Francia, siempre sorprende. En pocas semanas el país salió del susto generado por el voto mayoritariamente de extrema derecha en las elecciones europeas y, el electorado giró a la izquierda en un tiempo récord.  Mejor dicho, el pueblo francés rechazó los planteamientos ultraconservadores de Marine Le Pen, Bardella y sus aliados y nos hizo recordar, en un instante, que “la Internacional será el género humano”.

A pesar de una situación política sui generis, con un primer ministro a medias, Francia reafirma su genio con el espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos.

Esta ceremonia, con su grandeza y su ímpetu, me hizo recordar otro gran evento, el del Bicentenario de la Revolución Francesa donde una cantante afroamericana, Jessie Norman, hizo vibrar a Francia y al mundo cantando la Marsellesa al pie del Obelisco de la Plaza de la Concordia.

Los organizadores nos ofrecieron una celebracion atrevida, a veces impertinente, que se desarrolló, por primera vez  en la historia de los Juegos, fuera del estadio olímpico. Tuvieron el gran desafío de tener a su disposicion uno de los escenarios más bellos del mundo, el rio Sena y los monumentos que lo bordean.

El espectáculo dio lugar al genio y al derroche creativo de sus autores. Hubo audacia, proezas conceptuales y técnicas en los 12 cuadros históricos que fueron creados en varios puntos del río sobre el cual desfilaron, en alrededor de 100 embarcaciones, la mayoría de los atletas de los 205 países que participan en los juegos.

Desde los lugares icónicos de la ciudad se sucedieron las intervenciones de unos 2,000 artistas con actuaciones a veces delirantes para resaltar mensajes de paz, libertad, inclusión e igualdad. El espectáculo con toques de burlesco e irreverencia reivindicó frente al mundo la historia de una Francia laica, sus mujeres y sus pioneras como Louise Michel y Simone Veil, la diversidad, la evolución de la cultura, el multiculturalismo y la alteridad.

 La fiesta mágica tuvo lugar sobre el agua, sobre los techos y en las calles donde un hombre encapuchado llevó la llama olímpica haciendo homenaje a la industria del video juego francés, hecho que como algunos otros no fueron quizás captados por todos los espectadores. La torre Eiffel fue toda una protagonista con los magistrales juegos de luces que la envolvieron.

El encendido del pebetero dio el real inicio a París 2024. Es una llama olímpica voladora autosostenible, revolucionaria inspirada en los hermanos Montgolfier, pioneros franceses del globo aerostático. Es una creación única, una llama que se elevó en el aire. Colocado en el suelo durante el día, el pebetero despegará todos los días a la caída del sol e iluminará el cielo de París.

Para cerrar la noche Céline Dion, regia y emocionante, en un atuendo de Christian Dior, cantó desde lo alto de la Tour Eiffel el Himno al Amor de Edith Piaf.  A pesar de una lluvia que no paró, la ceremonia de apertura de París 2024 pasará ciertamente a la historia como una de las más polémicas y mejores de la historia.

" Más que todo he querido mandar un mensaje de amor, un mensaje de inclusión y no de división porque pienso que es suficiente, hemos tenido muchas divisiones”, enfatizó Thomas Jolly, director artístico del evento.

Un país que conoció meses de fricciones políticas se reconcilió en el tiempo de una fiesta y vendió su imagen de marca al mundo entero.