“Cuando la imaginación duerme, las palabras se vacían de significado”. (Albert Camus: Reflexiones sobre la guillotina).
Desde una perspectiva holística, desde la ciencia de la complejidad o teoría del caos, el liderazgo se conforma como tal, es la verdadera configuración y dimensión de varios ítems que cubre el campo de su alcance. Visto así, hay que mirarlo cuasi como un poliedro en su constitución, en su fragua inmensa de su elaboración y trascendencia.
El liderazgo desde esa visión es:
a) Individualidad.
b) Contexto histórico.
c) Momentum.
d) Cultura.
e) Desafío trascedente.
Cada una de esas dimensiones citadas remite a un liderazgo determinado: transaccional, burocrático, transformacional, carismático, tradicional, donde cada uno bosqueja el grueso de su ritual y de su historia, atendiendo a los seguidores y sus reclamos. ¡No hay lideres sin seguidores! El liderazgo no constituye un manantial que se glorifica por su tachadura en sí mismo. Es líder como elemento vital, sine qua non, porque expresa los deseos, anhelos, necesidades, angustia y éxtasis de un grupo, una comunidad o una sociedad dada.
El liderazgo es una fuente inagotable de la cultura, una consecuencia de esta. De ahí que tenemos que visualizar la cultura como catalizadora de conducta aprendida, como el eslabón y peldaño más alto de la cohesión social, como entramado transversal del espacio de la comprensión de la diversidad, ente fulgurante del puente de conflicto y oruga que se transforma en la tolerancia y asunción real y positiva de la diferencia.
La cultura es visible, pero actúa como un manto subterráneo, vale decir, en gran medida no somos conscientes del rol de ella como tamiz y matriz de palanca que sostiene en lo que somos, en lo que hacemos, en lo que decimos, en los compromisos y en la ética que desarrollamos. El liderazgo tiene que ver con la inteligencia cultural que se cultiva y socializa en cada formación social determinada. La inteligencia cultural es como abordamos la tierra a fin de hacerla fértil o árida.
Ese tramo de abordaje se expresa en:
- Creencias y expectativas de una sociedad, en cada instante de la dinámica de su historia.
- Cómo saber administrar las emociones, las reacciones y los actos y comportamientos de los seguidores.
- Cómo asumir consciencia de nuestros actos, comportamientos y cómo influyen a corto, mediano y largo plazo en un colectivo determinado.
El liderazgo como consecuencia de la cultura, que es intrínsecamente aprendida, pues no nacemos con cultura, no deriva en sí misma del proceso de enseñanza, sino de la asunción real de la praxis, vale decir, el liderazgo se aprende en gran medida con la ejemplaridad en lo que hacemos. Por eso el liderazgo, a través de la práctica, se convierte en una ideología que se hace difícil de subvertir, de mutar, de transformar. Tiene que existir una acción deliberada y consciente de trastocar, de producir una metamorfosis, en una práctica de liderazgo dilatada en el tiempo. Por eso, la famosa frase lapidaria “El modo en que usted vea que se use o abuse del poder, es lo que uno hace”.
¿Por qué el liderazgo es referencial y en tanto ilustración, signo y símbolo, se asume ora de manera positiva ora negativa? Porque las leyes o normas se internalizan después de un tiempo y luego pasan a ser cultura cuando se aplican, es decir, cuando se da la institucionalidad, que es la aplicación de las leyes. Pero, como dice Albert Camus “la ley encuentra su última justificación en el bien que hace o no hace a la sociedad de un lugar y de un tiempo dados”. Por ello, el liderazgo tiene como contenido en una línea alineada lo que constituye la institucionalidad. Cultura e institucionalidad se nutren mutuamente como una consecuencia biunívoca, una relación estrecha, una conjunción dialéctica.
El interregno de 31 años en el poder de Trujillo generó todo un espectro de experiencias, de práctica tan vertical que el cargo, la jerarquía, era suficiente para obedecer. Expresiones añosas se oyen decir todavía, tales como:
- No hagas lo que yo hago, sino lo que yo diga.
- El guardia lee al revés.
- El poder es para usarlo.
- Aquí se hace lo que yo diga. Yo soy el jefe.
- La Constitución era un pedazo de papel.
- El peso del patrimonialismo y del neopatrimonialismo, donde Estado y partido, partido y Estado, eran la misma cosa. El Estado como propiedad privada para los actores políticos en el poder.
- La cortedad de las decisiones en el Estado. Poca visión de la elite con respecto al presente y al futuro. Dónde estamos y a dónde queremos llegar con niveles de priorización, jerarquización de las necesidades.
- Ausencia del rol de la elite política con la historia, en su compromiso. No les importa, a una gran mayoría, como serán evaluados.
El ser humano es un producto social, un ente biológico. Cada individuo es a la época que le toca vivir. Joaquín Balaguer prolongó el poder desde una práctica autoritaria. En la Constitución de 1966 afincó la autocracia en el Artículo 55 de la referida Carta Magna. Artículo que se desliza en el 128 de la Constitución del 2010. El híper presidencialismo en el cuerpo político dominicano es como si el ejecutivo de la mansión presidencial todo lo puede. Un presidente de nuestro país es relativamente más poderoso que los presidentes de Estados Unidos y de China, las dos superpotencias del momento, que representan el 43% del PIB mundial y el 21% de la población del planeta en que habitamos.
El liderazgo como pegamento propositivo y trascedente, ha de acometer prácticas disruptivas que enarbolen una nueva dimensión de los desafíos y necesidades de su tiempo. Colocarse a la altura de su tiempo. No revestirse de la praxis nostálgica del pasado que redituamos éxitos temporales y coyunturales. Es cimentarse en un puente solidificado que permita penetrar en las honduras del presente con visión de futuro, canalizando sin miedo los poros que no nos permiten avanzar. Porque no estamos aquí parta regodearnos de nuestra individualidad, sino en un cuerpo colectivo armónico, sinérgico, proactivo, optimista, resiliente, frente a cada obstáculo y dispuesto a ir de la mano con su pueblo, con la verdad como antorcha.
El liderazgo como nueva cultura que haga posible un balance entre la cultura política y las normas establecidas y no el abismo, es una oportunidad para servir, no importa en qué casilla organizacional nos encontremos. Es dejar atrás el musgo de creernos por encima de los demás, como seres especiales, predestinados, que se colocan por debajo de los desafíos de su tiempo y que usan la política como negocio. No es coincidencia que la sociedad dominicana sea en la región, la de más alto testaferrismo, presta nombre. Decenas y decenas, cientos, que son millonarios y no tienen nada a su nombre.
¿Por qué la corrupción creció tanto en República Dominicana, que según el Foro Económico Mundial éramos el octavo de 142 países, con más alta corrupción y el quinto de la región? Porque la cultura, como supuestos o creencias compartidas, se irradió en el cuerpo político y social. La descomposición, putrefacción, podredumbre, perversión, envilecimiento, deshonestidad, se quiso normalizar en todo el tejido societal y nos querían igualar a todos y todas. Como nos dice Camus “… se confunden los valores y las responsabilidades, se igualan los crímenes y la inocencia”. Una pantalla hegemónica cultural: la impunidad se instaló como una norma, una cultura y, en consecuencia, la corrupción, como una verdolaga en el campo, se incrementó.
Edgar Schein nos decía hace más de 30 años que la cultura “es el conjunto de supuestos y creencias aprendidas sobre el cual las personas basan sus conductas”. Para cambiar el liderazgo, como consecuencia de la cultura, debemos hacer un esfuerzo por derrotar los cimientos en que se asienta las ejecuciones del pasado. Tres elementos pautan los ingredientes de la cultura:
- Artefactos (Lo que se ve, se oye, se siente en la jerarquía, estilo, rituales, símbolos).
- Valores practicados (verticalismo/horizontalidad. Alta distancia de poder/cercanía).
- Supuestos compartidos.
En esta fase en que se encuentra la sociedad dominicana, que denominamos transición de los matices, tenemos que desplegar nuestras mejores energías por fortalecer la institucionalidad, por no desconocer nuestra apuesta por una mejor sociedad y convertirnos en mejores personas. Por ello, Alfonso Guerra en conversación con Manuel Lamarca, del libro La Rosa y Las Espinas, decía “Vivimos rodeados de una densa mezcolanza de críticas, pero la mayoría de las veces carentes de una reflexión previa. Se critica mucho, pero se sabe muy poco. Así se producen numerosos cambios de grupo y amplios bandazos de acá para allá”.