Un diccionario reporta dos acepciones de la palabra “espejismo”. La primera lo describe como “una ilusión óptica”, pero la segunda lo tiene como “imagen, representación o realidad engañosa o ilusoria”. Es esa segunda acepción la que aplica ante el tropel de informaciones tóxicas y medias verdades que se están difundiendo sobre los logros recientes de nuestro sector turístico. Debido a las posibles repercusiones –electorales y de política pública– de esa situación conviene despejar esa dañina ventisca de posverdad.

Lo más escandaloso de los últimos meses fue la proyección del gobernador del Banco Central, la institución que produce las estadísticas sectoriales, de que este año el país superará la meta de los 10 millones de turistas. ¡Nada más estrafalariamente falso! El Gobernador sabe de sobra que los cruceristas, técnicamente llamados “excursionistas” por la OMT, no son turistas porque no cumplen con el requisito de permanecer un mínimo de 24 horas y pernoctar en el destino. ¿Qué habría motivado a ese funcionario para, por primera vez, errar tan zalameramente en su apreciación? Nunca podrá alegarse que no sabía la distinción entre turistas y cruceristas.

Cuando en la campaña electoral del 2012 el candidato Danilo Medina fijó la meta de los 10 millones de turistas se preveía que esta se alcanzaría en el 2030. La referencia era, por supuesto, a extranjeros y dominicanos no residentes llegados por la vía aérea. Pero a partir de la declaración del Gobernador el MITUR ha seguido mezclando el agua y el aceite. A pesar de haber declarado anteriormente que el país recibiría este año 7.8 millones de turistas, en su más reciente comparecencia sobre las llegadas el ministro del ramo se declaró confiado en que los 10 millones de “turistas” se alcanzarán este año. El error del gobernador ahora nubla su lúcido razonamiento.

Por otro lado, si bien es cierto que la recuperación de flujo de visitantes ha sido impresionante en los dos últimos años, las estadísticas especificas desmienten la espectacularidad. Por ejemplo, la proporción de cruceristas que no se desmontan del barco es, en promedio, un 34%. Esto sugiere que contar el volumen total como visitantes al país no es correcto. Además, el gasto promedio de los cruceristas durante las 6-8 horas de su visita es de unos US$116 frente a los US$139 de los llegados por aire que se hospedan en hoteles u otros alojamientos.

En cuanto a los visitantes no residentes (“turistas”) llegados por vía aérea, los cuales alcanzaron 7.2 millones en el 2022, el crecimiento del flujo ha superado lo alcanzado en el 2019, un año prepandémico. Pero los datos más recientes indican que el porcentaje de ocupación hotelera fue ligeramente inferior en el 2022 (71.4%) al del 2019 (71.6%). Además, solo un 60% usó hoteles para su alojamiento.

Estos detalles sugieren que en el 2022 el sector turístico todavía no se había recuperado plenamente. Son los datos del 2023 los que dan pie a afirmar tal cosa: el flujo de llegadas por aire en los primeros 5 meses aumentó 16.4% sobre igual periodo del 2022 y la tasa de ocupación hotelera alcanzó, según ASONAHORES, el 77.7% hasta mayo, mientras actualmente está en un –sin precedentes—80%.

 

De cualquier modo, al evaluar la ocupación hotelera es preciso tomar en cuenta que la misma está siendo erosionada por la creciente participación de las plataformas de alquiler de inmuebles. Según el MITUR, el inventario de habitaciones ofertado en esas plataformas es ya 104,437 –aproximadamente un 60% de la oferta habitacional del destino– mientras en hoteles es 83,000. Sin embargo, la gráfica correspondiente muestra que la tasa de ocupación de las plataformas es de apenas un 32%.

Por su lado, se reporta que en el 2019 un 93% de los turistas de vía aérea usaba los hoteles para alojarse, pero para lo que va de este año esa proporción ha bajado a 78%, indicando una tendencia hacia la baja. ¿Está Airbnb comiéndole los caramelos a los hoteles?

 

Cuando de recuperación del turismo se trata sería una falacia afirmar que nuestra recuperación ha sido la única. Lo cierto es que el crecimiento del flujo turístico en 2022 y lo que va del 2023 es parte de una recuperación mundial. La OMT dice: “El turismo internacional avanza a buen ritmo hacia la vuelta a los niveles prepandémicos, ya que durante el primer trimestre de 2023 han viajado el doble de personas que en el mismo período de 2022.” La recuperación nuestra, por tanto, es parte del vuelco de la “demanda contenida” que había generado la pandemia. Si bien nuestra recuperación inició antes que en muchos otros destinos, la recuperación nuestra es parte de la recuperación en la región del Caribe.

El gráfico sobre las llegadas a la región 2021-2022 muestra que la recuperación de la mayoría de los destinos caribeños –en los dos últimos años– fue más espectacular que la nuestra.

Es un lugar común que nuestro inicio se debió a una riesgosa, pero exitosa decisión temprana (de febrero del 2022) del Gabinete de Turismo de eliminar las restricciones a los viajeros y abrir nuestras fronteras. (La decisión salió bien y debemos congratularnos por eso, pero pudo haber salido mal.) De lo que se puede estar seguro es de que la recuperación no es el resultado de los “roadshows” que ha estado haciendo el MITUR. La “demanda contenida” es el protagonista.

Mientras, el vigor de esa “demanda contenida” ha sido tal que el sargazo no le ha hecho mella. Los 70 millones de toneladas del sargazo que han llegado al Caribe este año –de los cuales nuestro país ha recibido un estimado de 4 millones—se han comenzado a disipar sin pena ni gloria. A pesar de lo costoso que le resulta a los hoteles lidiar con el flagelo, esto no ha sido óbice para que se disminuya la ocupación. Nuestro canciller ha calificado el fenómeno como catastrófico y se ha intentado un diálogo regional para buscar soluciones, pero nuestro ministro de Medio Ambiente ha concluido que todavía no hay una solución.

Sin embargo, ya ha quedado probado que hay múltiples usos que se le pueden dar a la macroalga y que estos pueden ser beneficiosos. Así lo prueba la Asociación de Industriales del Sargazo de Yucatán y la Fundación Ecológica Punta Cana. De hecho el Grupo Punta Cana, líder en materia de conservación de los ecosistemas costeros de su región, ha propuesto un fondo público-privado para hacer frente a los desafíos de la macroalga. Como la Fundación Ecológica Cap Cana está tambien imbuida por las tareas de conservación, parece deseable que ambas fundaciones lideren el proyecto que conjuraría la amenaza del sargazo.

 

El hecho de que el MITUR haya optado por donar algunos equipos a Boca Chica y Juan Dolio para la limpieza de sus respectivas playas es una señal de que la unidad propugnada por el Grupo Punta Cana no está cerca. Hasta ahora tampoco ha surgido una propuesta de parte de la Asociación de Hoteles del Este. Y como el gobierno había prometido la mitad de un fondo bipartito para bregar con el flagelo, el obstáculo parecería ser la falta de participación de los entes privados, principalmente los hoteleros. Estos parecen conformarse con las medidas paliativas que, como las barreras marinas para atajar el sargazo y las labores de limpieza de las playas, protegen actualmente sus negocios.

 

La reseña anterior deja claro que los desafíos que enfrenta el MITUR son múltiples y complejos. Por eso sorprende que gaste sus limitados recursos presupuestarios en proyectos como la remodelación del malecón de Santo Domingo Este y la construcción de parques municipales en pequeños y apartados pueblos del país (Bianca, Los Ríos, San José de Ocoa, Santa Cruz de El Seibo, Parque La Caleta, etc.). Parece que el incumbente siente nostalgia por sus años como alcalde municipal. Pero en materia turística esos no son los desafíos prioritarios del primer sector económico de la nación.