El cerebro es el primero y principal órgano que aparece en el humano. Regula todas sus funciones a través de músculos y hormonas; identifica quienes somos, qué sentimos; se controla a sí mismo y las conductas, incluidas las lágrimas y las risas, que los poetas románticos decían que dependían del corazón. Lo forman unas células llamadas neuronas, se estiman en más de 200 mil millones. Se comparan como animales alargados que crecen por todas partes y se comunican entre sí a través de unas sustancias llamadas neurotransmisores; y muchas se reemplazan y se reproducen durante la vida del humano.
Se trata de un órgano muy complejo y poco conocido. Hace doscientos años creían que la inteligencia, la personalidad, el carácter de una persona, dependía de la forma de la cabeza; actualmente algunos dicen, “está malo de la cabeza, necesita que lo examinen”. En la década de 1970, hace 50 años apenas, se conocía del cerebro lo que mostraba una radiografía, o sea, una visión muy superficial. Y por ese tiempo, tuve la suerte de presenciarlo cuando mi brillante profesor de neurología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Dr. José Joaquín Puello, recién graduado de neurocirujano en la Universidad de Oxford en Inglaterra, llevó un cerebro a una clase y nos habló de sus aéreas y funciones. Era como la vista de quien viaja kilómetros de altura en un avión y describe lo que ve en la tierra.
Y precisamente, por ese tiempo descubrían en Inglaterra la tomografía computarizada que sirve para detectar daños o mal funcionamiento en zonas cerebrales, al crear múltiples imágenes por dentro. Y por la sustancia, el color, y sus dimensiones, los especialistas como médicos imagenólogos o neuroradiólogos, identifican tejidos y tumores. Por este valioso invento, otorgaron el premio Nobel de Medicina al inglés Godfrey Hounsfield en 1979, una tecnología superada y complementada por la Imagen de Resonancia Magnética Funcional, la más segura y detallada para realizar cortes y tomar miles de imágenes en minutos, de partes blandas y duras; y detectar y diagnosticar rastros de infartos, hemorragias o tumores, incluidos, en aéreas cerebrales.
En 2013, apenas hace 10 años, el presidente de Estados Unidos Barak Obama, lanzó el proyecto Cerebro, con un fondo inicial de 100 millones de dólares, para investigar sus aéreas funciones y conexiones. La finalidad era comprender procesos como la consciencia, el aprendizaje, el lenguaje, el pensamiento, la memoria. Y entender cómo los genes y otros órganos influyen en el desarrollo de enfermedades neurológicas y mentales incurables; entre ellas el alzaheimer; el parkinson y las adicciones a sustancias. También se investigaba la interfaz o conexión entre el cerebro y las máquinas. Y la plasticidad o la capacidad de cambio, adaptación y aprendizaje de nuevas funciones.
Sin embargo, dificultades de financiamiento y coordinación han impedido un conocimiento más profundo del cerebro, que explique las causas y tratamientos precisos de muchas dolencias y comportamiento de individuos, algunos tan dañinos, como aquellos que cometen asesinatos sin sentir remordimiento. Finalmente, vamos a los ejemplos. Fueron cuatro parientes que perdieron la cabeza o la vida. Dos fallecieron con apenas 50 años, uno sufrió una severa quiebra comercial y el otro una crisis matrimonial, que los llevaron a adicción al alcohol y a los juegos. Y en dos, cerca de 60años, con dolencias cardiacas y diabetes, no observaron con rigor, el tratamiento, las dietas ni los ejercicios físicos. En todos y cada uno de los casos, hubo una falta grave de disciplina, porque las adicciones y hábitos se contraen voluntariamente.
La buena noticia es que los expertos previenen los daños cerebrales mediante una dieta balanceada, realizar ejercicios para la buena circulación de la sangre, dormir correctamente para la regeneración celular, mantenerse activo intelectualmente; buscar ambientes naturales libres de contaminantes químicos, físicos y biológicos, practicar técnicas de meditación y manejo del estrés; evitar el uso y abuso de tabaco, alcohol y sustancias ilícitas.
** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.