No se discute que estamos ante una sostenida embestida de la ultraderecha a nivel mundial, lo que se discute es si ese embate, que en varios países se convierte en poder, es episódico o si por el contrario tiene un carácter estructural, fruto de un sostenido proceso de transformaciones políticas, económicas y sociales que ha provocado una sustancial modificación del pacto social que se estableció en Europa en la segunda mitad del siglo 20 impulsado por sostenidas luchas sociales y políticas. De ser así, estaríamos estamos ante el despuntar de un nuevo orden social. Esa perspectiva de análisis no solamente es útil para tener conocimiento de ese fenómeno mundial, sino de la permanencia y daño del conservadurismo a la sociedad dominicana.

En Europa, el llamado Estado Benefactor duró desde mediado de los años 50, hasta mediados de los 70. Fue el periodo de las grandes conquistas sociales: jornadas laborales de ocho horas, inserción masiva de las clases trabajadoras en los servicios fundamentales, salud, educación, transporte, vivienda, ocio y tiempo libre, jubilación comparativamente temprana y pensiones que garantizaban una vejez relativamente segura. En esencia, esas conquistas fueron resultado de las luchas de los trabajadores. A partir, de la crisis del capitalista de finales de los 70, comienza el desmonte de esas conquistas por receta de economistas y políticos conservadores. En esos desmontes no estuvieron ausentes algunos gobiernos de orientación socialdemócrata.

Concomitantemente, se producen grandes transformaciones tecnológica en el sistema productivo que acentúa un proceso de reducción del peso específico, en términos del tamaño y fuerza de la clase trabajadora, agudizando la deriva conservadora de la derecha en el manejo de la economía y del Estado, la cual no la han podido detener los esporádicos surgimientos de gobiernos progresistas o de izquierda en Occidente. El rol de la clase trabajadora como impulsora de cambio se ha disminuido a su mínima expresión, y no por casualidad es que donde más extensas y profundas fueron las conquistas sociales, más fuerte el movimiento de izquierda y más mayor la polarización, es donde más profundo (y exitoso) tiende a ser el actual embate del conservadurismo.

Italia es el país que tuvo el más potente movimiento socialista del mundo, hoy es gobernado por una coalición de ultraderechistas y ultranacionalistas filonazis, el mayor partido de Francia es de esas tendencias, España parecía curada del ultraderechismo y hoy puede afirmarse lo contrario; en Chile la ultraderecha ha ganado las últimas elecciones, Argentina acaba de elegir un esperpento ultraderechista como presidente, El Salvador tiene el díscolo Bukele. Algunas de esas ultraderechas creen en estado centralizado, otros lo contrario. Pero en fin de cuentas, de la sostenida pérdida de la capacidad contractual de la fuerza del trabajo, de su identidad y fragmentación debido a la virtualización del trabajo y del impacto mundial del fenómeno migratorio, emerge un nuevo orden social.

Eso estaría indicando que la expansión del conservadurismo ultraderechista y ultranacionalista puede no ser episódico sino estructural. Viene de lejos y no necesariamente tendrá que expresarse igual en todos los países. El nuestro    nunca ha tenido un movimiento progresista y de izquierda realmente sólido en términos de fuerza laboral organizada, presencia en las instituciones del Estado, ni en el mundo de la cultura, como en los mencionados y otros países. La derecha ha sido tenaz en el mantenimiento del poder y del conservadurismo. De los tres grandes líderes políticos de los últimos 60 años, Balaguer, Bosch y Peña Gómez, el primero gobernó veintidós años, el segundo siete meses y el tercero ni un solo día.

Bosch fue derrocado por su firme apego a la concepción de la democracia con contenido social y Peña Gómez por sus orígenes étnico y social. Balaguer reagrupó e integró a su poder a la derecha que derrocó a Bosch y que fue rabiosa opositora al significado sociológico y político de Peña Gómez, hasta hoy ha medrado en todos los gobiernos que hemos tenido, e influye en todas expresiones de una derecha que ha sido ciega a toda apertura hacia políticas sociales mínimamente inclusivas y a cualquier reforma sustantiva. Eso se refleja en que tenemos uno de los más bajos salarios de la región, somos uno de los tres únicos países de la zona donde se penaliza toda forma de interrupción del embarazo, de los peores niveles de sindicalización y de derechos humanos.

El conservadurismo ha sido factor para el abandono los servicios básicos. No hemos tenido un Estado Benefactor, pero sí un Estado Empleador (patrimonialista/clientelar) y un sector privado esencialmente evasor. A pesar de eso, en esta llamada onda ultraderechista, el conservadurismo dominicano discurre sin el llamativo ruido de otros países. Transcurre con relativa calma por la prácticamente inexistencia de un bloque alternativo más menos organizado, la terquedad de los sectores que eventualmente podrían formarlo les impide ver la importancia del debate de las ideas, prefiriendo mantenerse en su área de confort, en una burbuja de ideas útiles hace medio siglo, pero insuficientes para enfrentar un mundo cuyas transformaciones han sido tan potente que están delineando otro orden social.

Pensar ese nuevo orden es la única vía que aproxime a propuestas y nuevas ideas para enfrentar un futuro que, como dice Martín Caparrós: “se ha convertido en una amenaza”. Para todos.