A pesar del impacto para nuestro país de la cada vez más profunda crisis de Haití y la importancia de un adecuado tratamiento de las relaciones dominico haitianas en medio de la aumentada presión migratoria por las devastadoras consecuencias del desastre en que está tristemente sumido nuestro vecino, y la tímida y poco comprometida actitud de la comunidad internacional para promover soluciones, principalmente los Estados Unidos de América, Francia y Canadá, nuestro liderazgo político ha puesto por encima de la necesidad nacional de que trabajen juntos en la definición de estrategias y acciones, las diferencias y desconfianzas políticas existentes, acentuadas en un año pre electoral.
Ha sido consuetudinario que todos los temas se politicen en nuestro país, sobre todo en tiempos de elecciones, pues los opositores siempre intentan sacar ventaja de cualquier situación para culpabilizar al gobierno de turno, para criticar acciones que en muchos casos ellos mismos hicieron o situaciones que de alguna forma provocaron o nunca enfrentaron, sin embargo deberíamos tener la sensatez de al menos sacar ciertos temas del debate politiquero por su transcendencia e implicaciones, porque así como nos enseñaron probablemente de niños que hay cosas que no se tocan, por los peligros que se derivan de estas, también hay otras con las que no se juega.
Y esto no solo ocurre en nuestro país, sino en muchos otros, incluyendo a los Estados Unidos de América, en el que la feroz oposición entre los líderes de sus dos grandes partidos, y las posiciones extremas existentes en cada uno de estos, juegan cada vez más a la política con tal de sacar beneficios electoreros, como se ha puesto de manifiesto en los últimos meses incluso frente a situaciones consideradas de extrema importancia para dicha potencia, como sus delicadas relaciones exteriores con China, con la que hay una especie de “guerra fría”, y la estabilidad del sistema financiero, como las recientes quiebras del “Silicon Valley Bank” y del “Signature Bank”, lo que ha llevado incluso a algunos analistas a afirmar que esto “podría obstaculizar los esfuerzos para hacer frente a graves crisis financieras y de otro tipo”, distinto de lo acontecido en épocas anteriores en las que demócratas y republicanos fueron capaces de trabajar juntos ante situaciones de crisis.
Si bien es cierto que parte de la culpa puede atribuirse a la desregulación impulsada por la administración Trump para hacer menos estrictas las reglas a cumplir para instituciones financieras de menor tamaño, las cuales habían sido reforzadas por el gobierno de Obama luego de la crisis financiera de 2008, así como a malas decisiones de inversión, para algunos el mayor problema que enfrenta dicho país es su polarización política, y no las probables falencias de su sistema bancario y su regulación.
A medida que se acerque más la campaña en nuestro país la fractura gobierno y oposición será mayor, como lo será también la insensatez, el populismo, y el egocentrismo que llevará a muchos a sobreponer sus apetitos electorales al interés común, pero apostar a que el gobierno fracase en su afán de enarbolar una campaña internacional que haga entender al mundo la historia de la relación dominico haitiana, y la imposibilidad para la República Dominicana de cargar sola con el pesado fardo de la crisis que otros generaron, y de asumir acciones que mitiguen los muchos años de irresponsabilidad y miopía de nuestras autoridades para manejar este tema, sería romper con una regla fundamental no escrita, que manda a que aun en medio del calor de las campañas y del agitado panorama electoral, no se debe jugar con algo tan serio, difícil y complejo, como hacer valer nuestras verdades ante el mundo.
Cuando le conviene, el liderazgo político llega a acuerdos, a alianzas, se distribuye beneficios, y deja en la impunidad sobradas culpas, sin embargo, hacen creer que son feroces opositores y que todo lo que el adversario dice es malo, inútil o innecesario. Por eso el peor enemigo es esa incapacidad de vislumbrar que el país es de todos, y que restamos y no sumamos cuando actuamos como fanáticos de equipos deportivos rivales, que apuestan más a la derrota de su competidor, que a su propia victoria.