El pasado 10 de mayo cumplió un año más de fallecido el doctor José Francisco Peña Gómez. Y como siempre, los dirigentes del PRD y del PRM agotan diversas jornadas radiales y televisivas hablando sobre su liderazgo popular, político y ético. Ambos partidos, en una actitud puramente política, viven disputándose la hegemonía de su legado.

Peña Gómez irrumpió en el escenario político nacional a partir de la muerte de Trujillo, y sobre todo a partir de la llegada el 5 de julio de 1961 de la comisión perredeísta encabezada por Angel Miólan. Esa comisión aperturó un local en un edificio frente al parque Colón. Solo un par de días después, dice Ángel Miólan, acudió allí Peña Gómez, y tras presentarse como locutor, político y revolucionario le expresó su disposición a enrolarse en el Partido Revolucionario Dominicano.

Ángel Miólan quedó impresionado por la personalidad, la voz y el dinamismo de Peña Gómez, razón por la cual le encargó la organización del mitin que el PRD planificada hacer el 18 de julio en los alrededores del parque Colón.

A partir de ese momento, Peña quedó formalmente enrolado en el PRD y paso a paso fue asumiendo tareas partidarias importantes y se fue destacando como una persona talentosa, trabajadora y con facilidad de comunicar sus ideas a través de encendidos discursos, que en el contexto del convulso ambiente político que vivía el país eran recibidos con fervor y algarabía.

La década de los sesenta es clave para entender el liderazgo de Peña.  Contribuyó mucho a su crecimiento político la influencia que en aquella década ejercía la radio, espacio que él, con su voz estruendosa y su verbo incendiaro, aprovechó y conectó muy bien con los sectores sociales marginados. A través del programa Tribuna Democrática su voz fue escuchada por todo el país y era bien recibida.

Su papel en 1965 también contribuyó a su crecimiento como dirigente importante. La casualidad de la vida, que es una categoría histórica, quiso que él estuviera haciendo el programa Tribuna Democrática cuando lo llamó el capitán Mario Peña Taveras y le informó de los acontecimientos que estaban ocurriendo en el campamento 16 de agosto. Entonces, Peña no vaciló. Puso el himno de La Marsellesa y llamó el pueblo a las calles a luchar por el retorno de Juan Bosch al poder sin elecciones.  No hay dudas, ese acontecimiento apuntaló su crecimiento como dirigente popular importante del PRD.

Para 1973, aunque siempre bajo el liderazgo hegemónico del profesor Juan Bosch, a quien calificaba como el gran astro de la política dominicana, ya era uno de los líderes fundamentales del PRD, con una visión e ideas propias, muchas de las cuales diferían de la visión del gran líder. Pero es la salida de Juan Bosch del PRD para formar el PLD lo que lo consolidó como líder del PRD.

No era fácil dirigir un partido con la composición social del PRD y llevarlo al poder.  Y Peña Gómez lo dirigió magistralmente y lo llevó al poder en 1978, cuando, aplicando una política de acercamiento a sectores oligárquicos nacionales, a los liberales de Washington y a la socialdemocracia europea, cercó a Balaguer  y lo obligó a entregar el poder en 1978. Peña Gómez demostró, en contraposición a la visión del profesor Bosch, que era posible sacar a Joaquín Balaguer del poder por la vía electoral.

Bajo su liderazgo llegaron a la Presidencia Antonio Guzmán y Jorge Blanco. Pero cuando aspiró en 1986 hubo de enfrentarse al también fuerte liderazgo de Jacobo Majluta. Aquella lucha fue desgarradora y terminó en la derrota del PRD en 1986 y en su división formal en 1990, cuando Jacobo Majluta abandonó el PRD y fundó el PRI.

Si la salida de Juan Bosch lo convirtió en líder del PRD, la salida de Jacobo Majluta lo convirtió y lo consolidó como el único líder hasta su muerte en 1998.

Tuvo la oportunidad, diría yo, la gran oportunidad de su vida, de ser presidente de la República Dominicana en 1996. Pero no pudo serlo. Contra todo pronóstico, el doctor Leonel Fernández, apoyado por el presidente Balaguer, lo venció. Pero, pese a no ser presidente, su legado como político inteligente, estructurador de alianzas y bloques políticos electorales, y como líder popular y conductor de masas está ahí a la vista de todos. Fue atacado sin consideración. Calificado políticamente de haitiano, injustamente de degenerado y abusivamente de recibir dinero del narcotráfico, nada de eso pudo disminuir su imagen de un hombre íntegro, patriota y honesto.

Peña Gómez no solo tiene un legado político. Tiene también otro legado de crecimiento personal que debe ser conocido por las nuevas generaciones. Peña es el típico dominicano excluido, marginado, vituperado, crecido sin sus padres biológicos y en medio de la pobreza y los prejuicios raciales, que entonces eran profundos en la sociedad dominicana. Y aun así, en base a muchos esfuerzos, inteligencia, dedicación y deseo irrefrenable de crecer y superarse, pudo vencer todos esos obstáculos, y muchos más, y convertirse en el gran líder de masas que fue, querido y respetado por millares de dominicanos, aunque también odiado por otros tantos.

Definitivamente, el doctor José Francisco Peña Gómez, además de formidable líder político, es también un ejemplo de superación personal. En honor a la verdad, al moreno hijo del pueblo, lo único que le faltó fue ser presidente de la República, terciarse la ñoña.