Bosch y García Márquez. 1979

Debo precisar que el título de este libro compilatorio, “El mundo literario de Juan Bosch”, si bien no es incorrecto, tampoco es exacto. En realidad, toda esta correspondencia de largos años bien compilada no nos habla solo del mundo literario de Juan Bosch, pues no todos los documentos están relacionados con su obra literaria propiamente dicha; diría incluso que solo la mitad, más o menos, lo está. Las referencias a las obras de no ficción –las de pensamiento político y social, y las de historia y sociología- son tan frecuentes como las alusiones a las obras de ficción. Pero el título del libro queda justificado si, bajo el concepto de “mundo literario”, se entiende no solo la producción literaria, sino todo el conjunto de la producción textual de Bosch en sentido amplio.

En entrevistas y cartas Bosch se refiere a sí mismo como un autor atacado y elogiado, pero poco estudiado en el país. Y es cierto. Se le elogia o se le ataca, pero no se le lee. Se le cita, pero no se le estudia. Las lecturas y las interpretaciones en torno a su vida y su obra, cuando no caen en una doxa ligera y superficial, suelen oscilar entre la apología y la detractación, entre la canonización secular y la estigmatización rabiosa. He conocido a epígonos y detractores de Bosch: ni otros ni otros le han hecho verdadera justicia a su persona, mucho menos a su obra y su pensamiento. Por lo general, las posturas se reducen a la adhesión incondicional o al rechazo visceral. Tanto el boschismo acendrado como el antiboschismo furioso son, a mi juicio, hermenéuticas fallidas.

El Bosch de este libro es un hombre de facetas múltiples: el lector, el narrador, el mentor de otros escritores, el marxista original. Bosch es el cuentista dominicano por antonomasia, maestro y señor del cuento. Su cuentística se considera un paradigma del cuento hispanoamericano. Concibe el género del cuento como una expresión artística que se debe estudiar, trabajar y respetar. En entrevista que le hacen JAA y otros escritores jóvenes, en cartas y conferencia, afirma que hay que conocer bien la técnica del cuento y confiesa que dominar el cuento le costó muchísimo tiempo. Ahora que le consideran maestro lo ven como si fuera una tarea fácil, pero a él le llevo años y décadas el tener el dominio del género del cuento, experiencia que obtuvo cuando estuvo en el exilio en Cuba. “Hay que conocer bien la técnica del cuento. Dominar la técnica es dominar el género. Hay en todo cuento auténtico una especie de ‘íntima hermosura’”.

Bosch fue también un escritor que inspiró, estimuló y orientó a otros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, dentro y fuera del país. Fue hombre siempre atento al desarrollo del movimiento social, pero también del movimiento cultural dominicano -literario, poético y plástico-: asistía a exposiciones de arte (menciona una expo de Ramón Oviedo, inaugurada en la calle doctor Báez, habla de la obra de Gilberto Hernández Ortega), a conciertos, a puestas en circulación de libros de otros, departía con gente joven y la orientaba sobre sus obras y sus proyectos editoriales. Recordemos que su vocación inicial no fue la literatura, ni la política, sino las artes plásticas, porque quiso ser escultor y, aunque no pudo serlo, dejó algunos bustos referidos en sus cartas. Atento a la literatura dominicana de los años sesenta y setenta, deploraba el abandono de la escritura por aquellos talentosos poetas y narradores de la Guerra de Abril, excelentes creadores que luego fueron tragados por la publicidad, el mercadeo y la sociedad de consumo. A ellos los animaba a seguir escribiendo, creando, a asumir la escritura, a pesar de los escollos y las dificultades de la vida.

En estas cartas compiladas reconocemos (mejor: redescubrimos) al Bosch lector ávido e insaciable, que confiesa haberse leído veintitrés veces el Quijote de Cervantes y unas seis u ocho veces Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski, y que refiere aquel poco citado pasaje de la gran novela rusa en que Jesús retorna a Sevilla, conocido como “El gran inquisidor”: “Dostoievski se adelantó a su tiempo, como sucede siempre con los artistas, porque los artistas tienen una capacidad especial para ver el proceso de la vida y de la sociedad en desarrollo”.

Ese mismo Bosch que deplora el empobrecimiento del idioma en su tiempo, enfatiza la necesidad de conocer la lengua propia -ese don maravilloso, que es el don de la palabra-, pues “sin este conocimiento no puede haber desarrollo de la capacidad intelectual”. En toda la historia de lo que llamamos civilización humana, “los conocimientos y las ideas siempre se han acumulado y transmitido por medio de la palabra”.

Sin caer en la apología idealizadora, el libro muestra, testimonia y revela. De la lectura de estos archivos escogidos -cada archivo es una unidad informativa- nos podemos hacer una mejor idea de las cualidades del autor: de su seriedad y honestidad en el trabajo, ya fuera creativo o intelectual; de su rigurosidad y meticulosidad en el seguimiento continuo y la revisión de la obra en las galeradas –Bosch escribe y revisa y manda al editor y no está contento con las pruebas y vuelve a revisar y a mandar-; de su decencia y generosidad en el trato a los demás; del ser íntimo y sensible, que se enternece y se conmueve, que atiende a cada detalle, no sólo a los grandes temas del momento, sino a la calidad de la obra que está escribiendo, así como a las relaciones con los otros –lectores, amigos y editores, compañeros de partido, escritores noveles o consagrados, famosos o desconocidos-. Precisamente, una constante en la vida del profesor Bosch, como señala el compilador, fue “su ayuda generosa y desinteresada a los más jóvenes” (desde su natal Neiba, provincia Bahoruco, un veinteañero Julio Cuevas le escribe una carta en abril de 1975).

Bosch y Kennedy