Hace dos semanas estuve en Hato Mayor. José Rijo Presbot junto al ministro de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, Franklin García Fermín, encabezaron un acto para entregar 60 becas a jóvenes estudiantes de la provincia. Sentada en la última fila del salón fui testigo del entusiasmo natural de quienes bajaban del podio justo después de que les entregaran su carta que certificaba la beca de sus estudios y aquel era un espectáculo de alegría tan contagioso que me flechó. La foto, las risas, los abrazos entre familia y amigos y la complicidad victoriosa que se dio entre ellos. Lo vi todo.

Por un momento me vi en cada uno de ellos y pude ver la ilusión que ofrecen las oportunidades; el alivio de no tener que costear un curso que, muy probablemente, su familia no podría pagar; y saberse privilegiados, sin importar partido político, por un proceso que cada vez parece ser más democrático y justo. Al margen de que se trató de la primera vez que para la selección de los beneficiados, se agotó el proceso formal a través del portal, no en tú a tú o puerta a puerta por conveniencia, y se hizo la entrega en un evento público. Aquel acto me renovó la fe y el entusiasmo.

Este fin de semana pasado estuve en Nagua para conocer el trabajo que junto a un grupo de jóvenes realiza mi amigo Freddy Correa en la provincia María Trinidad Sánchez, la misma tierra que acoge mis raíces familiares por parte de padre y madre, y debo confesar que regresé a la ciudad fascinada. Sinergia, es la palabra que ha resonado en mi cabeza desde que conocí a una parte de los jóvenes que hacen política con él. La química genuina que se da entre ellos; el desinterés en la entrega de sus trabajos; el compromiso que expresan y la lealtad, más que demostrada, con la que asumen la política, despertó mi admiración.

Supe allá del afán y el empeño que ponen en prepararse académicamente, en reforzar sus talentos y habilidades; también en abrir puertas y oportunidades a quienes quizá no tienen los recursos para salir de la provincia a estudiar y bajo el liderazgo de Freddy, con recursos personales que le genera su oficio privado, salen, estudian, se preparan y aplican esos conocimientos para retribuir el favor. La pasión que yo creía extinta en la política, este grupo la mantiene intacta con mucho orgullo. Reina entre ellos un ambiente de compañerismo verdadero, que aunque suene cliché, la verdad es que se percibe como una gran familia.

En estos quince días me he sentido privilegiada, acogida y dichosa de ver que hay gente que mantiene viva la verdadera esencia de la política. Que desinteresadamente le abre caminos y se empeña en el progreso de los demás, especialmente en gente muy joven a la que se le dificulta gestionar sus propias oportunidades y asumir, sobre todo en el aspecto económico, los pasos significativos de avance. Encontrar gente que se ocupa de eso, que retribuye lo que la vida le ha brindado a otros que vienen detrás, es sencillamente noble y loable.

En las palabras de Rijo, en el acto de Hato Mayor, recordaba cómo 50 años atrás había estado en el lugar de los mismos muchachos que recibían su beca, cuando fue favorecido para hacer sus estudios universitarios y dio el salto a la ciudad. Freddy de otro lado, habla con orgullo de cómo salió de un campo tan remoto en Nagua, como La Cimarra, para abrirse camino en la ciudad con apenas 400 pesos en los bolsillos y el favor de gente buena que lo acogió y a quienes hoy le expresa su gratitud eterna. Ambos, desde la política y su esfuerzo personal, gestionan y procuran retribuir con creces las oportunidades que la vida les concedió.

Ambos actos me movieron tanto que me despertaron del descanso sabático de unos meses, en los que sin darme cuenta del tiempo, las ocupaciones le habían vencido el pulso a la inspiración. Sin embargo, ante lo que mis ojos y mi corazón presenciaron en Hato Mayor y en Nagua, quedarme con esa experiencia sin compartirla, era sencillamente un acto de mezquindad, porque insisto siempre y soy una abanderada de ello, en que las cosas buenas deben ser contadas tantas veces sea necesario, hasta que encuentren corazones que las repliquen y se conviertan en ejemplo y legado.