Rafael Trujillo Martínez (Ramfis), el hijo mimado del dictador, visualizado por él como su heredero, no tenía condiciones para asumir las riendas de la dictadura cuando éste faltare. El dictador había hecho mucho para prepararlo como si fuera un gallo de pelea que se prepara con tiempo y paciencia antes de llevarlo a la gallera a pelear. Al final de sus días, sintiéndose agotado política y físicamente, quiso  entusiasmarlo con  esa tarea, que su olfato político le indicaba que podía  presentarse en cualquier momento.

 

Lo había enrolado al poder desde muy temprano, creyendo que con eso pudiera desarrollar en él aptitudes de las que en realidad carecía. Para lo que el muchacho sí tenía condiciones de sobra era para el goce, el disfrute, la vida nocturna, las mujeres y el robo. Pero para el Estado y los negocios públicos no. De chiquito lo había hecho coronel y de adolescente hasta general, y ya de hombre, Trujillo lo nombró Mayor General y Jefe de la Fuerza Aérea. Pero que va. El hombre no quería  ser un hombre de Estado, sino de parrandas.

 

El, eso sí, era un hombre abusador. Tenía un instinto criminal, tal vez heredado de su padre, que había evidenciado con creces en las bárbaras torturas y masivas ejecuciones,  ordenadas y presenciadas por él, contra los prisioneros de las expediciones de junio de 1959.

 

Esas ejecuciones conmovieron la sociedad dominicana, llegando la inconformidad y el espanto incluso a oficiales de las Fuerzas Armadas, particularmente del Ejército y la Marina, que con cuidado y en la confianza de la intimidad familiar y con los amigos cercanos se atrevieron a  expresar sus rechazos a esas matanzas.

 

Un día, narra el doctor Euclides Gutiérrez Félix, cuya opinión merece todo el crédito, "Visiblemente molesto, contrariado, Trujillo  se presentó en el lugar y preguntó, al bajar del automóvil, que quién había autorizado la ejecución de los prisioneros. Ramfis, echándole el brazo por los hombros a su padre respondió: " Fui yo porque ellos vinieron a matarte a ti, a mamá, a mí y a los miembros de tu familia". Abrazado de su padre se dirigieron al automóvil.  Ramfis ordenó a un grupo de oficiales, encabezados por el Coronel Luis José León Estévez, su cuñado, esposo de su hermana Angelita, que siguieran fusilando a los prisioneros y se ausentó con su padre".

 

Obviamente es sobre el dictador, y no sobre Ramfis, que recae la responsabilidad histórica de esas muertes, que era el jefe absoluto del país. Ramfis era el escogido, pero para esa fecha el primero que sabía con claridad de su carencia de talento para el Estado era Trujillo, lo que lo llenaba de amargura y decepción. Varias veces El Jefe dijo públicamente, e incluso en presencia del propio Ramfis, que éste "no sirve para nada, porque no tiene criterio político".

 

Las expediciones de junio de 1959 no derrotaron al régimen, pero sacudieron la sociedad, sobre todo por la forma cruel en que fueron ejecutados los numerosos prisioneros, y porque además la  mayoría  pertenecía a grupos sociales altos y vinculados al régimen. A partir de ese momento  las conspiraciones para matar a Trujillo se intensificaron. Fueron muchas las personas, cada quien por un motivo personal o político muy particular, que se dedicaron en cuerpo y alma a organizar y planificar, sabiendo el enorme peligro que corrían, la muerte del dictador, hecho que ocurrió finalmente alrededor de las diez de la noche del martes 30 de mayo de 1961. Aquella noche siete hombres en tres vehículos, lo interceptaron en la hoy autopista 30 de mayo cuando se dirigía a  Hacienda Fundación y lo cocinaron a balazos.

 

Ramfis se encontraba en Francia desde hacía meses.  Fue llamado primero por su madre, y luego por León Estévez, y sin decirle claramente lo que había ocurrido le  pidieron regresar de inmediato a Santo Domingo. No había que ser sabio para intuir que algo grave había ocurrido. Preguntó dónde estaba su tío Negro, y se le dijo que en su despacho del Palacio Nacional. Entonces preguntó ¿Y dónde está papá? Para esa pregunta no había respuesta porque en ese momento solo se sabía que El jefe estaba muerto, muertecito, pero aun no habían encontrado el cadáver que encontrarían poco después en el baúl del carro de Antonio de la Maza en el garaje de la casa de Juan Tomás Díaz.  Por eso su cuñado solo volvió a insistir, "es necesario que usted regrese en seguido general. Todo está bajo control, pero su presencia es absolutamente indispensable". Entonces Ramfis, intuyendo lo ocurrido, expresó: "Sí. Salgo para allá".

 

Poco después fletó un avión de Air France que lo trajo a Santo Domingo. Aterrizó en el aeropuerto Punta Caucedo, donde fue recibido por sus tíos Petán y Negro, Johnny  Abbes, y el Presidente Joaquín Balaguer. También estuvo ahí, metralleta en mano, el Secretario de las Fuerzas Armadas José René Román Fernández (Pupo).  Descendió del avión "con ojos de borracho y barba de tres días", según narrara décadas después en una entrevista dada a la periodista Angela Peña del periódico Hoy, Ramón Mena Moya, un ex empleado de Pan American, que fue testigo de su llegada. Vino acompañado de su hermano Radhamés, Porfirio Rubirosa, Gilberto Sánchez (Pirulo), "y de una media docena de modelos francesas que eran coristas desnudas del Lido de París". Dicen que dijo "que él no iba a hacer como su papá, que hasta los mamandos iban a morir". Desde el aeropuerto no se fue para el Palacio, sino para su casa a ponerse el uniforme militar, que sin duda era un símbolo de respeto y poder en República Dominicana,  y lo sería más en aquellas horas de turbulencias e incertidumbres.

 

A su llegada estaban en marcha por el SIM del siniestro Johnny Abbes diversos operativos de búsqueda de los autores materiales e intelectuales de la muerte del dictador.  Pero a partir de ese momento todo sería dirigido por Ramfis. Johnny Abbes, mal visto  por Ramfis y por el presidente Joaquín Balaguer, a modo de castigo y destierro, sería designado y desterrado en un cargo diplomático, y el control militar absoluto estaría en las manos de  Ramfis Trujillo.

 

Todos sus esfuerzos se iban a concentrar en vengar la muerte de su padre, y sería una venganza terrible, cruel. Algunos de los conjurados como el teniente Amado García Guerrero,  Antonio de la Maza y Juan Tomás Díaz serían muertos en enfrentamientos a tiros. Esos fueron afortunados. No fueron torturados. Pero otros fueron apresados y  torturados por el propio Ramfis hasta lo indecible. Las mayores torturas las recibió Pupo Román, antes de ser asesinado, amarrado a un árbol, por el propio Ramfis. Lo de Pupo fue un verdadero suplicio, una tragedia, una desgracia de marca mayor. No reivindicado por nadie, ni por trujillistas ni por antitrujillistas, considerado por unos como un traidor y por otros como un cobarde, su cuerpo fue, por órdenes de Ramfis, mutilado y lanzado a las aguas del mar caribe. Según dicen era el hombre de la segunda etapa, la etapa política de tomar el  poder. Pero ¿Qué podía hacer el pobre Pupo? Muy pocas cosas o nada. El heroísmo muchas veces va acompañado de ingenuidad.

 

Luego les iba a tocar el turno a los muertos de la Hacienda María. El 19 de noviembre, minutos antes de salir del país a bordo de la Fragata Mella y con el cadáver de su padre, Ramfis que había ordenado que llevaran los prisioneros a la Hacienda, se cebó contra ellos y los acribilló a todos. Acompañado por altos oficiales que también participaron directamente en el crimen, y que como él habían pasado la tarde bebiendo y preparándose para la matanza, vaciaron sus armas contra los cuerpos indefensos de los prisioneros héroes. Allí cayeron asesinados Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda, Roberto Pastoriza, Salvador Estrella Sadhalá, Modesto Díaz y Luis Manuel Cáceres Michel (Tunti). Los primeros cuatro estuvieron físicamente en la avenida y tienen la gloria de haber participado directamente en el ajusticiamiento del "Monarca sin Corona".

 

Con esa matanza  Ramfis tal vez pretendía demostrarle a su cofradía y a su propia madre, que  entendía que su hijo era un cobarde, que él sí tenía condiciones políticas, que él no era un cobarde y que sabía honrar la memoria de su padre a través de una venganza sin precedentes.

 

Fue la última matanza de Ramfis y de  los Trujillo. Y con ella  no hizo más que demostrar sus instintos criminales y la certeza del criterio de su padre de que "no servía para nada", más que para matar, agrego yo, cobardemente a prisioneros.