Hay momentos que resultan difíciles de borrar de la memoria. En marzo del 2018 me tocó representar al gobierno en el Foro Mundial del Agua celebrado en Brasilia. Entre eventos y reuniones, los asistentes teníamos la oportunidad de recorrer los pasillos en que diversos países habían instalado casetas informativas y promocionales.

Me llamaron la atención las de Israel y Palestina. Entre la exhibición de equipos y maquinarias, Israel tenía un cartel en que mostraba orgullosamente su tecnología, que le había permitido convertir en fértil un terreno desértico.

Más adelante, a continuación, el de Palestina también mostraba un cartel, con un mapa ilustrando los acuíferos de su país y un letrero que decía “Es cierto, ellos convirtieron un desierto en un oasis, pero a cambio de secar las venas de nuestros niños”.

No hay forma de justificar ataques terroristas, y mucho menos tan abominables crímenes como los cometidos por Hamás el sábado 7 contra jóvenes que se divertían inocentemente, amplificados por bulos en las redes sociales como la supuesta decapitación de niños, propagada hasta por el presidente de los Estados Unidos y desmentida después.

Eso es cierto, pero también lo es que a lo largo de su historia Israel ha construido una inmensa fábrica de terroristas. Porque cuál puede ser la perspectiva de jóvenes que nacen y se crían en “la mayor cárcel a cielo abierto del mundo”, a quienes se les arrebató su territorio, sin ejército propio para tratar de recuperarlo, sin capacidad de enfrentarse en una guerra formal a quien los usurpa, que no sea mediante acciones terroristas para que el mundo no olvide que existen.

De los dos territorios palestinos, que ni siquiera se comunican entre sí, Cisjordania está ocupada militarmente por Israel, mientras Gaza está bloqueada por aire, mar y tierra. No hay por donde salir. Ni siquiera los pequeños barcos de pesca se pueden alejar de la costa.

La sociedad humana le ha fallado terriblemente al pueblo palestino, al igual que ahora le está fallando a Haití. La sangre humana siempre es roja, no importa el color de la piel. Y la guerra es fea, dolorosa, no importa quienes mueran.  No es tolerable que el dolor humano nos resulte indiferente.

Como ciudadano dominicano siento profunda indignación cada vez que, en uno de los frecuentes altercados en que casi siempre aparece alguno que otro muerto israelí y decenas o centenares de palestinos, el Gobierno Dominicano inmediatamente manda una nota manifestando su solidaridad con Israel, sin decir una sola palabra sobre las víctimas palestinas, como si efectivamente se tratara de “animales humanos”, en un mundo en que hasta a los animales se les reconocen derechos y merecen conmiseración.

Es muy común leer o escuchar la expresión “Israel tiene derecho a defenderse”. Es cierto, pero ¿y los palestinos? Solo ellos han sido expulsados de sus casas, de su territorio, pasando a constituir la mayor acumulación de apátridas que se conoce. Los que siguen en su territorio en un régimen de “apartheid” que lleva 75 años, en campos de refugiados, asediados militarmente cada día y sin esperanzas de superación.

Aunque discrepo de la costumbre estadounidense de arrogarse la potestad de definir quién es patriota y quién terrorista, yo no tendría dudas que Hamás ciertamente es una organización terrorista; pero también lo es el gobierno de Netanyahu. Ambos forman parte del extremismo derechista, fundamentalista, uno islámico, que no reconoce ningún derecho a las mujeres, y el otro judío, y ambos coinciden en no admitir la existencia del otro ni mucho menos la convivencia civilizada.

El gobierno israelí ha prometido que todo miembro de Hamás es hombre muerto. Pero si para conseguirlo tuviera que matar a los más de dos millones de palestinos residentes en la Franja, si no con las armas, con el encierro hasta que los mate el hambre, la sed o las enfermedades, no habría más que esperar a que nuevos terroristas se críen.

En Cisjordania, que no está controlada por Hamás ni ha habido ataques a israelíes, ya van decenas de muertos palestinos. Ahora ya aparecen muchachos, “fuertemente armados de piedras y palos” a enfrentar el ejército de Israel.

Pocos creen que Hamás haya sido capaz por sí solo de armar tan formidable operación logística, militar y tecnológica. Y si lo hizo, es cierto también que Irán lo ha financiado, entrenado y equipado durante la última década, pero después de que lo hiciera Israel.

En aquel tiempo, Israel estaba interesado en fortalecer a Hamás, incluso en promover que acometiera acciones terroristas, para desmeritar al movimiento panárabe y debilitar la OLP, en una táctica de “divide y vencerás”, para impedir una salida negociada que permitiera crear el Estado Palestino. Hamás fue una creación de Israel, que hoy lo considera un error estúpido.

Es cierto que hace 75 años no había ahí un Estado Palestino, pero tampoco había uno judío. Ese lugar estaba habitado por millones de árabes llamados palestinos. La creación de un Estado Judío fue una idea concebida por algunos sionistas hace poco más de un siglo, porque entendían que así desaparecería el antisemitismo que primaba en Europa y Estados Unidos, que no los querían en su tierra.

La pregunta era donde ubicarlo, considerándose opciones en Uganda, Argentina o Palestina, donde había muchos judíos. Pero ocurre que todas esas tierras tenían sus dueños; en ese contexto el gobierno británico, acostumbrado como otros imperios europeos a repartir lo que no era suyo, les ofrece a los judíos conseguirles un terreno en Palestina, una vez que sacaran al imperio Otomano. La intención era que se fueran de Europa.

Los sionistas se ampararon en leyendas sobre un supuesto pueblo elegido por Dios y una supuesta tierra prometida, justamente en ese lugar. Comenzaron a establecerse colonias, comprando tierras, armándose hasta los dientes y cometiendo actos terroristas para provocar la huida de los palestinos, hasta que el nazismo y el holocausto acabó precipitando las cosas.

La opción de la ONU fue que se crearan dos estados, el judío y el palestino; pero a estos últimos les tocaría muy poco espacio para tanta gente, en el lugar que había sido suyo por milenios. Como los árabes no aceptaban eso, lo que hizo Israel fue cogérselo casi todo, iniciándose la catástrofe del pueblo palestino y un mundo de violencia que no parece tener fin, con el agravante de que, en cinco décadas, Estados Unidos ha vetado 53 resoluciones del Consejo de Seguridad en los que se condena tal oprobio, y se intenta forzar a Israel a que permita respirar a ese pueblo.

Hay 13 millones de palestinos viviendo como apátridas, la mayoría deambulando por el mundo o viviendo en los países vecinos de Jordania, Líbano y Siria, que tampoco pueden cargar con ese peso. Ya no hay forma de resolver esto que no sea crear el Estado Palestino. O que siga la fiesta de sangre, dolor y odio.