Con un mundo basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría, la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, proclamó Fukuyama en 1992, en su obra El fin de la historia y el último hombre.
Para Francis Fukuyama el fin de la historia se interpreta como el fin de las guerras y revoluciones sangrientas y los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas.
Estados Unidos es, por así decirlo, la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases, afirmó Fukuyama en su destacada obra.
Pero, ¿Cuál poder tiene Estados Unidos?
Moisés Naím, exdirector ejecutivo del Banco Mundial, responde a dicha pregunta cuando escribió en 2013 El fin del poder, en el que sostiene la hipótesis de que el poder ya no es lo que era.
Para Naím, el 9/11 y la crisis financiera de 2008, entre otros factores, desvelaron que Estados Unidos no era tan seguro ni era tan poderoso como parecía porque no podía garantizar ni siquiera en su propio territorio la seguridad y la paz.
De igual forma, Naím entiende que las estructuras del poder se han agrietado. El mundo ya no es solo una constelación de países y organismos supranacionales, con códigos espirituales o confesiones establecidas desde hace siglos. El mundo se ha convertido en un magma en ebullición donde los países hegemónicos ya no tienen la capacidad unilateral de actuar, las empresas grandes o históricas corren el riesgo de desaparecer en pocos años si no están alerta, bastantes sistemas políticos están en proceso de recomposición o directamente en desintegración, el poder blando de los grupos de interés o de acción social es creciente, la creciente atomización de credos y grupos de acción espiritual alteran el statu quo social. Todo cambia y lo hace cada vez más rápido.
Para Moisés Naím son tres revoluciones las causas de tal degradación o división del poder: la revolución del más, de la movilidad y de la mentalidad. Vivimos en una sociedad de abundancia, especialmente en el mundo desarrollado, y los que no lo son, están llegando y además quieren recuperar el terreno perdido aceleradamente.
La movilidad geográfica está desdibujando las fronteras sociales que representan las fronteras físicas y esta ecuación está cambiando de forma lenta, pero crucial las opciones futuras de esas organizaciones jurídicas que hemos dado en llamar países. Finalmente, la revolución de la mentalidad, la sociedad de la información da opciones de elección a muchos ciudadanos que ya no quieren conformarse con ejercicios del poder a la antigua.
Para Naím, en la obra que releo actualmente, en la práctica, se corre el riesgo de que decisiones importantes sean postergadas o no tomadas por la tensión entre poderes, y estos poderes a su vez están bastante más maniatados de lo que se piensa por la existencia de micropoderes y redes de influencia.
Todo ello entraña un mayor nivel de responsabilidad política y ciudadana. La acción política para afinar con las expectativas correctas de lo que es posible es un reto. Advierte Naím que habrá mucha más rotación en el futuro en el poder, lo que obliga a pensar mucho más lateralmente y no solo verticalmente cuando interpretamos la gestión del poder.
Quienes tienen el poder tradicional y desean mantenerlo y aquellos que aspiran a tenerlo o incluso a volverlo a tener deben estar muy conscientes de que los pequeños poderes, las redes sociales y los grupos de intereses, el mayor acceso al bienestar de muchos, la conexión inmediata con el resto del mundo y la información inmediata otorgan a la gente un mayor poder y menos dependencia del Estado.
Dicha realidad implica la disminución de la capacidad de acción de quienes gobiernan y conlleva repensar profundamente la forma de hacer política. Más ahora cuando ya entramos en la precampaña en la que las promesas llueven y la gente puede verificar, tan rápido como entrar en unos de los buscadores, los niveles de coherencia entre el programa de gobierno vendido a la población y la gestión del poder real.
Ya es muy difícil que se pueda intercambiar espejitos por oro. La población tiene mayores niveles de conciencia, producto de un mundo en el que la comunicación es cuasi instantánea y por ello más abierta y transparente. Lo mejor es que quienes van a la política lo hagan para servir, conforme al plan de gobierno que han vendido a la gente para lograr sus votos. Somos cada vez más conscientes.