Las universidades e instituciones de educación superior del país se enfrentan a una gran encrucijada: ofrecer carreras universitarias o carreras y cursos de una duración relativamente corta enfocados en la formación con salida laboral (bootcamps).

Desde esta perspectiva, las instituciones de educación superior del país deberán realizar profundas transformaciones en la oferta académica para responder a las nuevas necesidades tecnológicas, económicas y sociales.
Debiendo, además, olvidarse de aquellas carreras que han dejado de ser parte de la demanda laboral, así como transformar o crear otras con demanda asegurada, realizando consultas de los grupos impactados por éstas.
En este sentido, ya en muchos países del mundo muchas instituciones de educación superior vienen ofreciendo carreras interdisciplinarias bajo el esquema STEAM (por sus siglas en inglés, que significan Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Arte y Matemáticas), contemplando además el aprendizaje y dominio de las habilidades blandas.

Según estudios como ‘The Futuro of Jobs’ de la Universidad de Harvard el 85% del éxito profesional se debe a la adquisición temprana de habilidades interpersonales, denominadas el término inglés “soft skills”, fuertemente vinculadas al ámbito social, emocional y comunicacional.

Recientemente Juan Pablo Murra, un reconocido académico y líder educativo en México, que desde 2019 se desempeña como rector de Profesional y Posgrado en el Tecnológico de Monterrey defendió en un debate internacional, que cuando se habla de educación pata el trabajo y la empleabilidad existen dos modelos para formar los técnicos y los profesionales que demanda la sociedad y la industria de hoy.

Por un lado, está el modelo universitario tradicional con carreras de una duración de cuatro o cinco años, y por otro, el modelo conocido como bootcamps, que consiste en cursos y carreras relativamente cortos que tienen asegurada una salida laboral casi inmediata, asegurando una vinculación armónica de los sectores académicos y empresariales y su relación estrecha con el mundo profesional y laboral.

Los bootcamps de tecnología -que han surgido alrededor del mundo para hacer frente a la escasez de capital humano con habilidades digitales- "son emprendimientos, gente innovando en un problema que es universalmente reconocido como el principal obstáculo para la modernización y la digitalización de la economía, la brecha de talento", según expresa Juan Carlos Navarro, especialista líder de la División de Ciencia, Tecnología e Innovación del BID.

El nuevo reto de las universidades e instituciones de educación superior consiste en formar técnicos y profesionales para la Cuarta Revolución Industrial, fomentando el talento digital sin renunciar a sus derechos y deberes humanísticos.

El talento digital aún es aun escaso en el país, se considera que menos del 40% de los profesionales y técnicos egresados de las universidades cumple con un perfil tecnológico competitivo en el marco de la Cuarta Revolución Industrial.

Para las instituciones de educación del país esta situación puede constituir un “peligro o una oportunidad”, que las obliga a someterse a un obligado proceso de transformación integral propio de una sociedad marcada por los cambios basados principalmente en las múltiples tecnologías y los nuevos modelos de aprendizaje e investigación que requiere la Cuarta Revolución Industrial, 4RI.

La Cuarta Revolución Industrial o Revolución 4.0 cierra brechas y permite el acceso en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos, pero esto dependerá principalmente del esfuerzo conjunto del ecosistema de innovación y transformación digital que adopten las universidades e instituciones de educación superior.

Para saber si sus egresados, productos, programas, su tecnología y su vinculación con la sociedad funcionan, las instituciones de educación superior tienen que desarrollar la capacidad de medir sus “learning outcomes”, es decir, la eficacia de la educación y la formación profesional y la transparencia frente los estudiantes, los empleadores, los profesores, las familias y la sociedad.

Esta evaluación académica, tecnológica y social de las instituciones de educación superior en el país debe ir más allá de la añeja y anquilosada “evaluación quinquenal” que viene realizando el ente regulador de las universidades e instituciones de educación del país desde la última década del siglo pasado hasta hoy. ¡Urge cambiarla, actualizarla o eliminarla!