La madrugada del próximo pasado 9 de junio murió, a los 97 años en París, Alain Touraine, considerado uno de los más importantes sociólogos contemporáneos. Su trayectoria intelectual y su amplia producción literaria y científica han impactado de manera profunda las ciencias sociales especialmente en Europa, Estados Unidos y América Latina.
Es el creador de La sociología de la acción, que según el propio Touraine, tiene como propósito estudiar cómo la sociedad se crea, cómo se produce a sí misma, cómo reconstruye el sentido del sistema de relaciones, y de esa forma, mediante el conflicto de concepciones en pugna, se reinventa.
Llegó a decir de sí mismo: “no fui formado por ideas, me formó el mundo en movimiento. ¡Y en drama! De ahí que ningún drama social escape a su mirada, reflexión y análisis.
Sus advertencias sobre los mismos hacen presentes diferencias culturales, étnicas, sexuales, de género, entre otras; y la existencia de grupos sociales o comunidades culturales que reivindican derechos tradicionalmente negados dentro de la estructura política y social.
Touraine elaboró un artículo para la Unesco titulado ¿Qué es la democracia? (1992), considerándola como “régimen en que nadie puede democracia, el cual refiere a un “régimen en que nadie puede tomar el poder y mantenerse en él contra la voluntad de la mayoría”.
Advierte que la democracia no puede reducirse a la organización de elecciones. Se mide por la capacidad del sistema político de elaborar y legitimar las demandas sociales al someterlas directa o indirectamente al voto popular, lo que supone que separa combinar la diversidad de los intereses materiales y morales con unidad de la sociedad. (Touraine. ¿Podremos vivir juntos? 2006).
Touraine reconoce que la educación debe estar al servicio de la democracia y que el papel de la escuela debe ser activamente democratizador. La escuela No se maneja de manera autoritaria. Debe participar en los debates públicos sobre su funcionamiento y los grandes problemas de la sociedad, seguidos de decisiones.
Atribuye a la escuela un papel activo de democratización al tomar en cuenta las condiciones particulares en que diferentes estudiantes y profesores se ven confrontados a los mismos instrumentos y a los mismos problemas.
Sobre la acción de las mujeres dirá que no puede considerarse como la defensa de una minoría. Insistió en la importancia del feminismo para la democracia en El fin de las sociedades (2013) y El nuevo siglo político (2016).
Dirá que la democracia se define en realidad por la libre elección de los dirigentes y no por el carácter "popular" de la política realizada. (Touraine, 1992, párrafo 3).
En cuanto a los inmigrantes sostiene que lejos de considerarlos como una categoría marginal, deberíamos apreciarlos como una población situada en el corazón de problemas que nos atañen a todos.
Acerca de la política hace un llamado a evitar falsos caminos. Sostiene que “si queremos evitar la decadencia que conduce al caos y la dependencia, sin recurrir, por otra parte, a soluciones autoritarias, no tenemos otra vía que la reconstrucción de la vida social, la acción política y la educación”. (Touraine, 2006).
Sostiene que la sociedad civil se descompone cuando las demandas sociales se subordinan al programa político. Considera que aunque debe actuar en conexión de fuerzas políticas no puede confundirse con partidos o coaliciones que manejan la política nacional.
A los intelectuales les recomienda participar en la recomposición del mundo e impedir que se agrave la ruptura entre un universo técnico demasiado abierto y unos nacionalismos culturales demasiado cerrados.
El amplio e invaluable legado editorial de Touraine bien puede describirse con lo expresado por el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince en su libro El olvido que seremos: “los libros son un simulacro del recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo irremediablemente infinito”.