Han sido noticia en los últimos días los resultados de una encuesta de la UNPFA orientada a las consecuencias socioeconómicas del embarazo adolescente en la República Dominicana, evaluando su costo en 245 millones de dólares cada año, un 0.29 % del producto interno bruto (PIB).

 

Casualmente, hace poco, después de haberme enterado de diversos embarazos de adolescentes en el sector de Villas Agrícolas, le preguntaba a una comunitaria que trabaja con población juvenil, si notaba diferencias entre los actuales embarazos en adolescentes y los de hace solo algunos años.

 

Su respuesta da testimonio de cierta evolución, pero vista la diversidad sociocultural que encontramos en un mismo barrio, no es posible establecer generalización alguna, sino más bien descubrir pistas para trabajar con la población juvenil.

 

“Ahora, dijo mi amiga, circula mucho más alcohol que antes y no son cervecitas; además, los muchachos vapean todo tipo de sustancia con el cigarrillo electrónico. ¡La hooka se quedó lejos! Entonces, cuando pasan al acto, hasta los adolescentes que se han beneficiado de talleres de educación sexual científica e integral, que han diseñado sus planes de vida, se olvidan de todo, hasta del preservativo que tienen en su monedero”.

 

Mencionó también que en la juventud del barrio eran cada vez más comunes el mangueo y los amigos con derechos.

 

Fior y Alba son 2 jóvenes casi vecinas de 16 y 17 años que acaban de quedar embarazadas en la misma cuadra; Nati, de 16, vive en una cuadra vecina. Si de clasificación se trata, cabrían en categorías distintas por las necesidades diferentes de las adolescentes de un mismo sector vulnerable y la heterogeneidad de sus desenvolvimentos en los planos social, psicológico, emocional y cultural.

 

Hay diferencias, por ejemplo, entre adolescentes con condiciones de vulnerabilidad agudas y otras que, de cierta manera, quieren quedar embarazadas para salir de un hogar donde imperan la violencia intrafamiliar, malas relaciones con los padres, tutores o padrastros y el hacinamiento.

Me he sorprendido en varias oportunidades al ver como mi visión de que el embarazo de una adolescente implica necesariamente la frustración de su proyecto de vida y un impacto psicológico negativo ha sido puesto en entredicho.

Me acuerdo de una “gallita” que me afrentó diciéndome que no tenía derecho a juzgarla con mi visión cultural extranjera.

En el abordaje del embarazo en adolescentes no podemos olvidar que la construcción social, cultural y religiosa hace todavía de la maternidad, en muchos casos, el objetivo principal de la mujer, su esencia.

Por ende, en la cultura popular esta se convierte en un objetivo y una satisfacción que van mucho más allá de estudios troncados, peso de las responsabilidades y carencias económicas.

De estas diferencias entre el embarazo de la adolescente obligada a buscársela en la calle para su sustento y el de su familia, de la chica que tiene amigos con derechos, de la otra que quiere quedar embarazada para sentirse mujer e “independizarse” de su familia, surge la necesidad de tomar en cuenta todos esos parámetros y desarrollar iniciativas de prevención del embarazo en adolescentes con estrategias específicas para los distintos subgrupos.