Tenía solo 22 años, cuando en agosto de 1941 Mohammad Reza Pahlevi, se convirtió en el nuevo Shah de Irán. Sucedió a su padre, quien era pro alemán, lo que le generó serias dificultades con la Gran Bretaña de Winston Churchill y la Unión Soviética de Joseph Stalin. La presión combinada de esas dos grandes naciones enfrentadas a la Alemana de Hitler, lo obligaron a abdicar y dejarle el trono a su hijo.
Pese a su juventud, el Shah navegó sin mayores contratiempos. A diferencia de su padre, se alineó con los aliados, y como éstos ganaron la Segunda Guerra Mundial, el Shah se convirtió en aliado de las potencias que representaban el nuevo orden mundial, liderado por Estados Unidos.
Esa alianza le proporcionaba estabilidad a su régimen, y a los gringos y europeos, les daba, en el contexto de la Guerra Fría, un formidable aliado en la siempre apetecible región del Golfo Pérsico.
La abundancia del petróleo iraní constituía una fuente inagotable de recursos económicos, que en buena medida eran usados para modernizar la nación persa, pero también para enriquecer al Shah, sus familiares y amigos.
Su poder era tan sólido que a mediados de los años cincuenta formó un partido que llamó Partido del Rey, y en 1967, en una fastuosa ceremonia a la que asistieron muchos líderes internacionales se autoproclamó Rey de Reyes. Era la megalomanía del poder en su máxima expresión.
Pero junto a su dominio, se iba incubando en la sociedad un sentimiento de inconformidad y rechazo al régimen. Ese sentimiento encontró un extraordinario líder religioso que supo captar, mediante sermones religiosos, la atención de los iraníes, y supo cohesionarlos en torno a su figura y al Corán: el Ayotalá Ruhollah Jomeini.
El Jomeini fue forzado a salir a Francia como exiliado, pero eso no disminuyó su influencia ni detuvo las protestas. Al contrario, las acrecentó. Desde Francia, El Jomeini enviaba sus discursos que eran escuchados por millones de iraníes en las mezquitas y en todas partes. El Shah llenó las cárceles de presos y cometió muchas matanzas, pero nada detuvo su caída.
El 16 de enero de 1979, acorralado por un cáncer linfático detectado unos años atrás, y crecido en impopularidad, y con pocos aliados internacionales, decide dejar el poder y salir al exterior, prácticamente en calidad de exiliado, iniciando así un víacrucis que solo terminó con su muerte en julio de 1980 en Egipto. Así terminaban 2500 años de monarquía persona.
II
Quiso salir para Francia, pero el gobierno francés le indicó que su visita era mal vista. Entonces busca el apoyo de sus amigos norteamericanos. Pero los gringos, expertos en abandonar a los aliados en desgracia, juegan a la diplomacia. No le niegan la entrada abiertamente, como Francia, pero le sugieren, que antes de pisar Estados Unidos, hiciera una parada en Egipto para verse con el ex presidente Gerald Ford, Henry Kissinger y el presidente Mohamed Anwar Al Sadat.
Accede. No tiene de otra. Sadat al principio es cauto y duda en recibirlo. No quiere problemas con la nueva República Islámica de Irán que se ve venir, pero los gringos lo convencen. Así, el Rey de Reyes, ya tiene donde ir. Ese día, el 16 de enero, piloteando su avión, porque no confiaba ya ni de su piloto, llega al país de los faraones. Lo acompaña su esposa Farah Diba y sus hijos. Es recibido con los protocolos de un Rey, pero discretamente se le advierte que no debe entusiasmarse mucho porque se trata solo de una breve parada. Efectivamente, se comunica con el embajador norteamericano en El Cairo y le pide gestionar su viaje a Estados Unidos. Pero la respuesta del presidente Jimmy Carter es negativa. No quiere problemas con los nuevos gobernantes iraníes, que nadie sabe como vienen. Además, los gringos saben que "rey muerto, rey puesto". El formidable aliado durante 37 años era políticamente un rey muerto y EU no tratan con un rey muerto.
Las cosas se complican. ¿Dónde ir? No lo quieren en Egipto, tampoco en Francia ni en Estados Unidos. Ahí surge Marruecos. Allí gobierna el rey Hassan II y se piensa que pudiera acogerlo. Lo recibe, pero advierte que por corto tiempo. A los dos meses, complicada la geopolítica en la región, con el Ayatolá Jomeini y el nuevo régimen persa, el Rey Hassan II le pide que se vaya.
El Shah no sabe que hacer, no sabe donde ir. Es un momento de tristeza, de impotencia y de rabia con sus antiguos aliados. Todo el mundo lo abandona. Pero dos personajes influyentes, Henry Kissinger y David Rockefeller, se apiadan de él y convencen al gobierno de las Bahamas a recibirlo temporalmente.
En las Bahamas se establece en una villa frente al mar Caribe. Pero se siente incómodo. La villa es pequeña, carece de intimidad y lujos. Al mismo tiempo, la angustia y las atenciones inadecuadas le agravan su cáncer. En ese contexto, el gobierno inglés le comunica que ya su presencia no es agradable. De nuevo se tiene ir. Pero ¿Para dónde? Su inmenso dinero es insuficiente para encontrar un país que lo acoja. El, que en Irán, apenas meses atrás, decidía quién vivía y quién moría, ahora es un apátrida, tratado con desprecio por amigos y enemigos. Le recomiendan México, y como sus opciones son mínimas, acepta. Se hacen las diligencias pertinentes, y el gobierno mexicano del presidente José Luis Portillo lo recibe. México es muy independiente en su política exterior y no teme al Ayotalá Jomeini ni depende de su petróleo. Se instala en México, en Cuernavaca. Es en el único lugar donde no es instado a salir, pero como su cáncer se agrava quiere ser tratado en los Estados Unidos, donde hay mejores tecnologías, hospitales y médicos.
III
De nuevo se hacen gestiones con el gobierno norteamericano, y de nuevo le niega la entrada. Pero finalmente, enarbolando argumentos humanitarios, lo recibe por poco tiempo. Llega a Nueva York muy enfermo. Su cáncer avanza y lo acerca a la muerte. Lo sabe el gobierno norteamericano y el gobierno iraní. Allí es operado, pero pronto tiene que marcharse. En Irán, estudiantes iraníes asaltaron la embajada norteamericana y mantenían como rehenes a decenas de norteamericanos. La crisis es seria. El gobierno norteamericano prioriza la liberación de los rehenes, e inicia negociaciones con el gobierno islámico de Irán, que exige como condición inicial sacar al Shah de territorio norteamericano.
Irán interpreta como un acto de hostilidad abrirle las puertas al Shah. El presidente Jimmy Carter quiere reelegirse y esa crisis parecía entorpecer sus planes. Se le informa al Shah que debe empacar y marcharse. Otra vez el mismo dilema, ¿Dónde ir? Piensa en volver a México. Pero esta vez el gobierno mexicano le dice claramente que su presencia en el país azteca no es grata, puesto que si el país no es bueno para operarlo tampoco lo es para protegerlo. Finalmente Panamá, bajo la jefatura del general Omar Torrijos, por diligencias del propio Carter, lo acoge. Se establece en la isla de Contadora. Pero en Panamá no se siente seguro. No confía en Torrijos y teme ser extraditado.
Hay que huir otra vez. Se escoge a Egipto, y por supuesto Anwar Sadat, que ya tenía bastantes problemas con los países árabes y musulmanes, a causa de haber firmado la paz con Israel mediante los Acuerdos de Camp David, se niega a recibirlo. Pero los gringos lo convencen. El Shah vuela a Egipto, en un avión alquilado para ese vuelo muy privado. En el trayecto, el avión es obligado por los norteamericanos a aterrizar en la isla portuguesa de Azores, donde permanece seis horas. El Shah ignora lo que está pasando a sus espaldas. Desconoce que sus amigos norteamericanos están a punto de extraditarlo a Irán. Ignora que en esas horas, norteamericanos e iraníes, efectúan intensas negociaciones donde los norteamericanos les plantean a los iraníes entregarles el Shah a cambio de la liberación de los rehenes. Ironía de la vida: es el Khomeini quien se niega a aceptar el regreso del último Shah persa a Irán, y eso le salva de ser ejecutado.
Decepcionados ante la negativa del líder espiritual y político Ayotalá Jomeini, los norteamericanos dan luz verde al Shah y su familia a continuar su viaje. Aterriza en el Cairo, donde es operado nuevamente. Su estado mejora, pero poco tiempo. Médicos franceses y norteamericanos viajan para Egipto para atenderlo, pero ya no hay nada que hacer. El 27 de julio de 1980 fallece. Solo así finalizó ese viacrucis que empezó el 16 de enero de 1979 cuando huyó de Irán, tal vez creyendo que pronto volvería, que nos deja una tremenda lección sobre las veleidades y temporalidades del poder.