El saldo de muertos que han dejado las inundaciones de este fin de semana en el país es, sin lugar a dudas, lo más triste de esta tragedia. Nueve personas perdieron la vida aplastadas solo con el derrumbe de parte del muro en el paso a desnivel de la avenida 27 de febrero. Una tragedia que, a principio y pecando de optimista, por momentos me dije a mi misma que “esa gente la sacan de ahí” y el desenlace ha sido devastador a medida que las horas han avanzado y los reportes cuentan las víctimas.

Dejando a un lado la tristeza y el pesar que dejan estas muertes, el luto que traen a las familias, a la sociedad dominicana; además, la resaca de las pérdidas materiales como resultado de las inundaciones, ante el cuadro de desolación y desamparo de las familias que han perdido todo, lo mucho o lo poco, pero lo suyo; más allá de todo esto, hay una cuota de reflejo humano y social que traen consigo las tragedias y los procesos traumáticos de los que, con suerte, somos testigos. Reflejo humano y social que evidencia nuestras carencias e irónicamente, una enorme falta de humanidad. Sin mencionar la misma ausencia de conciencia y responsabilidad ciudadana de la que tanto hablamos para después, como siempre, echar la culpa al Gobierno.

Las autoridades empezaron a alertar sobre la posible amenaza que representaban las lluvias anunciadas y aunque no se pronosticaban los efectos que trajo consigo el fenómeno, aún así se tomaron medidas y se hizo el llamado de rigor a la población. El mismo llamado que nos sabemos hasta al cansancio y que la naturaleza nos ha demostrado a la fuerza que no deberíamos subestimar.

A poco más de un año de las inundaciones del 4 de noviembre de 2022, con la fatídica experiencia de aquel día y el saldo trágico que dejó, las lluvias que empezaron a caer desde temprano en el país encontraron a la gente en muchos barrios de la capital y algunos pueblos del país en plena fiesta, música y ron.

Debajo de la estructura del Metro, en Villa Mella, la gente improvisó un teteo; En la 42 de Capotillo se vio el cuadro usual, de todo, menos recogimiento ni prudencia. Lo mismo, pero con lluvia y con un país sumido en la tensión.

Así mismo, establecimientos comerciales abiertos, indiferentes ante lo que se vivía, que tuvieron que esperar que el Gobierno emitiera un decreto declarando no laborable hasta el lunes, y aún así, el domingo nos despertamos con las publicaciones en redes sociales de un salón de belleza abierto, violando la disposición oficial, trabajando normal, aún cuando, dicho por ellos mismos, muchas de sus empleadas habían perdido todo y se vieron obligadas a dormir en el local. Apostando, según ellos, a la productividad y el trabajo.

Gente a orilla de un río desbordado aplaudiendo y celebrando cuando las aguas se llevaban todo a su paso, hasta que la fuerza del agua se llevó un poste eléctrico y provocó una descarga. Hasta ahí llegó el gozo. Un camión cargado con cerveza se accidentó en una avenida de la capital y todavía en pleno siglo XXI se dan los vergonzosos saqueos. Dos ciudadanos bañándose, como si se tratara de un vacacional, en las fosas de la Plaza de la Bandera. Normal.

Puedo seguir, pero esto no está cerca de un reproche a la gente que, a fin de cuentas decide qué hacer con su vida o cómo joderse.

Lo triste de este reflejo humano y social se ve también en otras esferas sociales que en medio de la tragedia politizan el asunto y hacen de la pena un escenario para intentar lucírsela y señalar. Cuántos expertos, politólogos, jueces, investigadores, historiadores, analistas, ingenieros repentinos y hasta videntes se han visto en las redes. Cuánta gente que ha tejido estrategias y ha planteado soluciones irrisorias que funcionan sólo en su cabeza. Cuánta ligereza para juzgar.

La tragedia de este sábado 18 de noviembre de 2023 ha dejado ver nuestras carencias humanas como sociedad, tanta indiferencia de mucha gente, indolencia de otros, la misma ausencia de conciencia y responsabilidad ciudadana y el ánimo carroñero que siempre hace festín en estas situaciones. Lo bueno, dentro de lo malo, es que la resiliencia de este pueblo está más que probada y que la solidaridad se impone y le vence el pulso a los que siempre viven al acecho, apostando a la derrota y el fracaso sólo para sentir que siempre tuvieron la razón.

El momento obliga respuestas, soluciones, solidaridad, sobriedad, respeto y cooperación de todos. Y sobre todo, reflexión sobre lo ocurrido, para que en noviembre de 2024 las aguas no se tiñan de sangre otra vez.