En mis lecturas sobre las prácticas de la medicina en la historia, encontré un texto que hace referencia al trato que se les daba a las mujeres que se atrevían a ejercer la medicina, tanto en el mundo antiguo, como en el medieval.

Refería en dicha narrativa que las mujeres actuaban a escondidas y ejercían un tipo de curación usando hierbas y haciendo ensalmos. Estos ensalmos o encantamientos, según algunos, se desarrollaban por medio de la palabra. Las mujeres repetían locuciones o usaban dichas palabras para entablar un diálogo con sus pacientes.

Decía la narrativa que fueron perseguidas y asesinadas públicamente por tales actos. En el medievo las mujeres eran juzgadas por los llamados Tribunales Inquisitoriales. En el mundo antiguo, eran juzgadas por grupos de personas que lapidaban a las mujeres mediante el uso de piedras arrojadas como acto de justicia, al igual como sucede hoy en día en algunos países del Asia, donde las mujeres no pueden asistir a las universidades ni dedicarse a la medicina por razones religiosas.

La sociedad griega y medieval era un mundo guiado por los hombres, por tal razón, perseguían a las mujeres por ejercer el arte de la medicina.

Aunque han cambiado los tiempos, todavía las mujeres que ensalman en los pueblos son acusadas de hechiceras y de realizar una labor poco aceptable por la sociedad. Sin embargo, todavía la buscan a escondidas distintas clases sociales, para que pronuncien esas palabras mágicas que solo ellas conocen, a través del tiempo.

Las ensalmadoras no se perseguían por las hierbas, sino por las palabras que eran consideradas como sortilegios y conjuros extraños. Esto me llamó la atención, y me pregunté el porqué las palabras de estas mujeres eran consideradas peligrosas. Y pensé, bueno son discursos o narrativas que ponían en peligro el poder de los hombres y de su sabiduría. ¿Estas palabras de sanación solo podían ser privilegios de los hombres? Quizás había algo más, con referente al logo, opresión, al poder o al temor del conocimiento que estaba en manos de las mujeres.

No obstante, pensé, pero no fue hasta la modernidad y especialmente en el siglo XIX cuando se retomó la idea sobre lo lingüístico y la palabra en general. Y fueron las mujeres las delatoras de dichas instancias. Las palabras tienen poder de curación, dijeron los psicoanalistas. Y esto, lo cuenta muy bien en la historia del psicoanálisis.

En el psicoanálisis, un caso clínico llamado “Emmy” o el caso “Dora” nos aclara sobre lo ya mencionado y esto lo explica el Dr. Freud cuando decía que las pacientes mencionadas lograban la mejoría de sus síntomas cuando conseguían sostener la palabra. Expresó que la palabra era liberadora porque, tras la sugestión hipnótica, las pacientes demostraban la tendencia a hablar de su pasado y de sí mismas. Esto para el psicoanálisis fue el inicio del entendimiento de que “la palabra” podía lograr la liberación del sufrimiento y de los síntomas. Esto dio paso a lo que en psicoanálisis llamó la “Asociación Libre”, método para sustituir en la consulta clínica, la hipnosis y el método catártico.

Por tanto, es la palabra lo que declara un signo, una razón o deseo. Es lo que permite por medio del lenguaje que se produzca la repetición y el cuento de una memoria, de un posicionamiento, un saber que rompe el síntoma del olvido, la desidia y del poder de los otros.

Es el entramado psíquico que permite que se vomiten los significantes que descomponen los hilos del pasado, las tragedias que se graban en la memoria y donde se esclarecen los deleites, lo indeseable, lo grotesco y las adicciones, entre otras. Además de las otras sustancias de las que están contenidas las claras sintomatologías que se expresan en la psiquis.

Ya decía Bourdieu que en materia del discurso la forma del habla dicha son testimonios de la garantía de la delegación del poder. En el mundo místico, la construcción y la repetición de la palabra garantizan una estructura, define y estampa la cultura. Dichas palabras están asociadas a un habitus que responde a una construcción social y cultural sostenida en un programa político manejado por los hombres, por lo menos, en la cultura occidental.

Por tales razones, las mujeres, por mucho tiempo, fueron expropiadas de las palabras. Se le asoció con el silencio. Muchas se revelaron a través del fuego que contorsionaba su cuerpo (aquelarres) y se dejaron ver, como dice Rimbaud en “Yo es otro”.

La insistencia de revolcarse en los suelos, tocar los cuerpos de los otros para pronunciar lo prohibido, para decirnos que el lugar del otro no estaba en el “yo”, porque este era ilusorio, sino en otras instancias de la psiquis, aquel lugar asociado con lo prohibido, con lo que cumple con la función del imaginario, entre otros.

Es por tanto, la palabra repetida de la maga o la ensalmadora un llamado a ese fenómeno de la psiquis que la lleva a descentrarse buscando la esencia que nos habla más allá del “Ego”.

No es un azar que en la modernidad sean las histéricas de Freud las que garantizaron la cura por medio de la palabra plena. Al igual que las antiguas ensalmadoras, que en su abordaje terapéutico buscaban, a través de palabras, los significantes que incorporan un dispositivo lingüístico que ya suponían sanador, porque venía no de la simple  comunicación, sino de una revelación del inconsciente.

Empero, poco sabemos si estas mujeres inducían a sus pacientes a romper la resistencia del silencio para hacer revelar al sujeto lo que ya sabe su inconsciente. Las psicoanalistas conocen que sostener la palabra es la instancia que lleva a la cura.

Sin embargo, son las voces de las mujeres las que apuntan con sus propias narrativas, desde el sufrimiento de sus cuerpos (mercantilizado por el hedonismo epocal), ya lo sabe la anoréxica y la obesa que la tacha está impuesta. Es el control, por medio del deseo del otro y la angustia de lo no dicho, lo que marca la generación de las mujeres del pasado y la del presente.

El silencio de las mujeres no es visible en el occidente actual. Sin embargo, su cuerpo la delata. Es un debate que se abre y que no se puede cerrar, ya que es un poder odioso sobre el cuerpo de las mujeres que silencian, a través de los discursos racistas, las modas, la clínica y los dispositivos de la belleza. Hoy ese silencio se sostiene en el control del cuerpo de las mujeres y sus enfermedades. Está sostenido en esos intervalos de cadenas de significantes que en el campo del discurso reniegan las palabras de las mujeres y las sintomatologías de los cuerpos, basados en una biopolítica de no libertad que nos enferma con una delgadez extrema o mediante el escudo protector de grasa de las obesas.

Esta clara distinción es la que hace que las mujeres prefieran el bisturí a enfrentar la sintomatología y la palabra, porque esta última es propiedad de los hombres. Lo que se desea siempre es una instancia subjetiva.

Es por la palabra por la que todavía peleamos en los diferentes espacios universitarios y políticos. Hoy me aferro a la palabra plena con la fuerza con la que sostengo en mis manos la época y todos los contenidos de un discurso que necesito para existir, sanar y crear conocimiento.