La última encuesta Latinobarómetro da cuentas de que en nuestro país y en la región, lenta pero sostenidamente aumenta la cantidad de personas que se inclina por una forma de gobierno que resuelva sus problemas, aun sea este autoritario. De más en más se produce una desafección a la democracia mientras que, inmersos en sus burbujas, sin importar signos ni color político, la generalidad de nuestros partidos y movimientos políticos no advierten la peligrosidad del descreimiento de la gente en los valores básicos de la democracia, un fenómeno que tiende a ser mundial. Es multifactorial, pero es esencialmente producido por un sistema político/económico de carácter mundial capaz de incrementar su capacidad de producir riqueza, sin sortear  sus efectos perversos.

 

La clase política se ha mostrado incapaz de revertir, con relativo éxito, esa lógica del sistema de producir riqueza al tiempo de producir una legión de excluidos y de pobres en áreas hiperdegradadas de las ciudades que, según autores del calibre de Mike Davis, a partir de la década del 30 sobrepasará los dos mil millones de seres humanos. La desesperanza, la incertidumbre y el miedo al futuro avanza de manera inexorable en el mundo, y eso se convierte en factor que impulsa propensión de la gente hacia la búsqueda de la seguridad, sin importar cómo o quién se la ofrezca. Eso se acentúa, sobre todo, en los momentos de quiebra de proyectos de sociedad que concitaron esperanza. La frustración colectiva no siempre se traduce en estímulo a la lucha, a veces conduce a la pasividad, a la búsqueda de un chivo expiatorios o de un redentor.

 

Generalmente, la quiebra de proyectos de sociedad son también fracasos de movimientos políticos de signo democráticos, como sucedió en Europa en el inicio del siglo pasado y lo que está ocurriendo en el discurrir del presente siglo. Entonces y ahora, la propensión colectiva ha sido buscar la seguridad en formas autoritarias de poder, sea este de un redentor o en un sistema. En ambas “soluciones” la gente disuelve su individualidad, sometiéndose a la autoridad “protectora”. Es una constante que registra la historia. Con sus particularidades es lo que sucede en el Occidente del presente, y de ahí el avance de las ideas, líderes, partidos y movimientos políticos y sociales que prometen sistemas políticos de impronta totalitaria. Y no es casual que, entonces como ahora, los líderes y formas de gobiernos que se presentan como alternativa sean de signo nazi/fascistas.

 

Eric Fromm destaca que, particularmente en Alemania, el segmento de la población que más sintió los efectos de la quiebra de los incipientes sistemas democráticos fueron los jóvenes, y que fue este el grupo etario que con mayor ardor abrazó la ideología y el partido nazi. A ese propósito, podría no ser casualidad que hoy en Italia sectores ese segmento de la población se ha constituido en una significativa base de apoye al actual régimen neofascista. Es la respuesta a las veleidades, inconsecuencias y traiciones de un amplio sector de la clase política a la tradición y a las conquistas democráticas logradas por el antifascismo de post guerra en ese país.  También dice el citado autor que, decepcionada por sus derrotas políticas y vencida por la represión, la clase obrera alemana no reaccionó debidamente contra el ascenso del nazismo.

Lo mismo podría decirse ahora de esa clase trabajadora que, decepcionada, en algunos países europeos se ha convertido en una base de apoyo del neonazi/fascismo, pienso en la Francia cuna del socialismo.  Ironía de la historia. En nuestro país, en las últimos cuatro décadas hemos tenido gobiernos que, en sentido general, no han recogido ese sentimiento de cambio, de esperanza y de valoración de la democracia que envolvió la sociedad dominicana luego del ajusticiamiento de Trujillo y con el final político de Balaguer. El presente auge de sentimiento autoritario tiene estrecha relación con esa circunstancia, como también con el incremento de la prepotencia e intolerancia de los poderes fácticos en los ámbitos de la religión y de la economía.

 

La conjugación del fracaso de la generalidad de los proyectos políticos y de partidos con la prepotencia de los poderes fácticos, y la ola del conservadurismo de toda laya que se expande en el mundo, entre otros factores, podrían ser las principales razones que explican el retroceso del país en los escalones que lo situaban en los primeros lugares entre aquellos con alta valoración de la democracia y que poco a poco se esté inclinando hacia la preferencia de un régimen autoritario. El desenlace de esta inclinación es imprevisible, por el momento no se avizora una fuerza con capacidad de instaurar un régimen de fuerza bruta en el país, pero muchas actitudes y prácticas propias de los regímenes de fuerzas actualmente sí se pueden identificar. De esos indicadores, mucho se ha escrito.

Finalmente, con una clase media asustada por la inseguridad urbana, una juventud que mayoritariamente desea emigrar hacia otro país porque este no le garantiza sus aspiraciones y sin una referencia de sociedad que conjugue la igualdad de oportunidades con la libertad, una apuesta por un régimen autoritario y represivo puede constituirse una amenaza real. Hasta ahora hay posibilidad de abortar esa amenaza. Tenemos tiempo.