El 16 de febrero de 1973, el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó era asesinado junto a sus compañeros Heberto Lalane José y Alfredo Pérez Vargas, por el régimen dictatorial de Joaquín Balaguer. Títere de Trujillo, y luego del gobierno de los Estados Unidos, Balaguer era el hombre que la intervención militar norteamericana había dejado en el poder, con la misión de aniquilar todo hálito sobreviviente del proceso democrático que se había iniciado en el país con la asunción de Juan Bosch como presidente en 1963. Desde el poder, Balaguer estableció un régimen militar de sangrienta represión. Sobraban las razones para alzarse en armas contra los múltiples crímenes y las guerras sociales, económicas y políticas desatadas desde el Estado contra el pueblo dominicano. El siguiente texto de Raúl Pérez Peña (Bacho), escrito en 1981, retrata el paradigma de resistencia encarnado por Caamaño en nuestra historia reciente, dominicana y universal. Es un canto a la esperanza, una invitación a encaminar las razones de nuestra indignación y a continuar el trabajo político por una auténtica soberanía nacional y popular. Es también una crítica a aquellos sectores de la partidocracia tradicional que suelen usurpar la memoria histórica del pueblo dominicano, utilizándola únicamente con fines decorativos y oportunistas. En homenaje a Caamaño, y su legado, hoy patrimonio de lucha, reproducimos este texto publicado hace 43 años.
(Proyecto por la memoria histórica Raúl Pérez Peña (Bacho), auspiciado por sus hijos Juan Miguel, Amaury y Amín Pérez Vargas)
El pasado 16 de febrero se cumplió un nuevo aniversario de la muerte del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó. Más que estar de luto, es un día de reflexión. Pero de reflexión con la frente en alto.
En las aguas del mar Caribe han de flotar las flores lanzadas a la memoria del coronel. ¡Qué coronel aquel! No hay vara para medirlo. Gigante, bravío, indomable. Todo es poco para calificarlo. Ciudad Nueva y el Puente Duarte son nombres escritos en relieve para no borrarse jamás de la historia del pueblo dominicano. Ciudad Nueva y el Puente Duarte son nombres inherentes ya, a la historia de la dignidad en este país. Nombres inherentes a la historia de la rebeldía, del decoro. Y para hablar en nombre de esos nombres hay un hombre: Caamaño.
La bota invasora vino a pisotearnos. Vino a encabezar la ofensiva contra “los comunistas”, que fue el título que se le dio a la intervención (por cierto, un título que no anda muy lejos de lo que reclama hoy el Canciller del “cambio”)[1]. Pero el invasor no pudo humillarnos. Portaaviones, helicópteros, aviones, tanques, carros de asalto, alambradas y las más modernas armas de infantería vinieron a “socorrer la democracia”. Su misión era imponer la sumisión. Pero provocaron la sublevación. Y la más generalizada indignación.
Caamaño encabezó el NO a la invasión. Esa es una historia que no hace falta contar. El pueblo, que la protagonizó, se la sabe de memoria. Y por eso están en su memoria los nombres de Rafael Tomás, de Juan Miguel, de Euclides, de Capocci, de Pichirilo, de Sóstenes, de Lozada, de Elías Bisonó, de Guillén, y de miles que, como ellos, en la guerra o en la “paz” posterior, cayeron víctimas de las balas de la dominación. De igual modo, vivirán perenne en la memoria del pueblo los episodios de la toma de la fortaleza Ozama, del 15 y 16 de junio, del intento de asalto al Palacio y a la fortaleza de San Francisco de Macorís, del titánico enfrentamiento en la compañía militar de “Transportación”, etc.
La Guerra Patria de Abril, como suma de todos esos capítulos de heroísmo y como expresión de la gallardía que ha heredado el pueblo dominicano de los forjadores de la primera independencia y de la Restauración, es el acontecimiento que estampa el tamaño de Caamaño. Por eso, Francisco Alberto Caamaño Deñó sintetiza la tradición de lucha de nuestro pueblo. Él tomó la bandera de Manolo Tavárez y la enarboló a lo más alto para decirle al mundo y al yanqui invasor qué dulce y decoroso es pelear por la Patria, y morir, si fuere necesario. Playa Caracoles reafirmó la firmeza de sus principios. De aquí que por su grandeza el nombre de Caamaño debe mantenerse vivo en la conciencia de todos los dominicanos. A las nuevas generaciones debe inculcárseles su nombre, como símbolo de la dignidad y de la lucha por la soberanía. Las demostraciones de tributo deben hacérsele de cara al sol, de cara al mar, como las flores que a su memoria se lanzarán hoy.
Digo esto porque hay círculos, como la dirección del PRD, cuya reverencia a la figura de Caamaño es muy cuestionable, para no decir falsa. ¿Por qué está en el patio y no en el frente de la Casa Nacional el busto de Caamaño? Si los dirigentes perredeístas han utilizado el nombre de Caamaño para su politiquería en los momentos convenidos, ¿por qué el gobierno no ha hecho nada para traer sus restos a un lugar donde el pueblo pueda rendirle tributo? Si realmente fueran consecuentes con su memoria ya debieron haber declarado el 16 de Febrero como Duelo Nacional, o el 24 de Abril como Día de Fiestas Patrias, o el 28 de Abril como el Día de la Soberanía.
Pero no importa, el nombre de Caamaño está en el corazón de millones de dominicanos.
Gloria eterna al Gran Coronel.
[1] N. del E.: Al momento de escribir el artículo, el canciller del entonces gobierno de Antonio Guzmán (PRD) era Emilio Ludovino Fernández. Anterior a él, la función de canciller de la república de ese gobierno del PRD, la ejerció el general Ramón Emilio Jiménez (Milo), implicado en el asesinato de Caamaño en 1973.