La República Dominicana forma parte de una isla con una belleza natural indescriptible. En cada una de las zonas geográficas del país nuestros sentidos se sorprenden. Producen un éxtasis que invita a los ojos a romper los límites de sus órbitas. Suscitan, simplemente, una embriaguez de hermosura y placer. Mientras esto se produce, la sociedad dominicana vive situaciones turbadoras. Es necesario reconocer que los factores que provocan esta situación no son exclusivos del país. Se producen, también, en otras naciones. Se puede afirmar que es un rasgo pospandémico que inunda a pueblos y ciudades; a los adultos y a los jóvenes; a los ancianos y a los niños.

Las situaciones turbadoras presentan manifestaciones de diversa naturaleza en la cotidianidad personal y social. Son hechos que violentan la paz familiar, al incrementarse la violencia doméstica; generan inestabilidad, al expandirse la delincuencia de jóvenes, funcionarios, militares y líderes políticos. Son acontecimientos, que enlutan a las familias y amplían el número de huérfanos, al multiplicarse los feminicidios y, con ellos, el número de suicidios. Son momentos conmovedores, cuando la precariedad del sistema de salud acrecienta la mortalidad infantil, extiende la mortalidad materna y encarece la atención hospitalaria.

La realidad es más conmovedora cuando se agiganta la cifra de adolescentes embarazadas y los gobiernos anteriores y el actual prefieren obedecer a consignas de sectores religiosos que se oponen a la educación afectiva y sexual desde la educación inicial. Más preocupante es la realidad cuando hay evidencias de violaciones, de abusos y de acosos sexuales en el seno de los centros educativos; y cuando se conoce la violencia física, verbal y sicológica que afecta a muchos actores del sector educación. Pero, más alarmante es el comportamiento de la Asociación Dominicana de Profesores. En el discurso, defiende la integridad de sus afiliados. Pero, no habilitó ni tiempo ni espacio para participar como miembro de la Comisión responsable de la elaboración del Código de Ética. El resultado, un rechazo sin propuesta.

La sociedad vive con dolor cada uno de estos hechos y más. Es un dolor que crea desconcierto y ensombrece el deseo de estar y de vivir en la República Dominicana. Pero, esta nación vive el dolor y construye esperanza. Por ello es un país excepcional. Su capacidad de resiliencia lo empeña y compromete con una cultura esperanzadora. Son incontables los hechos y acontecimientos que evidencian la construcción cotidiana de una vida esperanzada. Esto se observa en diferentes  hechos y contextos. Genera esperanza el esfuerzo y el empeño de organizaciones ambientalistas del país, que aportan ideas, tiempos y propuestas para salvar a la nación de la depredación total.

 

 

Más esperanza surge en la sociedad al constatar cómo emergen jóvenes que comparten sus estudios con servicio de voluntariado en momentos cruciales y en instituciones de alcance nacional como la Defensa Civil. Una novedad esperanzadora son los adolescentes formándose en Clubes de Protección para actuar como promotores de la prevención de embarazos de adolescentes y de la violencia de género en la familia, en la escuela y en la sociedad. Una esperanza más profunda se evidencia en el trabajo del Ministerio Público; en instituciones educativas comprometidas con un proyecto de sociedad y de educación que garanticen inclusión, justicia, democracia y libertad. Estos cuatro pilares son fundamentales para que se generen aprendizajes duraderos y sistémicos.

 

La esperanza se hace cada vez más creíble al constatar el trabajo de plataformas de la sociedad civil que intervienen proactivamente en la solución de problemas institucionales y sociales. Desde esta perspectiva, se destaca el trabajo de Participación Ciudadana, de Foro Socioeducativo; de las organizaciones que trabajan para acompañar y mejorar los enfermos de cáncer, de los que se asocian para defender a las personas con la condición de autismo y de los que tienen la condición de sordo y de ceguera. Son hechos de esperanza viva, presentes en la sociedad.

 

Son esperanzadoras, asimismo, las instituciones que aportan para que la sociedad avance y sea un tejido que tenga en cuenta a todos. Por ello la importancia de la contribución que ofrecen las Academias de la Republica Dominicana; las instituciones de educación superior comprometidas con la innovación académica y la transformación social; las Asociaciones de profesionales que miran y actúan más allá de los beneficios propios. Además, son signos de esperanza, los educadores que convierten su vida en una experiencia de servicio incondicional y liberador.

Por todo esto y mucho más, afirmamos que la República Dominicana se mueve entre el dolor y la esperanza. Esta última, más que agotarse, tiende a ganar amplitud y fortaleza.