La guerra ha sido un lugar común entre los humanos durante toda su existencia en el planeta tierra. Estudiosos de los primates en África del Sur descubrieron que estos animales para defender su territorio de otros chimpancés, son capaces de utilizar la táctica de colocarse sobre lugares elevados y observar el área del enemigo. Aunque dichos primates no estén en esos momentos en enfrentamientos. Para los evolucionistas estos son rasgos protoculturales que heredan los bípedos humanos, a través de su historia evolutiva.
En pocas palabras, nuestra particular predilección por caernos a golpes o a bombazos parece ser el fruto de una herencia biológica, según perciben los antropólogos evolucionistas. No obstante, otros etnólogos opinan diferentes y se hacen preguntas fuera del marco biológico. Su percepción se orienta a colocar la cultura y sus dilemas como el único jardín donde se produce la experiencia perturbadora de la guerra.
Los filósofos en general, consideran que la guerra responde a la moral y a los conflictos que se producen cuando se destruye la armonía y la paz. Es la cultura, el marco en el que se acepta la guerra como fuerza ciega y absurda para dirimir los conflictos sociales y geopolíticos, entre otros. Por ejemplo, Kant se pregunta, si era posible una paz perpetua. Y su respuesta fue tajante. La paz solo puede ocurrir, siempre y cuando el ser humano decida abandonar el mecanismo de la guerra y plantearse la paz, como un fin y un deber.
Los humanos no promueven el pacifismo. Todo lo contrario, exaltan en sus memorias la guerra y la ferocidad. Los rasgos irracionales e incesantes por el poder, controlar los recursos, obtener sin misericordia todo lo que deseamos se comentan como relatos a los niños en las escuelas. La educación promueve narraciones de violencia. Esta lógica está amparada en que el poder solo se logra bajo el derramamiento de la sangre. Este pensamiento se lo debemos a varios pensadores modernos. Uno de ellos es Maquiavelo y el otro es Hegel y sus seguidores.
Estos ideales de los modernos, forman parte de la teoría sobre el cambio. Es una herencia crónica que se sostiene en teorías históricas que solo pueden concebir, los cambios sociopolíticos por medios de las fracturas y la aniquilación de los otros. Entre esas pandillas se encuentran: el nacionalismo, patriotismo, fascismo o socialismo, entre otros.
Los conflictos sociales han generado violencia que van más allá de nuestras comunidades o territorios. Hoy son globales, tienen un carácter político y ético y no pueden explicarse por el mundo de la biología, neurociencia, etc. Pensadores de distintos campos del conocimiento se cuestionan sobre el origen de la violencia y de la guerra. La discusión se ha situado dentro del marco la dicotomía biología y cultura. La biología pretende encontrar genes.
Para Salvador Giner el conflicto y la violencia son parte de la vida social y producto de los desajustes y desigualdades sociales. En el campo de la antropología, expone Levi Strauss que en todas las sociedades premodernas, los individuos necesitaban formar parte de un grupo para sobrevivir. Y esto explica para este pensador que la vida social es la base de la condición humana, la de crear relaciones e integrarse en la sociedad.
No obstante, la vida social lleva al conflicto y en últimos términos a la conflagración. Tales circunstancias son propias de relaciones materiales y simbólicas que se generan en el plano de la sociedad. La desigualdad es una clave para definir esta situación. Los procesos históricos crean realidades políticas que devienen en conflagraciones u hostilidades que avergüenzan nuestra propia humanidad, a la luz de defender territorios, materialidad, aparatos ideológicos y religiosos entre otras.
El pacifismo es un propósito que ha fracasado. Es un proyecto en desuso. No ha sido tomado en cuenta como teoría política, en los actuales momentos, a pesar de las tensiones bélicas existentes en diferentes regiones del mundo.
Las fuertes pasiones por las proposiciones de “los modernos” se concretan en el mundo real y el ciberespacio. Ellos siempre consideraron, la violencia como un medio para el desmantelamiento de las sociedades. Los principios pacificadores como fundamentación para crear un mundo de paz y de respeto a los derechos humanos, no fue su proyecto inicial. El proyecto pacifista es solo un deseo, una metáfora utópica. La guerra es el medio y la paz llegará después.
El proyecto pacifista busca en el marco de los humanos, que cada vida sea reconocida, por su derecho, a la dignidad y a la existencia. Parte de una ética que busque un sentido, bajo el derecho que tienen los seres humanos de vivir sin ser tumbado por un misil, un disparo o un feroz ataque psicológico, entre otros.
En los actuales momentos, la humanidad está envuelta en una guerra que la han titulado como híbrida, otros que estamos en una tercera guerra mundial, o en una guerra justa. El aniquilar al otro como entidad enemiga, es el pago concreto de vivir en una sociedad quebrada y que se envuelve en dar respuestas individuales para defender nuestros intereses ocultos, la revancha por el coste de las pérdidas económicas, humanas y de territorio, etc.
Estamos bajo una mugrienta soledad, en un jardín devastado por el miedo. El armamentismo es un modelo económico que hace crecer la economía. Pero lo más triste es que se te pide que te pongas del lado de tu grupo étnico, patria o territorio, sin importar la sangre o el dolor del otro. Un relato real que gestiona la crisis global. A todos y todas los humanos se nos pide y obliga que aceptemos en lo cotidiano la imagen devastadora de la pérdida de vidas humanas.
Una cultura del horror que vende las atrocidades humanas mientras se construyen culturas de odio. La propaganda del relato bélico oculta la descomposición del viejo modelo de estado/nación. Esta propaganda oculta, que está interesadas en poder obtener grandes territorios y robar recursos, para convertirlo en su jungla perfecta, en sus codicias desbastadoras. La rancia vanidad de los viejos trepadores que aterrorizan los sueños de los inocentes.
Ellos, los cornudos históricos, te piden que te coloques en unos de los bandos que están en una conflagración desbastadora para ambas partes. Esos jugadores apasionados juegan con nuestras vidas. Ellos solicitan políticas de defensa y que confrontemos y formemos bloques. En fin, que aceptemos la muerte como regla inocente. No quieren diálogos.
Yo no quiero apandillarme con ningún bloque o grupillo de matones que con la fuerza ciega de irracionalidades son los que actúan y proponen, en defensa propia la guerra. Los planes parecen lógicos y buenos para defenderse y obtener un territorio y recuperar unos espacios políticos de memorias trasnochadas. Es la gran locura del tánato y sus miserias de la que hablaba Freud con Einstein en su texto del ¿por qué de la guerra?
Yo quiero la paz, los diálogos y una buena ética humana que no distinga a los otros y que procure por encima de los dolores y pasiones, una vida pacífica. Pienso que la angustia me desvela e inspira como a Kierkegaard. Estamos bajo un hedor a sangre. Y estoy en un desconsuelo profundo, mirando con horror los sueños de la parca. No soy ignorante, sobre el poder de ciertos grupos de personas que incentivan el armamentismo y la destrucción de todo lo existente en el planeta. Deseo y sigo pensando sin ser inexperta sobre geopolítica y conflictos sociales, en un espíritu de sueño. Deseo en primera persona, ver y poder hacer palpable el respeto a las singularidades y subjetividades. No me importan los honores, ni las memorias que se obtienen bajo la sangre. Yo prefiero la solidaridad, la justicia, la amistad, la tolerancia y el respeto. Me aferro al pacifismo, porque me induce al eros, al sentido de crear humanidad en un jardín sin miedos.