Tercera parte
La dimensión activa y consciente del marxismo es parte constitutiva de su concepción de la historia. Es también un desafío cotidiano para cualquiera que se define como marxista. Si la sociedad burguesa aparece, superficialmente, como el campo de una lucha universal de una persona contra otra, el marxismo ve estos enfrentamientos estructurados como lucha de clases. La lucha de clases entre el trabajo asalariado y el capital domina el desarrollo social en este modo de producción. En última instancia, sólo el conflicto social expresa las leyes del movimiento económico y las contradicciones internas de este modo de producción.
Todas las personas asalariadas y propietarias están objetivamente insertas en esta lucha de clases, les guste o no. Los empresarios capitalistas se ven obligados por la competencia a maximizar su beneficio, es decir, a maximizar la explotación de sus asalariados, quienes, por su parte, no tienen más remedio que luchar por salarios más altos y jornadas laborales más cortas si quieren mantener o mejorar su posición en la sociedad burguesa.
La experiencia práctica demuestra cómo en el enfrentamiento individual entre la gente asalariada y el empresario capitalista, la primera es sistemáticamente derrotada debido a su impotencia financiera y económica. Debe vender continuamente su fuerza de trabajo, mientras que el capitalista dispone de reservas suficientes para poder esperar un precio que le convenga. Así, la presión material empuja a las personas asalariadas a reagruparse, a organizarse colectivamente, a crear fondos de huelga, sindicatos, cooperativas y, finalmente, partidos políticos obreros.
Pero esta obligación objetiva no es experimentada mecánicamente de la misma manera por todos los trabajadores y trabajadoras. Tampoco reaccionan inmediatamente de la misma manera y de forma continua ante esta obligación. Hay personas más rápidas que otras para darse cuenta de la necesidad de una coalición y de las condiciones en las que puede tener éxito. Algunas sacarán constantemente conclusiones prácticas de esta toma de conciencia, otras no tanto o no lo harán en absoluto. Las personas de otras clases sociales también pueden unirse a la lucha de clases proletaria, bien por convicción científica, bien por identificación moral con las y los explotados, o por ambas razones (para alguna gente, esto puede explicarse incluso por la aspiración a una carrera individual en las organizaciones de masas).
El hecho de que la lucha de clases proletaria sólo pueda entenderse como el resultado de una dialéctica de factores históricos objetivos y subjetivos no implica, en modo alguno, que el marxismo introduzca el puro azar y la indeterminación por la ventana, por así decirlo, en su concepción de la historia, después de haberlas echado primero por la puerta en nombre de las leyes del proceso histórico reveladas por el materialismo histórico 8/. Esto sólo significa que el proceso histórico no sigue una línea perfectamente recta y unilateral, que cada crisis histórica no tiende hacia un único resultado posible, sino que puede conducir tanto a un progreso histórico (una revolución social exitosa) como a una regresión histórica (una decadencia del nivel material y la cultura alcanzado por la civilización).
Sin embargo, el marco de estas posibles variaciones sigue estando predeterminado por las condiciones materiales y sociales. El fin de un orden social es inevitable tras un cierto grado de agudización de sus contradicciones internas. Nada pudo salvar a la decadente sociedad esclavista del siglo III a.C. en adelante, ni a la decadente sociedad feudal tardía del siglo XVII en adelante. Lo único que no estaba determinado era la forma concreta de su superación; es decir, dependía del desarrollo de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales que luchaban por el poder (relaciones de fuerzas que incluyen la iniciativa política, así como los elementos ideológicos de la lucha de clases).
Del mismo modo, la posibilidad de encontrar la salida a una crisis social está predeterminada materialmente. Dado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en las distintas épocas, la crisis de la antigüedad, al igual que la del feudalismo, no podía conducir a una sociedad comunista, a pesar de toda la convicción y determinación de los esenios y los primeros cristianos, los husitas y los anabaptistas. En la fase actual de desarrollo de las fuerzas productivas, cualquier intento de volver a la simple producción de mercancías y a la producción privada a pequeña escala sería pura utopía.
Dado que la concepción marxista de la historia otorga un peso decisivo a la lucha de clases en la determinación del curso concreto de los acontecimientos, el marxismo tiende a restablecer la unidad de la teoría y la práctica, destruida durante tanto tiempo por la división social del trabajo y la división en clases de la sociedad. Se esfuerza por conseguirlo en tres niveles: en primer lugar, en el nivel epistemológico general, reconociendo la verificación por la práctica como la forma última de confirmación de cualquier hipótesis científica -incluida la suya propia 9/-; en segundo lugar, definiendo la posibilidad de una transformación socialista de la sociedad, de un resultado positivo de la lucha de clases proletaria, es decir, de la solución al dilema de cómo los seres humanos, cuya motivación individual está condicionada en gran medida por una sociedad de clases alienante, podrían construir una sociedad sin clases. El marxismo responde a esta objeción materialista vulgar diciendo que si los seres humanos son efectivamente el producto de las condiciones en las que viven, estas condiciones son también el producto de la acción humana 10/.
La transformación revolucionaria de las condiciones de existencia y la autoeducación revolucionaria de los seres humanos para una transformación consciente de su ser social son, pues, dos procesos inseparablemente entrelazados, cuya base material se produce por las contradicciones internas del modo de producción capitalista, por el alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas y por la lógica interna de la extensión de la lucha de clases proletaria. En el proletariado educado en el marxismo, la teoría científica y la praxis de la transformación social se unen también, cada vez más, en la práctica.
Por último, el marxismo también tiende al restablecimiento de la unidad de la teoría científica y la praxis política revolucionaria para cada marxista individual. Un marxismo de salón puramente contemplativo sería un pseudo-marxismo, castrado, alienado y cosificado, no sólo en la práctica, sino también en la teoría porque tendría que tender hacia un determinismo económico fatalista.
¿Este vínculo necesario entre la teoría marxista y la praxis socialista-revolucionaria implica para la o el teórico marxista una tendencia a perder el distanciamiento científico y la objetividad, una limitación de esa capacidad de explicar los fenómenos sociales en su globalidad, que es precisamente el atractivo intelectual del marxismo? En absoluto. La negación de la objetividad científica es el subjetivismo (el prejuicio y la arbitrariedad en el uso de los datos empíricos), no la toma de partido. El subjetivismo conduce o bien a ignorar las cuestiones planteadas o bien a negar los datos que no se ajustan a algún concepto dogmático. Nada es más ajeno al marxismo -cuyo fundador eligió como lema: de omnibus dubitandum est- que un enfoque tan poco científico del análisis de los fenómenos sociales.
La verificación estricta de las fuentes y los hechos; la disposición a volver a comprobar cada hipótesis de trabajo, en cuanto empiecen a aparecer o aparezcan realmente tendencias contradictorias; un despliegue ilimitado de la más amplia libertad de crítica, y, por tanto, la necesidad del pluralismo científico e ideológico: éstos no son sólo componentes del método marxista, son, por así decirlo, las condiciones previas necesarias para que el propio marxismo alcance todo su potencial. Sin estas condiciones, se marchita hasta convertirse en un talmudismo incruento o -peor aún- en una estéril religión de Estado.
Precisamente, porque el marxismo no es la ciencia por la ciencia, porque es partidista en el sentido más noble de la palabra, es decir, se fija como objetivo no sólo interpretar el mundo, sino también transformarlo en dirección a la emancipación de las clases trabajadoras, es por esta razón por la que no puede desviarse en modo alguno de una estricta objetividad científica en el análisis de la sociedad. Sólo una teoría con base científica que refleje la realidad puede ser un arma eficaz en la lucha por la transformación socialista de la sociedad. La objetividad científica no puede violarse por razones partidistas, porque sería como mojar la pólvora antes de disparar. Y aún no se ha ganado ninguna batalla con pólvora mojada.
Una ciencia social que fuera imparcial, axiológicamente neutra, que se posiciona neutralmente en la lucha de clases, no puede existir en una sociedad dividida en clases, sean cuales sean las aspiraciones subjetivas de las y los investigadores científicos, que a menudo tienden a ir en esta dirección. Un ejemplo sorprendente lo ofrece la evolución de la economía académica y oficial en los últimos años. Cuando, cada vez que se trata de evaluar la solvencia de los Estados que solicitan préstamos, instituciones como el Fondo Monetario Internacional imponen a los gobiernos solicitantes una reducción del gasto social; cuando, en el caso de un pueblo tan pobre como el egipcio, exigen sin el menor escrúpulo que se reduzcan radicalmente, o incluso se supriman, las subvenciones a los alimentos básicos (lo que, literalmente, condena al hambre a una parte de esta población), se trata claramente de un intento a escala mundial de aumentar la tasa de ganancia mediante la reducción del coste de la mercancía "fuerza de trabajo".
Que esto pueda justificarse desde un punto de vista puramente técnico (en referencia a la inflación, el déficit de la balanza de pagos, el déficit presupuestario, etc.), sólo prueba que la economía política oficial, al aceptar tácitamente situarse exclusivamente en el marco del orden económico existente, está igualmente obligada tácitamente a subordinarse a las leyes de la acumulación de capital, es decir, a las necesidades de la lucha de clases del capital.
Cuarta parte
La lucha de clases proletaria, en su forma elemental, no es todavía una lucha de clases socialista. Es cierto que está evolucionando, por el hecho mismo de su extensión, de una lucha estrictamente económica a una lucha objetivamente política, en la medida en que ya no opone sólo personas asalariadas aisladas a capitalistas aislados, sino las amplias masas de quienes reciben un salario o un sueldo al conjunto de los poseedores 11/. Pero una lucha de clases tan objetiva y políticamente elemental, por sus efectos subjetivos sobre la conciencia de clase del proletariado, sólo puede añadir a los enfrentamientos entre asalariados y capital la posibilidad periódica de la lucha por la conquista del poder político con el objetivo de un derrocamiento radical de la sociedad burguesa, es decir, una dimensión anticapitalista consciente.
Estos enfrentamientos son tan inevitables e inscritos en la naturaleza del sistema capitalista como la decadencia y la descomposición de dicho sistema. Pero ni la victoria del socialismo ni el desarrollo de la conciencia de clase proletaria hasta su nivel más elevado son inevitables. Así pues, volvemos a encontrar aquí el factor subjetivo de la historia -es decir, la intervención consciente y orientada hacia un objetivo en el proceso histórico objetivo- como componente decisivo del marxismo. De este hecho pueden extraerse varias conclusiones importantes.
La estratificación socioeconómica del proletariado, la desigual apropiación del conocimiento científico (o, como cara negativa del mismo fenómeno, la desigual influencia de la ideología burguesa y pequeñoburguesa), la desigual disponibilidad para la implicación personal continua en un sindicato o en una organización política, conducen a una inevitable diferenciación de la conciencia de clase proletaria. Sólo la organización de la vanguardia socialmente consciente en un partido revolucionario de vanguardia permite asegurar la continuidad de esta conciencia, así como su refuerzo constante gracias a las experiencias de cada nueva fase de la lucha de clases.
Pero sólo un partido que consiga transmitir a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras el nivel de conciencia de clase necesario para la victoria de la revolución socialista, es verdadera y objetivamente la vanguardia de la clase. Esta transmisión sólo puede darse mediante una intervención eficaz en la lucha de clases real. La necesaria unidad dialéctica de la vanguardia y la clase, de la organización y la espontaneidad, está inscrita tanto en la naturaleza del proletariado como en la naturaleza de la revolución proletaria y del orden socialista de los consejos 12/.
La dialéctica de medios y fines obtiene así un marco objetivamente definible. Precisamente porque el objetivo socialista no puede alcanzarse sin aumentar la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas, su sentimiento de pertenencia a un todo y su solidaridad de clase, sólo son útiles y aplicables -en la medida en que conducen al objetivo socialista- aquellos medios, tácticas y compromisos que elevan la conciencia de clase en su conjunto, en lugar de restringirla o degradarla 13/. Cualquier táctica que tenga el efecto contrario en la conciencia de clase de los trabajadores, por muy eficaz que pueda parecer inmediatamente desde un punto de vista puramente práctico, a la larga alejará del objetivo socialista, en lugar de conducir hacia él.
Así pues, los componentes críticos y autocríticos del marxismo se ponen especialmente de relieve. El marxismo no sólo es abierto y, por ello, alejado del dogmatismo, porque se refiere a un proceso histórico en constante movimiento, que aumenta y transforma constantemente la materia prima de las ciencias sociales (en relación con el presente, pero también en relación con el pasado); no sólo es abierto porque su referencia a la praxis significa que mira constantemente al futuro, un futuro que nunca puede conocerse completamente de antemano, ya que una intervención deliberada podría cambiar el resultado de un proceso histórico. El marxismo también es abierto porque el factor decisivo en la transición del capitalismo al socialismo sigue siendo el aumento de la conciencia de clase del proletariado, así como el grado de independencia, autoorganización e iniciativa en la lucha de los trabajadores.
En la lucha de clases, cada intervención organizada, ya sea en una huelga, en las elecciones o en la construcción del socialismo, cada discurso en una asamblea obrera y cada panfleto que leerán los trabajadores y trabajadoras, debe considerarse desde el siguiente punto de vista: ¿cuáles serán los efectos de esta intervención sobre la conciencia de clase? Sin embargo, el juicio sobre estos efectos sigue siendo necesariamente hipotético durante la propia acción. Sólo la experiencia práctica posterior puede establecer si fue correcta o incorrecta. Esto explica la gran importancia que el marxismo concede a la historia de las luchas de clase proletarias, porque es el único laboratorio que nos permite evaluar las tácticas y los métodos de lucha sobre la base de la experiencia pasada.
De ello se deduce que sin una reflexión objetiva y crítica, incluida la de uno mismo, no son concebibles ni una lucha de clases socialista consciente, ni un auténtico partido revolucionario, ni un auténtico marxismo. Un pseudo marxismo que sacrifica la autocrítica pública despiadada, la expresión pública de la verdad, aunque sea muy cruel, a quién sabe qué exigencias prácticas, es indigno no sólo de la dimensión científica del marxismo, sino también de su dimensión liberadora. También es, a largo plazo, totalmente ineficaz.
Pero una lucha de clases política debe interesarse por todos los fenómenos sociales, los que conciernen a algo más que a algunos individuos aislados. Por tanto, va necesariamente más allá de la lucha de clases elemental por el reparto de la renta nacional entre salarios y beneficios (plusvalía). Esta lucha de clases elemental, por sí misma, es incapaz de plantear el problema de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la cuestión de la expropiación de los expropiadores.
La cuestión del Estado, la cuestión de la libertad política y de la actividad autónoma de las y los trabajadores, la cuestión del paso de la democracia representativa a la democracia directa desempeñan aquí un papel absolutamente decisivo. La comprensión clara de todas estas cuestiones exige una educación progresiva (autoeducación) del proletariado, interesándose por todos los problemas políticos y sociales que conciernen a todas las clases de la sociedad burguesa 14/.
El hecho de que esta exigencia está inscrita en la concepción marxista de la historia y de la acción no debe nada a la casualidad, ni a consideraciones puramente tácticas. Corresponde a la esencia misma de la lucha de clases proletaria, que sólo se concibe a sí misma como un medio para alcanzar el objetivo de una sociedad sin clases, una sociedad en la que, con la desaparición de la explotación del hombre por el hombre, deben desaparecer todas las formas de opresión y violencia ejercidas por los seres humanos contra otros seres humanos. La indiferencia o la tolerancia ante tales formas de opresión, o peor aún, su resurgimiento, no pueden conducir al objetivo socialista.
Esto, a su vez, incluye la comprensión de la necesidad de una lucha práctica contra todas las formas de explotación y opresión -ya estén dirigidas contra las mujeres o contra razas, nacionalidades, pueblos, grupos de edad, grupos sexuales, etc.-
Por lo tanto, también hay un componente ético en el marxismo que tiene un fundamento materialista objetivo. Cuando los marxistas dicen que lo consideran todo desde el punto de vista de la lucha de clases proletaria, dan a entender que este punto de vista se basa en el siguiente teorema: sólo lo que eleva la conciencia de clase proletaria, y en particular lo que permite a los trabajadores y trabajadoras adquirir una comprensión más profunda de las diferencias fundamentales entre la sociedad burguesa y la sociedad sin clases, promueve la lucha de clases proletaria a largo plazo. Esto, a su vez, incluye la comprensión de la necesidad de una lucha práctica contra todas las formas de explotación y opresión -ya estén dirigidas contra las mujeres o contra razas, nacionalidades, pueblos, grupos de edad, minorías sexuales, etc.- como componente necesario de la lucha mundial por una sociedad socialista. El marxismo parte "de la enseñanza de que para el ser humano, el ser supremo es el ser humano, y por tanto del imperativo categórico de derrocar todas las relaciones que hacen del ser humano un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable" 15/.
Sin duda, esta comprensión se deriva de una necesidad psicológica individual de protestar y rebelarse contra cualquier forma de negación de derechos, de injusticia y de desigualdad. Pero también procede de una necesidad histórica objetiva.
Sólo un control global consciente de las fuerzas productivas materiales por parte de la humanidad puede evitar que se transformen progresivamente en fuerzas destructivas de la naturaleza y la cultura. Pero el control consciente presupone una capacidad de juicio, tanto individual como colectiva. La autoeducación del proletariado hacia la emancipación efectiva y el verdadero internacionalismo que promueve el marxismo es, en última instancia, una autoeducación de la capacidad de juicio y decisión del proletario individual en el marco colectivo. Sin ello, la autogestión socialista y la economía planificada socialista no serían más que una fórmula hueca, cuando no cínica.
La socialización de la economía sólo puede dar el salto de un proceso puramente objetivo a un proceso bajo control subjetivo cuando la colectivización de las relaciones de propiedad y la gestión de las fuerzas productivas se acompañan y combinan dialécticamente con una individualización progresiva de la capacidad de decisión 16/. Extender la realización de todas las potencialidades de la personalidad humana a todos los productores y a todas las personas no sólo es el gran objetivo del socialismo, sino también, cada vez más, un medio indispensable para lograr este objetivo.