Quinta parte

La teoría marxista distingue entre las condiciones más propicias para el derrocamiento del capitalismo y las necesarias para la construcción de una sociedad socialista plenamente desarrollada. Las primeras se refieren sobre todo a la relación de fuerzas sociopolítica. No sólo a la fuerza relativa del proletariado y de su partido revolucionario de vanguardia, sino también a la debilidad relativa de la burguesía y, por ejemplo, a la posibilidad de unir a la revolución proletaria a la mayoría de una población trabajadora aún en gran parte no proletarizada -el campesinado-, precisamente porque la burguesía de los países capitalistas subdesarrollados es incapaz, en la era imperialista, de superar radicalmente las relaciones precapitalistas en el campo. Las segundas condiciones dependen de un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de una madurez político-cultural del proletariado, que permitan un grado máximo de democracia directa de los consejos, de autogestión, de crecimiento económico armonioso, de desmantelamiento sistemático de las relaciones mercantiles y monetarias mediante la generalización rápida de la saturación en el consumo de bienes y servicios indispensables (es decir, una transición progresiva hacia la distribución según el criterio de satisfacción de las necesidades).

Es evidente que el subdesarrollo relativo del capitalismo en algunos países de la era imperialista facilita la conquista del poder político por el proletariado, por las mismas razones que hacen considerablemente más difícil o incluso imposible la construcción de una sociedad sin clases en estos países mientras la revolución permanezca aislada. La teoría de la revolución permanente de Trotsky -que, junto con la teoría de la organización de Lenin, es el desarrollo más importante del marxismo después de Marx y Engels- le permitió, ya en 1905-1906, predecir correctamente estos dos aspectos contradictorios de la revolución en el siglo XX 17/.

La conclusión que extrajo de su percepción del carácter dialéctico de la revolución socialista en los países relativamente subdesarrollados no fue la de repudiar estas revoluciones como prematuras sobre la base de que condenarían al partido y a la clase revolucionarios a la ruina 18/. Se trataba, por el contrario, de comprender la inevitabilidad de tales revoluciones prematuras en la era imperialista -¡la única otra posibilidad era permanecer hundidos en un subdesarrollo bárbaro! – y la necesidad de verlas como puntos de partida hacia la revolución socialista mundial, que puede extenderse gradual e incrementalmente a las naciones industriales más importantes del mundo. La tragedia del socialismo desde 1917 no es que los marxistas hayan intentado contribuir a su victoria en los países subdesarrollados. Eso es más bien su mérito desde el punto de vista de la historia mundial. Su tragedia es que ha permanecido aislado en estos países, es decir, que aún no ha triunfado en los países industrializados de Occidente, a pesar de las numerosas ocasiones históricas favorables (Alemania en 1918-19, 1920, 1923; Francia en 1936, 1944-47, 1968; Italia en 1919-20, 1945-48, 1969-70; Gran Bretaña en 1926, 1945-48; España en 1936-37, etc.) 19/.

Así nació un nuevo fenómeno histórico, primero en la Unión Soviética, luego en Europa del Este, China, Cuba y Vietnam. En estos países encontramos una sociedad que ya no es capitalista, en la que no funciona ninguna de las leyes del capitalismo descritas anteriormente, pero que al mismo tiempo está aún lejos de construir una sociedad socialista en el sentido en que Marx y Engels definieron la primera fase de la sociedad sin clases 20/. Es una sociedad que el retraso de la revolución proletaria mundial ha bloqueado y paralizado en la fase de transición del capitalismo al socialismo.

Las condiciones concretas históricamente particulares en las que se produjo esta paralización condujeron a la degeneración burocrática de estas sociedades de transición. Un estrato social -la burocracia del Estado, la economía, el partido y el ejército- se apropia de importantes privilegios en la esfera del consumo. Dado que sus privilegios se limitan a esta esfera y no desempeñan ningún papel indispensable en la esfera de la producción, no se trata de una nueva clase dominante. Sin parasitismo, la acumulación productiva socialmente necesaria no disminuiría, sino que, por el contrario, aumentaría; el crecimiento económico no experimentaría un desarrollo negativo, sino que, por el contrario, se aceleraría. Pero precisamente porque es una capa parasitaria, la burocracia sólo puede establecer sus privilegios sobre la base de un control ilimitado del excedente social, es decir, mediante un control absoluto del Estado, de la economía y de las armas, mediante la ausencia de derechos políticos, mediante la atomización y la pasividad de las amplias masas trabajadoras 21/. Como demostraron los acontecimientos en Hungría y Polonia en 1956, en Checoslovaquia en 1968 (y en parte en China en 1966-67), cualquier nuevo auge de la actividad política de las masas en estas sociedades conduce a una tendencia casi automática hacia un orden social verdaderamente consejista y al derrumbe casi automático de la dictadura de la burocracia.

Al etiquetar esta dictadura como socialismo real o realizado, los apologistas, tanto del Este como del Oeste, han prestado a la burguesía mundial el mayor servicio ideológico y político imaginable, un servicio sin el cual el capitalismo probablemente no existiría en absoluto, al menos en Europa Occidental. La identificación del socialismo con las condiciones de opresión política y falta de libertad individual en el Este es actualmente la principal razón por la que las y los asalariados de varios países occidentales importantes se acomodan relativamente a la sociedad burguesa, aunque ésta sea cada vez más propensa a las crisis.

Esta identificación sólo podrá romperse definitivamente cuando la revolución proletaria triunfe en uno o varios países occidentales muy desarrollados y presente al proletariado mundial un modelo de socialismo (o, más exactamente, el modelo de un socialismo en construcción y aún inacabado) realizado en la práctica y fundamentalmente diferente del de la URSS. No estamos en condiciones de hacer una descripción detallada de cómo será realmente ese modelo. Pero sus rasgos principales pueden deducirse, aproximadamente, tanto de los elementos de la nueva sociedad que ya han surgido dentro de la antigua, como de la asimilación crítica de todas las experiencias (tanto positivas como negativas) de las pasadas revoluciones proletarias del siglo XX.

La característica principal de este modelo de socialismo será, en el plano político, la democracia de los consejos, es decir, el ejercicio directo del poder político por la clase obrera y sus representantes libremente elegidos. El partido revolucionario ejercerá su papel de liderazgo en el sistema de consejos gracias a su capacidad para convencer política e ideológicamente a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, y no mediante la coacción y la represión de sus oponentes políticos. Esto presupone un sistema multipartidista, plena libertad para organizar reuniones, manifestaciones y prensa, la independencia de los sindicatos, el derecho a la huelga y el pleno respeto del pluralismo ideológico, científico, artístico y filosófico. A diferencia de la democracia parlamentaria burguesa, estos derechos democráticos fundamentales serán tanto más amplios cuanto que ya no serán puramente formales, sino que podrán adquirir un contenido real, en la medida en que se aseguren a la población las condiciones materiales y el tiempo indispensables para su ejercicio efectivo. Esto significa, también, un desplazamiento cada vez mayor hacia la democracia directa, hacia el ejercicio inmediato del poder del Estado por los propios trabajadores y trabajadoras, hacia la autogestión de los ciudadanos y las comunidades en un número importante de sectores de la sociedad, es decir, una dinámica que conduzca al declive progresivo del Estado.

Desde el punto de vista económico, este modelo se caracterizará por una autogestión planificada y democráticamente centralizada de la economía, en la que las y los propios productores asociados decidirán sobre todas las prioridades que determinan el desarrollo económico, y siempre al nivel en el que estas decisiones puedan tomarse realmente: en los congresos nacionales de todos los consejos y en los congresos de las ramas industriales, para las decisiones importantes en materia de inversión; a nivel de la empresa o del sector industrial (o de las empresas federadas según el modo cooperativo), para lo que concierne a la organización del trabajo; a nivel comunal y regional, para las inversiones sociales; en las conferencias de productores y consumidores con recurso a la televisión, a los referendos escritos y a las encuestas, para decidir sobre la gama de productos; en los congresos internacionales de los consejos, para un número creciente de decisiones relativas a las grandes inversiones o relativas a la protección del medio ambiente, etc.

La autogestión obrera realizada (y no sólo proclamada demagógicamente) requiere una reducción radical de la jornada laboral, un aumento continuo del nivel técnico y cultural de las y los productores directos, una reducción radical de las desigualdades salariales y una eliminación gradual de las normas de distribución burguesas (relaciones monetarias y mercantiles). El control público radical y la democracia política más amplia posible de los consejos son las únicas garantías contra el parasitismo, la corrupción y el despilfarro, es decir, contra el retroceso de las relaciones de producción provocado por la supervivencia de las relaciones monetarias y mercantiles en la distribución de los bienes de consumo.

Este modelo, tanto político como económico, está estrechamente vinculado a un cambio gradual en la motivación y la conciencia del trabajo, que a su vez están ligadas a un cambio creciente en la tecnología, la organización del trabajo y el contenido del proceso de trabajo (eliminación de todos los procesos mecánicos y monótonos, que sólo se soportan pasivamente como un servicio a la comunidad), así como a la superación de la separación entre trabajo manual e intelectual, entre producción y administración, y a cambios en las costumbres y hábitos. Todos estos cambios actúan unos sobre otros y se condicionan mutuamente en la autoeducación de las y los productores asociados y el autodesarrollo de la humanidad socialista. Requieren una progresión cualitativa inmediata de la solidaridad internacional, es decir, una redistribución significativa de los valores de uso producidos en todo el mundo, ya que un mundo socialista, en el que la abundancia y mucho tiempo libre coexistieran en el hemisferio norte con el hambre o el subdesarrollo en el hemisferio sur, sería una monstruosidad que no tendría nada que ver con el verdadero socialismo.

Los ideólogos burgueses responsabilizan al marxismo de [haber producido] Stalin y todo lo que ha ido mal, y sigue yendo mal, en la URSS, Europa del Este y China. También podríamos condenar la medicina y pedir la vuelta a la charlatanería institucionalizada, porque muchos enfermos no se han curado gracias a una atención médica ineficaz en los últimos sesenta años. Incluso podemos dar la vuelta al argumento. Una confirmación más de la superioridad del marxismo como ciencia social reside en el hecho de que fue capaz de descubrir las causas, los secretos y las leyes de funcionamiento de ese fenómeno histórico imprevisto, la sociedad burocratizada de transición del capitalismo al socialismo, y de desenmascarar por completo la mistificación del pseudomarxismo aplicado. En comparación, los intentos de análisis teórico de la sovietología académica son obras de aficionados, mientras que las leyes que pretende haber descubierto se reducen a lugares comunes, cuando no son rápidamente superadas por la evolución objetiva.

Sexta parte

Cuando el marxismo eleva a nivel de un imperativo categórico la lucha contra todas las formas de explotación y opresión y somete su supuesta realización en la Unión Soviética y en otros lugares a la crítica más severa 22/, no cae en absoluto en un tipo de idealismo histórico que opondría un modelo utópico ideal a la superación real de las condiciones existentes. Sólo eleva la comprensión materialista de la historia a un nivel superior, en el que la unidad de la teoría y la práctica adquiere de nuevo una dimensión adicional.

En efecto, en toda la historia de la humanidad existen dos constantes paralelas, aunque contradictorias. Por un lado, las guerras, las sucesivas formas de sociedades de clases y la lucha de clases atestiguan, hasta ahora, la incapacidad de los seres humanos de extender los principios de colaboración voluntaria, cooperación y asociación solidaria a toda la humanidad. La aplicación práctica de estos principios durante un largo periodo de tiempo sigue limitada a fragmentos más o menos grandes de la raza humana: comunidades tribales o aldeanas, ciertas formas de familias amplias, clases sociales que luchan por objetivos comunes. Ya conocemos las causas materiales de esta tendencia que empuja constantemente a la sociedad a desgarrarse, y sabemos cómo, el nivel que ha alcanzado ahora la ciencia y la tecnología, pone cada vez más en peligro la existencia de la civilización, e incluso la mera supervivencia física de la humanidad.

Por otro lado, la aspiración a una sociedad de productores y productoras libres, iguales y asociadas sigue estando tan profundamente arraigada en la historia de la humanidad como la propia división de clases, la desigualdad social, la injusticia y la violencia ejercida sobre los humanos por otros humanos que acompañan a esta división. A pesar de toda la influencia ideológica de las clases dominantes, que tratan constantemente de convencernos de que siempre ha habido ricos y pobres, poderosos y desvalidos, dominantes y dominados, y siempre los habrá, y de que, por tanto, es inútil luchar por una sociedad de iguales, la historia está, sin embargo, marcada por una sucesión continua de levantamientos, rebeliones, revueltas y revoluciones contra la explotación de los pobres y la opresión de los desvalidos. Estos intentos de autoemancipación de la humanidad fracasan repetidamente. Pero se renuevan una y otra vez y -considerados históricamente, en cada sociedad materialmente más avanzada- con una visión más clara del futuro, objetivos más audaces y posibilidades cada vez mayores de alcanzar realmente la meta.

Los marxistas de la era de la lucha de clases entre el capital y el trabajo asalariado somos sólo los representantes más recientes de esta corriente milenaria, cuyos inicios se remontan a la primera huelga en el Egipto faraónico 23/, y que, pasando por innumerables levantamientos de esclavos en la antigüedad y las revueltas campesinas en la antigua China y Japón, desemboca en la gran continuidad de la tradición revolucionaria de los tiempos modernos y el presente.

Esta continuidad es el resultado de la chispa insaciable de insubordinación ante la desigualdad, la explotación, la injusticia y la opresión, que siempre brota de nuevo en el seno de la humanidad. En ella reside la certeza de nuestra victoria. Porque ningún César o Poncio Pilatos, ningún emperador de derecho divino o de la inquisición, ningún Hitler o Stalin, ningún terror o sociedad de consumo ha logrado apagar definitivamente esta chispa. Corresponde demasiado a nuestras predisposiciones antropológicas -al hecho de que el ser humano es un ser social, que no puede sobrevivir sin una socialización creciente y sin caminar erguido- para que no se manifieste sin cesar 24/, a veces en este país o continente y a veces en otro, a veces en esta clase social y a veces en otra, a veces sólo entre poetas, filósofos y eruditos, a veces entre amplias masas populares, según los avatares de la historia, así como los intereses materiales y las luchas de clases políticas e ideológicas que las rigen.

Algunos neurofisiólogos, psicólogos y científicos del comportamiento pretenden relacionar esta dualidad de la historia humana con la estructuración binaria de nuestro sistema nervioso central, a la que correspondería la combinación de acciones reflexivas e instintivas en el individuo. Lo único que esta tesis puede demostrar es la posibilidad de la agresividad humana y de la acción destructiva, el hecho de que se mantengan potencialidades destructivas profundamente arraigadas en el ser humano, cuyo origen se remonta a épocas anteriores a la especie humana o al comienzo mismo de ésta. Pero cuáles son las razones por las que estas potencialidades están más o menos pronunciadas en una época determinada; por qué ha habido épocas, culturas y sociedades más pacíficas o agresivas que otras; por qué no puede existir un orden social que frene de forma radical y definitiva (o al menos a muy largo plazo) estas fuerzas destructivas potenciales, o las canalice por vías inofensivas para el ser humano… son preguntas a las que estas tesis no dan respuesta. Este es el tema principal y el objetivo principal del marxismo como ciencia de la humanidad en su conjunto.

Sin embargo, creemos que es más apropiado recordar lo siguiente: la raza humana, con toda su debilidad, habitada desde hace cientos de miles de años por el miedo a las abrumadoras fuerzas naturales, y habiendo desarrollado formas elementales de cooperación social en su lucha contra ellas, sólo ha podido obtener un dominio progresivo sobre estas fuerzas a costa de una creciente degradación de la solidaridad social. Este dominio exigía una acumulación cada vez mayor de cuotas del producto social en lugar de su consumo inmediato, una especialización cada vez mayor de una parte de la sociedad en actividades administrativas y trabajo intelectual en lugar del ejercicio de tareas administrativas, por turno, por todos los miembros de la sociedad. Mientras el producto social fue demasiado pequeño, esta limitación impuso un conflicto permanente: la acumulación sólo podía aumentar mediante el trabajo forzado de las y los productores directos, y la gran masa de los mismos debía permanecer separada del trabajo intelectual.

A medida que aumentaba el control de los humanos sobre la naturaleza, perdían la solidaridad social y el control sobre su existencia social. Su existencia pasó a estar sujeta a leyes objetivas y ciegas que actuaban a sus espaldas. Esta contradicción encuentra su máxima y más aguda expresión en el capitalismo.

Sin embargo, con el tremendo desarrollo de las fuerzas productivas que ha hecho posible el modo de producción capitalista, el precio que los seres humanos tienen que pagar por dominar la naturaleza no sólo se ha vuelto demasiado alto y directamente mortal, sino que cada vez resulta más absurdo. Por primera vez en la historia, se está formando la base material realista de una sociedad mundial sin clases de productores asociados. Con el trabajo asalariado el capitalismo ha generado al mismo tiempo una fuerza social que manifiesta, al menos periódicamente, una tendencia instintiva a luchar en la práctica por una sociedad así; la clase más capaz de organizarse colectivamente y de la acción de masas que ninguna otra en la historia. De la Comuna de París a la revolución rusa, de la Cataluña de 1936-37 al mayo francés de 1968, la historia de las luchas de clase revolucionarias del proletariado es una combinación de tales intentos, cada vez más audaces y amplios, a pesar de todas las dramáticas derrotas y trágicas victorias parciales.

No dudamos ni por un momento de que esta historia está sólo en su infancia y que su clímax está por delante, no detrás de nosotros. No se trata de una creencia mística, sino de una certeza basada en un análisis científico de las leyes del desarrollo de la sociedad burguesa y de las luchas de clases en el siglo XX. Precisamente, el gran mérito histórico del marxismo es que da un fundamento y una orientación racional y científica a un sueño muy antiguo de la humanidad, que hace posible una unión superior del pensamiento crítico, las aspiraciones morales y humanistas con la lucha y la acción emancipadora.

En definitiva, soy marxista porque sólo el marxismo nos permite mantener la fe en la humanidad y en su futuro sin engañarnos, a pesar de todas las terribles experiencias del siglo XX, a pesar de Auschwitz e Hiroshima, a pesar del hambre en el Tercer Mundo y de la amenaza de destrucción nuclear. El marxismo nos enseña a aceptar la vida y a los humanos, a amarlos, sin adornos, sin ilusiones, con plena conciencia de las infinitas dificultades y de los inevitables reveses en los millones de años de progresión de nuestra especie desde un estado próximo al de un simio hasta el de explorador del universo y conquistador del cielo. Para esta especie, hacerse con el control consciente de su propia existencia social se ha convertido ahora en una cuestión de vida o muerte. Finalmente logrará realizar la aspiración más noble de todas: la construcción de un socialismo mundial humano, sin clases y sin violencia.

 

Notas

1/ Véanse las obras clásicas de Adolf Portmann (Zoologie und das neue Bild des Menschen, Rowohit Veriag, Reinbek, 1956) y Arnold Gehien (Der Mensch. Seine Natur und seine Stellung in der Welt, 7ª ed., Athenàum Veriag, Fráncfort y Bonn, 1962), y Gerhard Heberer (Der Ursprung des Menschen. Unser gegenwàrtiger Wissensstand, Gustav Fischer Veriag, Stuttgart, 1969), Trân duc Thao (Recherches sur l’origine du langage et de la conscience. Ed. sociales, París, 1973) y el libro editado por V. P. Yakimov (U istokov tshelowetshestva. Osnoviye problemi antropogenesa [Los orígenes de la humanidad: problemas fundamentales de la antropogénesis], Isdatelstvo Moskovskogo Universiteta, Moscú, 1964).

2/ "Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes del comienzo de aquel ya existía en la imaginación del obrero, o sea, /idealmente” (Karl Marx, El Capital, T 1, V. 1Madrid: Siglo XXI, p. 216).

3/ Se pueden encontrar ejemplos convincentes de la utilización de este método marxista, por ejemplo, en obras tan notables de historia y crítica literarias como Die Lessing-Legende (Dietz-Verlag, Berlín, 1963) de Franz Mehring, La Théorie du roman (Gonthier, París, 1963) y Le Roman historique (Payot, París, 1965) de Georg Lukacs, y Le Dieu caché (Gallimard, París, 1955) de Lucien Goldmann.

4/ "Por importantes que sean estas contribuciones técnicas al progreso de la teoría económica en la valoración actual de las aportaciones marxistas, quedan eclipsadas por su brillante análisis de las tendencias a largo plazo del sistema capitalista. El resultado es realmente impresionante […]" (Wassily Leontief, "The Significance of Marxian Economies for Present-Day Economics Theory", en David Horowitz, ed,, Marx and Modem Economies, MacGibbon & Kee, Londres, 1968, p. 94).

5/ Esta comprensión nos permitió, ya a finales de los sesenta y principios de los setenta, predecir con bastante exactitud la recesión general de la economía capitalista internacional en 1974-75, incluso en términos de su punto de partida en el tiempo.

6/ Las crisis económicas que afectaron a los países más importantes del mercado mundial se produjeron aproximadamente en los años 1825, 1836, 1847, 1857, 1866, 1873, 1882, 1891, 1900, 1907, 1919, 1921, 1929, 1937, 1949, 1953, 1957, 1960, 1970 y 1974.

7/ Esto sin tener en cuenta los ahorros de los pequeños ahorradores o los fondos de pensiones, ya que evidentemente no se trata de activos, sino sólo de ingresos diferidos que más tarde se consumirán en su totalidad. Si, además, se resta de la riqueza nacional la vivienda ocupada por sus propietarios (que es más un bien de consumo duradero que un activo), estos porcentajes serían aún más elevados.

8/ “en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado. pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines perseguidos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o insuficientes los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. (…) los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes”. Karl Marx y Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana , disponible en https://www.fundacionfedericoengels.net/images/engels_feuerbach_RL_crisis_socialdemocracia.pdf

9/ V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos. Obras, vol. 42, ed. Progreso, Moscú, 1971.

10/ Véase la tercera de las Tesis sobre Feuerbach de Marx Estas tesis son, en cierto sentido, la partida de nacimiento del marxismo.

11/ Marx/Engels, Manifiesto del Partido comunista.

12/ Sobre esta problemática, véanse mis estudios: Teoría leninista de la organización y Sobre la burocracia.

13/ Lenin, La enfermedad infantil del comunismo

14/ Lenin ¿Qué hacer?

15/ Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, disponible en https://archivo.juventudes.org/textos/Karl%20Marx/Critica%20de%20la%20Filosofia%20del%20Derecho%20de%20Hegel.pdf

16/ "Más allá de estos tres aspectos -la subjetividad individual, la intersubjetividad y la relación objetiva-, el enfoque constitutivo primario del pensamiento marxiano sobre la praxis es la primacía práctica de su síntesis, determinada por el enfoque de la riqueza objetiva, la actividad autónoma personal y multidimensional, y la reciprocidad social universal, la cooperación igualitaria; […]" (Helmut Dahmer y Helmut Fleischer, "Karl Marx", en Dirk Kasler, ed., Karl Marx, Klassiker des soziologischen Denkens, vol. 1, Veriag C. H. Beck, Munich, 1976, p. 151).

17/ León Trotsky 1905 Balance y Perspectivas, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ryp/index.htm

18/ Engels: " Lo peor que puede suceder al jefe de un partido extremo es ser forzado a encargarse del gobierno en un momento en el que el movimiento no ha madurado lo suficiente para que la clase que representa pueda asumir el mando y para que se puedan aplicar las medidas necesarias a la dominación de esta clase”, F. Engels La guerra de los campesinos en Alemania, p. 112, disponible en: https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/la-guerra-de-los-campesinos-en-alemania.pdf

19/ La explicación de esta tragedia debe incluir un análisis concreto de la estrategia y la táctica del movimiento obrero en el siglo XX. Entre las contribuciones más importantes sobre este tema se encuentran ¿Reforma o revolución? de Rosa Luxemburg y sus escritos sobre el debate de la huelga de masas. La enfermedad infantil del comunismo de Lenin y los escritos de Trotsky sobre Alemania, Francia y España.

20/ “En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de estos productos como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente. La expresión “el fruto del trabajo”, ya hoy recusable por su ambigüedad, pierde así todo sentido. De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Marx/Engels, Crítica al progra ma de Gotha.Disponible en marxists.org; véase también F. Engels AntiDurhing

"La producción social inmediata, así como la distribución directa, excluyen todo intercambio de mercancías y, por tanto, también la transformación de los productos en mercancías (al menos dentro de la comuna) y, en consecuencia, su transformación en valores. En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los emplea para una producción inmediatamente socializada, el trabajo de cada individuo, por diferente que sea su carácter específico de utilidad, se convierte inmediata y directamente en trabajo social. […] No puede, por tanto, ocurrírsele [a la sociedad] seguir expresando los cuantos de trabajo que se depositan en los productos y que ella conoce de manera directa y absoluta, en un patrón que sólo es relativo, flotante, inadecuado, y antes inevitable como expediente, en un tercer producto, en lugar de en su patrón natural, adecuado y absoluto, el tiempo. […] Por lo tanto, en las condiciones asumidas anteriormente, la sociedad tampoco asigna valores a los productos", Anti-Dühring.

21/Se puede encontrar análisis en profundidad de la sociedad burocratizada en la transición del capitalismo al socialismo en León Trotsky, La revolución traicionada; Isaac Deutscher, La revolución inacabada; Jurgen Arz y Otmar Sauer, Zur Entwicklung der sowjetischen Ubergangsgeselischaft 1917-29,; Jakob Moneta, Aufstieg und Niedergang des Stalinismus.

22/ Karl Marx había anticipado, ya en 1852, esta tendencia de la revolución proletaria a la autocrítica despiadada, en su prólogo al 18 Brumario de Louis Bonaparte.

23/ Hacia finales de la dinastía XX, bajo el faraón Ramsés III, es decir, hace unos 3.500 años, los trabajadores de la necrópolis real organizaron la primera huelga -o el primer levantamiento obrero- conocido en la historia. Un papiro de la época, conservado en Turín, da cuenta detallada de ello (véase François Daumas, La Civilisation de l’Egypte pharaonique, Arthaud, París, 1965.

24/ "Y la ética, como experiencia, no debe permanecer sin límites, ni ser una exigencia puramente formal para el comportamiento del individuo, sino que debe sacar su luz de la lucha de clases de los que están doblegados bajo los dolores y las cargas, de los que están rebajados y humillados. Sólo así los postulados éticos perdurables se harán inextinguibles e indestructibles, a pesar de su transgresión en la realidad. Esto significa que el verdadero rostro de la humanidad, por imprecisos que sean sus contornos, y a pesar de la banalidad y verborrea de sus determinaciones sobregeneralizadas […] se encuentra al menos en su autoconciencia". (Ernst Bloch, Experimentum Mundi. Frage, Kategorien des Herausbringens, Praxis, Suhrkamp Veriag, Frankfurt).