I

Será difícil, frente a tanto auge de las redes sociales y la especialización de las estrategias de desinformación, establecer una conversación seria sobre algún tema sin que afloren los acostumbrados prejuicios que han acompañado a nuestra sociedad. Prejuicios que son recuperados sistemáticamente por los mismos grupos de poder que pretenden conservar su presencia dentro del ámbito social siguiendo una línea ideológica nacionalista. No quiero ser ave de mal agüero, pero será bastante difícil llegar a una discusión de cierta profundidad sobre tópicos importantes para la cultura y la comprensión de la colectividad, sin antes ver cómo diversos grupos de interés polarizan la discusión a partir de sus prejuicios. La razón es sencilla: hay más afectos involucrados que razones dadas.

La sociedad dominicana se moverá hacia las pasiones más que a las razones. Los déficits heredados en la formación de un pensamiento crítico tienen sus consecuencias visibles y esta es una de ellas. El momento coyuntural de una cultura es el fruto de lo sembrado en el pasado. Pero, como el aprendizaje es, en el fondo, una responsabilidad personal y no un elemento colectivo heredado, tendremos algunas luces. No todo está perdido, esto es un aliento porque notamos igualmente personas críticas que asumen roles preponderantes dentro de los medios de comunicación y nos permitirán tener voces disidentes al de las encantadas.

El problema de fondo lo será la lucha por el reconocimiento en esos espacios de debates en las redes sociales. Allí pesa más el inmediatismo de la novedad o la sensación de subir una primicia de un hecho impactante que el compartir información científicamente relevante o razones fundamentadas para la comprensión de algo. Todo dependerá de la formación y de los intereses de quien maneja la información y la intención consciente a la hora de subir contenido informativo. Como siempre, para realizar el bien hay que tomar en cuenta muchas cosas; para el mal, cualquier simpleza basta.

II

Lo que hemos referido en el apartado anterior de este embrollo lo percibí en Twitter, la red social de debate de las cuestiones nacionales. Un abogado y político nacionalista asegura, sin mostrar estudio alguno, que el Gagá no es dominicano y sí es una celebración haitiana. Como hago desde que la prensa se volcó a lo digital, después de leer el hecho noticioso, me sumerjo en los opinadores para ver la calidad del debate y tomarle el pulso a la ciudadanía responsable. El 90% de los comentarios estuvieron a favor de que no tiene nada que ver con la identidad dominicana y que el periódico que había señalado su posicionamiento entre las fiestas folklóricas de la dominicanidad había cometido un grave error.

Pesó más en las redes sociales el comentario negativo que los comentarios más apegados a las investigaciones antropológicas sobre el fenómeno. Aún más, nadie se molestó en indagar quién había escrito, desde las ciencias humanas, sobre el gagá y sus manifestaciones tanto dominicanas como haitianas. Para mayor información dejo un artículo de una autoridad en temas folklóricos nacionales: https://acento.com.do/opinion/el-gaga-dominicano-8551801.html

III

Uno de los efectos de desterrar la filosofía de las escuelas es esta ausencia de criticidad y de espíritu de indagación que hoy heredamos. Aunque me embarga la duda de si frente a ciertos prejuicios heredados y su recuperación constante como un factor de identidad colectiva, la lectura y la información al respecto sería de buena ayuda. Ciertamente, nada queda intacto después de una buena dosis de lectura con información respetable; pero el alma humana (perdonando la metáfora clásica) es tan pasional que hay cosas que la razón no entiende. Una de ellas es los vínculos creados para, supuestamente, establecer la unidad de grupo. Otra, la indomable repetición de que la identidad de una colectividad está en sus elementos folklóricos. Una más, las razones para la defensa de lo propio a partir de prejuicios heredados y que se renuevan con la misma fuerza persuasiva que cuando nacieron.

Como le decía a un grupo de estudiantes, el problema no son los prejuicios, sino la valoración de ciertas ideas a partir de los mismos esquemas de antaño. Esto es lo que ocurre, cada vez más a menudo, en nuestro país con la identidad dominicana y sus nefastas recuperaciones políticas.