El pasado sábado otro crimen de odio enlutó la comunidad afrodescendiente de EEUU, cuando otro supremacista blanco armado con un rifle de guerra, libremente comprado en una tienda, asesinó en un lugar público a tres miembros de esa comunidad. Otra expresión de lo que algunos juristas llaman crimen de odio, un oprobioso fardo que la sociedad norteamericana lleva sobre su espalda desde hace más de dos siglos. Esa circunstancia ha determinado que sea en el mencionado país donde se produce la mayor cantidad y frecuencia de crímenes de corte racista. Con esos actos algunos sectores buscan afianzar el llamado supremacismo blanco, un fenómeno que existe desde antes de la existencia del mismo EEUU.

Ello así, porque el supremacismo es tan viejo como el mundo y sus manifestaciones, aunque bastante extendida en término de espacio y tiempo, antes eran esencialmente localizas. Sus expresiones, se materializaban como guerras por la conquista de territorios, en la que no pocas veces la religión era el estandarte que guiaba a grandes grupos de individuos, mayoritariamente pobres, en la defensa de los intereses de unas élites que, para engrosar su poder y fortunas, los usaba como carne de canon. Hoy, el supremacismo se expande en todo el mundo, articulado en organizaciones internacionales y con estados que las financian, al igual que a partidos, instituciones de todo tipo y a singulares individuos.

La peligrosidad de esa tendencia en la actualidad es que se nutre de un arsenal de abigarradas y absurdas ideas de la primera mitad del siglo pasado, en gran parte escritas por pensadores al servicio de determinados estados europeos que llevaron al holocausto a millones de inocentes percibidos como “razas”, no solamente por considerarlas inferiores, sino peligrosas; igualmente a inocentes porque pensaban “diversamente”, e incluso por su opción sexual, como al inmenso Federico García Lorca asesinado por las huestes armadas del franquismo. De igual modo, el supremacismo exacerba la intolerancia en la esfera de las diferencias o disputas religiosas, en las relaciones entre algunos países y entre las diversas comunidades que los integran, y que con toda regla son nacionales de estos.

A ese propósito, recientemente en Italia la presión de la conciencia democrática logró la destitución de un general que publicó un libro de corte neofascista, racista, ultranacionalista y homófobo. Con esas ideas, ese personaje está formando un partido las cuales comparten otros partidos y agrupaciones de ese y otros países, reforzando no sólo las ideas supremacistas en el plano del racismo, sino el nacionalismo separatista en aquellos estados donde existen movimientos separatistas. Y es que los linderos entre el ultranacionalismo y el racismo, en estos casos, son prácticamente inexistente. En EEUU, el supremacismo se apoya en la idea de la superioridad del blanco.

El supremacismo norteamericano se ha construido, a lo largo de su historia, sobre esa barbarie que significó las matanzas de muchos de sus pueblos originarios, las matanzas, mutilaciones a hombre y mujeres que fueron sometidos a la esclavitud y a las violaciones sexuales de mujeres esclavas. También, a la segregación racial impuesta después de la abolición de la esclavitud, cuyos principales muros fueron derribados por la acción liberadora de diversas manifestaciones y resistencia de millones de negros con la activa solidaridad de miles de blancos. Todavía persisten en ese país las ideas predominantes en los tiempos de la esclavitud y que se han recrudecido conforme avanzan las conquistas de los sectores de conciencia democrática de ese país.

En otros lugares, las ideas secesionistas/nacionalistas generalmente se basan en la pretendía superioridad de un país, región o minoría nacional sobre otra. Esa “superioridad”, la justifican con cuestiones de supuestas particularidades, étnicas (“pureza” de sangre de los feligreses o nacionales), de un grupo, nación o religión, lo cual ha sido la base de guerras de todo tipo, incluyendo las basadas en interpretación de la fe que enfrenta entre bandos que se disputan la “verdad”, o en la persecución a los llamados infieles, algo que ha sido práctica de las religiones con mayor cantidad de feligreses. Es lo que ha sucedido a en la historia y es el fantasma que recorre el mundo. Es, igualmente, la mayor amenaza que tiene la democracia hasta ahora lograda.

El supremacismo es el más peligroso virus que amenaza la humanidad, se anida en todos los ámbitos de la sociedad y se expande por la situación de incertidumbre sobre el porvenir que sacude el mundo actual. Es esa circunstancia que se convierte en miedo, manipulado por las élites locales, regionales y mundiales para ganar adeptos en el pueblo simple y de ese modo afianzar sus intereses y sus concepciones autoritarias o excluyentes. Es un fenómeno que, como país nos concierne, porque aquí el supremacismo en sus variantes elitista, étnica y ultranacionalista es notorio en grandes y pequeños partidos, en grupúsculos políticos de diversos signos, en sectores sociales y en diversos comunicadores de toda suerte.

En ese sentido, de cara al futuro, cualquier proyecto para este país debe tener en cuenta esta ominosa variable en la política a nivel mundial y local. De ella, resulta imposible abstraernos.