Llegué a escuchar piropos insólitos en la madre patria.
Debo sentirme a gusto, en casa. Pero surge la duda
si elegí bien el idioma. Ha durado décadas el viaje
y me encuentro con una torta de cebolla y un café
cortado y una iglesia a la vuelta de la plaza adoquinada.
Y me siento tranquilo. Entonces ¿de dónde viene
esta incertidumbre? ¿Del sueño donde mi madre
se cayó dejando una brecha en la cabeza,
de donde salí gritando envuelto en sangre?
Los sueños no son reales me digo a mí mismo
y pronto diré al público y añadiré
que algún día encontraré una paisana,
( de este país que me da su lengua),
que me dé su cama y si tenemos suerte
curaremos juntos la herida mía y la de ella.