Hablar de la especulación como generadora de la actual crisis es errar al blanco. Originada por la escasez, el fenómeno de la especulación es tan viejo como el propio mercado. En la medida en que la oferta de mercancías es abundante, o por lo menos, satisface las necesidades de la demanda solvente, la especulación no tiene razón de ser.

Si en una comunidad cualquiera, digamos con una población de 100 almas, que consumen como promedio diario 50 libras de arroz, a precios constantes y con un abastecimiento también constante, a ningún comerciante de nuestra localidad imaginaria se le ocurriría aumentar el precio de venta a la libra de arroz, puesto que los lugareños sencillamente optarían por no comprarle. Sin embargo, desde el momento en que en lugar de 50 libras de arroz la comunidad recibe, pongamos por ejemplo, 25 libras, por causas que no viene al caso explicar aquí, el comerciante en cuestión estará estimulado a vender la libra de arroz más cara que lo habitual, aprovechándose precisamente de la escasez y de las necesidades de la gente. La escasez, por lo esencial, salvo en periodos de guerra o de calamidades naturales, es provocada por el déficit en la producción. En todos los países, no importa el régimen económico y social que impere, el nivel de la escasez de productos está relacionado con el nivel de la producción.

A menor producción de bienes, mayor escasez; esta es una elemental ley de la economía. En la sociedad dominicana, los orígenes del descenso de la producción datan de la década del 1950. Posteriormente, en la década del 1960, por primera vez en la historia moderna del país, el déficit de la producción agrícola obligó a los gobiernos de entonces a importar alimentos y a partir de ahí, la espiral de las importaciones fue aumentando vertiginosamente. De país autosuficiente en la producción de arroz, habichuelas, grasas comestibles, leche, pasamos a depender del exterior, no obstante que el área de cultivos aumentó a 43 millones de tareas de tierras, según los datos que arroja el último Censo Agropecuario.

Entre 1977 y 1985, las importaciones de bienes de consumo totalizaron más de 1,400 millones de dólares. En el mismo período, la tasa de crecimiento de la producción agrícola fue de apenas 1.7%, es decir, muy inferior a la tasa de crecimiento de la población. El propio Banco Central ofrece datos todavía más tenebrosos: entre los años de 1960 y 1982, la producción de oleaginosas se redujo en un 73%, la de tubérculos, bulbos y raíces en un 40%, la de frutos (incluyendo plátanos y guineos) en un 32%, mientras que la producción per cápita de leguminosas, leche y carne de res se mantuvo virtualmente estancada. Solo el arroz, la avicultura y las hortalizas han experimentado un crecimiento sostenido.

¿Cuáles han sido las causas que han provocado el descenso de la producción agrícola? ¿Cómo pasamos de país autosuficiente a país dependiente en la producción de alimentos?

La respuesta la encontramos en el atrasado sistema de tenencia de la tierra, el sostenido éxodo de campesinos hacia las ciudades y el fracaso de la llamada reforma agraria. Estos tres factores, estrechamente vinculados entre sí, originan la crisis de producción de alimentos que sacude la economía dominicana, y si a esto le agregamos la explosión demográfica, el auge del turismo y el trasiego hacia Haití de una parte de la producción como consecuencia de los altos precios que reinan allí para nuestros productos, resultado de la devaluación del peso, tendremos un cuadro general bastante objetivo de dicha crisis.

La orientación económica de los diversos gobiernos de enfrentar los continuos déficits de la producción agrícola haciendo uso del expediente de las importaciones de alimentos, ha agravado el problema. Hace pocos días, los productores de leche de Monte Plata formularon una grave denuncia: nuestra ganadería de leche está en vías de extinción, y el gobierno actual, en lugar de sostener la producción nacional lechera, se apresta a importar leche en polvo por más de 50 millones de dólares, desincentivando de esta manera el desarrollo independiente de nuestra industria ganadera de leche.

Y así sucede con la mayoría de los productos agrícolas e industriales de consumo. Se prefiere engordar el sector parasitario de los grandes importadores (en el cual se incluye el INESPRE), que apoyar a los productores nacionales. Y se actúa así, aguijoneado por una lógica, al parecer, irrebatible: ¿Para qué invertir en producir aquí un producto que puede ser obtenido a mejor precio y de mejor calidad en el extranjero? Esta es la lógica de los importadores y de sus ideólogos, que naturalmente, no es la lógica de los que sostenemos un desarrollo nacional, basado fundamentalmente en los recursos humanos y materiales de nuestro propio país. El círculo infernal que va de la escasez a la inflación y de la inflación a la especulación, tiene, pues, su raíz en la inexistencia de una producción que satisfaga las necesidades sociales. Pero también este círculo infernal tiene su base social, que son los sectores que estimulan el mantenimiento de este modelo económico desfasado históricamente.

Combatir la especulación por sí misma no conduce a nada. Reforzar las medidas coercitivas contra los comerciantes de nada serviría si a la vez no se vuelcan los cuantiosos recursos con que cuenta actualmente el Estado hacia la producción.

La economía dominicana ha llegado a un callejón sin salida. Solo una voluntad política definida, con los intereses nacionales como norte, sostenida por la mayoría de la población, puede superar la crisis y evitar que se profundice.

Todavía estamos a tiempo.

Publicado en el periódico HOY el 19 de marzo del 1988. ¿Qué ha cambiado de 1988 al 2023 en relación al círculo infernal que va de la escasez a la inflación y de esta a la especulación? El lector sacará sus propias conclusiones.