la estabilidad social y a mediano plazo, comprometer la estabilidad política.

Llegamos a un punto donde los virus de la actitud (del alterado, el no comprometido, ese no es mi problema, no me toca a mí, de la oposición ríspida, ácida, tóxica, columpiada) no tienen cabida. La mayoría de esas reformas son imperiosas, ineluctables. Desde hace más de 15 años los organismos internacionales nos vienen señalando lo invaluable que es llevarlas a cabo en medio de que no tenemos una crisis económica ni una crisis política-social. Cuando las reformas se hacen con proactividad, el concierto de los ganadores es más amplio y las desventajas de los perdedores se pueden neutralizar, mitigar y recompensar.

Las fusiones, eliminaciones, absorciones, tienen que responder a un diseño y nueva arquitectura donde ha de ponderarse la nueva cultura organizacional que hay que construir, implementar, para el proceso de adaptación. Cómo ponderar, a la luz de la nueva realidad, de las nuevas estructuras, cómo viabilizar y entronizar a los nuevos empleados. Cómo crear los nuevos procesos, en construcción desde los diseños del trabajo, que armonicen, imbriquen con la tecnología y la nueva innovación que trae consigo.

¿Cuál será el impacto del talento humano en la vertebración de estos cambios que exprese un comportamiento organizacional que responda a una nueva dinámica de un Estado más ágil, más eficiente, más efectiva, que coadyuve a una gobernanza más plena? Se requiere de expertos en desarrollo organizacional, de especialistas en sociología organizacional y en gestión humana, ingenieros industriales, con énfasis en procesos y diseños.

¿Qué metáforas habrán de asumirse?:

  1. Cambio y transformación.
  2. Dimensiones culturales.
  3. Modelo de contingencia racional.
  4. La metáfora política.
  5. Visualizar los distintos enfoques estratégicos, de acuerdo a la complejidad de cada institución intervenida (reestructuración, fusión, de adquisición, de verticalización, de diversificación, estructura de la organización).

Nadie en su sano juicio niega la necesidad de una reestructuración del Estado, donde hoy tenemos 23 Ministerios cuando en Francia, España y Alemania tienen 15 – 16. Para el 2014 teníamos 4,764 estructuras en el Estado dominicano, una macrocefalia estatal que conduce a una macro estructura sin parangón en relación con el tamaño de nuestro territorio y la población de 10,773,842 según el censo de agosto de 2023. Hay, si se quiere, un síndrome de las estructuras, donde creemos que estas son la razón de ser y no el contenido de las funciones que se hacen para orquestar un buen servicio.

La sociedad dominicana requiere una verdadera articulación de alianzas y donde los distintos actores políticos, sociales, jueguen su rol y hagan sus tareas, entendiendo que la validez de la información permite tomar decisiones certeras. Es alinear a la sociedad en un corpus de transformaciones donde fluya de manera más expedita y con inclusión, en un mejor funcionamiento de la democracia. ¡Urge un contrato social!