A alguna gente le sorprende, a juzgar por comentarios recibidos, que yo me refiera a los ricos y a los pobres así, tan sencillamente, cuando la sociedad está formada por tantos estratos diferentes, en que a veces resulta leve la frontera entre algunos de ellos.

Pero en la brevedad de un artículo periodístico hay que ahorrar explicaciones. En realidad, los ricos son muy pocos, y es en extremo difícil determinar sus ingresos o condiciones de vida, comenzando porque a sus casas difícilmente ingresa un encuestador, y si entra, lo más probable es que pongan a informar a alguien que poco conoce los datos reales.

Por eso en las estadísticas no es fácil extraer aparte a este grupo social, y se suele trabajar con grandes grupos, generalmente cinco estratos cada uno abarcando el 20% de los hogares (quintiles) o diez grupos con 10% (deciles). Cualquiera de ellos es mucha gente, y los ricos no son tantos.

Por lo general, en sociedades como la dominicana, la denominación de clase alta está reservada a, probablemente, algunos miles de familias, por lo que el decil superior incluye a una gran porción de hogares que acaso entrarían al concepto de clase media.

Imagínense que el Banco Mundial, cuando divide a la sociedad en cuatro grupos (pobres, vulnerables, clase media y clase alta), incluye en la clase alta en países como la República Dominicana a todos los que superan los US$57.60 diario por habitante, algo así como cien mil pesos mensuales.

En esa condición de clase alta, que constituye apenas el 3.5% de la población, se ubica con mucha probabilidad una parte sustancial de los que están leyendo este artículo, aunque si les preguntan nunca admitirían tal calidad.

Es por eso que al formular políticas públicas resulta tan complejo aplicar instrumentos que carguen a los ricos, pero si queremos una sociedad más justa y cohesionada estamos forzados a insistir en ello.

Hecha la precisión, voy a referirme a un instrumento que también constituye un regalo a los ricos, que es la ley de incentivos a las energías renovables. No es un regalo perfecto, porque algo bueno se consigue con ella; por ejemplo, ayuda a que el país adquiera más independencia energética frente a los combustibles importados, y también a la preservación del medio ambiente. Pero el logro de objetivos nobles no puede justificar cualquier cosa, y hay extremos, en términos de inequidad social, a los que nunca debería llegarse.

Por un lado, porque dichos incentivos son innecesarios, debido a que, con los avances tecnológicos, la producción de energía solar o eólica se ha abaratado a tal grado que, con o sin incentivos, esa ha pasado a ser la inversión más barata en producir energía. De modo que el que vaya a producir electricidad tiene ahí una oportunidad muy rentable sin necesidad de exenciones impositivas.

Ahora bien, el regalo mayor no está tanto en la exención de impuestos, sino en el precio de compra de la electricidad por las EDES. Resulta que, a los productores que invierten para autoabastecer sus casas o negocios y vender la porción sobrante, las edes se la compran al mismo precio a que les venden a las horas en que lo necesitan. Y eso no puede ser así por varias razones.

Primero, porque las edes venden caro, debido al precio promedio de compra, influenciado por los costos de la generación térmica. Segundo, porque el costo de la electricidad es mayor en las horas pico, mientras que el generador solar solo puede vender cuando hay sol (a menos que la almacenara), que suele coincidir con las horas más baratas. Y tercero, que es lo más importante, porque ningún negocio puede comprar al mismo precio a que vende, porque entonces quebraría.

Las distribuidoras eléctricas tienen costos altísimos, en gran medida por la ineficiencia y politiquería, porque compran mucha energía que posteriormente pierden, al no poder cobrarla; pero independientemente de ello, distribuir electricidad cuesta.

Dichas empresas necesitan tener una red de postes de luz, cables, transformadores, camiones, electricistas etc., además de los gastos administrativos ligados a los procesos de compra, venta y cobro. Y si eso fuera poco, necesitan gastar para asegurarse, bien sea generada por ellos o contratada a otros, capacidad adicional, aunque no la estén usando, para atender los picos de demanda o situaciones imprevistas.

Por tanto, si venden a US$0.18 el kw no pueden comprar al mismo precio.  Si hacen eso, entonces están regalando todos esos costos. Y como las edes son del Estado, y lo que pierden corre a cargo del fisco, finalmente el que termina pagando dichos subsidios es el que paga los impuestos. Cuando se discutía el frustrado Pacto Eléctrico el tema de energías renovables absorbió discusiones interminables, sin llegar a acuerdos. Mi opinión era que ello debía ser abordado en la discusión del Pacto Fiscal, porque en la República Dominicana el problema eléctrico es fundamentalmente un problema fiscal.