El general Gaspar Polanco y Borbón vino al mundo en Corral Viejo, Guayubin, en 1818. Era hijo de Valentín Polanco y Martina Borbón. Luchó con denuedo en las guerras de independencia, comandando, con grado de coronel, en las diversas campañas que se libraron en la línea noroeste, con asiento en el denominado “regimiento de entre los ríos”, jurisdicción de su pueblo natal.
Al iniciar la epopeya restauradora, había alcanzado ya el grado de general y había sido jefe militar de la sección de La Peñuela. Ya anexada la república, como militar que estaba entonces al servicio de las tropas del gobierno, tras, le correspondió participar en los intentos de pacificar, en calidad de comandante de caballería, a los insurrectos que se levantaron en febrero de 1863, iniciado el primer conato de rebelión en pos de restaurar la soberanía conculcada.
No obstante lo expuesto, cuando se produjo el Grito de Capotillo, el 16 de agosto de 1863, y comenzó en firme la lucha por restaurar nuestra independencia, en el famoso combate de Guayacanes, a decir del historiador Rufino Martínez, “fue el primero y más importante hombre de armas que se pasó a las filas de los patriotas, ocupando inmediatamente puestos de preeminencia, tanto por su ya reconocida jerarquía militar como por la decisión con que supo llevar adelante la guerra”.
El destacado historiador puertoplateño trazó un perfil de su carácter al afirmar que era un: “hombre criollo y tosco, ignorante del valor de la vida y dotado en alto grado de la entonces estimable cualidad de la bravura. De carácter duro e inflexible, amaba el peligro de la guerra y lo imponía como castigo a los indisciplinados”.
Por su parte, el Capitán de Infantería de las tropas españolas Ramón González Tablas en su “Historia de la Dominación y Última Guerra de España en Santo Domingo”, trazó un perfil de Polanco: “mulato, de color pardo claro y enjuto de cara, de cinco pies y cinco pulgadas de estatura, pero doblado y desgarbado de cuerpo. No sabía leer ni escribir”.
Y el destacado historiador vegano Manuel Ubaldo Gómez en homenaje rendido en La Vega al general Polanco, el 6 de septiembre de 1938 dijo de este que: “era un hombre ignorante; pero de buen juicio y de familia distinguida”.
2.- El general Polanco y la hazaña del 6 de septiembre de 1863
Cuando camino de Santiago, los restauradores perseguían a Buceta, Polanco se encontraba al frente del cantón general de Quinigua, pero levantó el mismo para dirigirse hacia el centro de la ciudad, en poder de las tropas ocupantes.
Pasó arrolladoramente por Gurabito, ya en las proximidades de Santiago, enfrentando, en fiera contienda, a los generales Hungría, Buceta y Alfau hasta arrinconarlos en la Fortaleza San Luis y con similar arrojo se enfrentó a las tropas comandadas por el coronel Mariano Cappa y el valiente Juan Suero.
Los españoles estaban dirigidos por Buceta y los nuestros por Polanco, secundado por Gregorio Lora, quien días después resultó herido en la contienda y vio llegar la muerte en Moca, Ignacio Reyes, Luperón, Benito Monción y otros paladines, mientras, desde el Castillo de Santiago, tomado días antes por los generales Juan Antonio Polanco y Pepillo Salcedo, eran asediados los españoles en la fortaleza con la artillería muy bien dirigida por el mecánico Lancaster, de ascendencia norteamericana.
El general Polanco, contrariando incluso el razonamiento de probados compañeros de armas, en calidad de jefe de operaciones, dispuso la toma de la misma en la espantosa batalla del 6 de septiembre de 1863. Y fue él quien para lograr tan memorable hazaña, impartió la orden a un soldado de Licey, Juan Burgos, de incendiar una casa contigua a La Fortaleza. El fuego se expandió como pira ardiente para un sacro holocausto, reduciendo a cenizas la ciudad hidalga. Así la describiría, unos días después, la inspiración poética de Manuel Rodríguez Objío:
Fue…nada queda ya, yertas cenizas
El hogar do habitaba la opulencia,
Cubre doquier, y la inconstante brisa,
Con ella retozando burla a su vez la mundanal demencia.
El gobierno provisorio se constituyó sobre las cenizas de Santiago, el 14 de septiembre de 1863, tras abandonarla el día 13 los españoles a quienes persiguió encarnizadamente el general Polanco con sus huestes bravías, disputándole entonces, palmo a palmo, el control de Puerto Plata, donde los combatió durante catorce meses, punto estratégico fundamental, lo mismo que Montecristi.
3.- Polanco contra Salcedo y el germen de una combatida gloria
No es pretensión del presente artículo analizar la figura y desempeño del general José Antonio Salcedo (Pepillo) ni desentrañar ahora las razones que diversos historiadores han esgrimido como explicativas de sus glorias (fue soldado valeroso en la independencia y en la restauración), su ascenso y su caída.
En torno a esta última, si en las noches cantonales alentaba por lo bajo el retorno de Báez; si se hizo proclamar primer presidente del gobierno restaurador mintiendo a Luperón y sin consentimiento de Polanco; si trataba a los compañeros de armas con rudeza y despotismo; si de forma subrepticia propiciaba negociaciones con los enemigos; si le faltaron habilidades y destrezas militares en el momento supremo de la lucha; si era amigo de la distensión y la parranda y propició con su desidia que el barco español Fernando el Católico sorprendiera y capturara en las playas de Montecristi la goleta cargada de armas que, como apoyo a los valientes restauradores habían enviado los exiliados dominicanos desde Curazao; si ordenó a Pedro Florentino ejecutar a Luperón; en fin, si sus manos se consideraron ineptas para salvar la guerra revolucionaria, son estas ponderaciones que ameritan ser escudriñadas a la luz de la justicia y la objetividad histórica que ha de poner en balanza sus errores y sus aciertos.
Lo que cuenta para el caso es el hecho que ya había ganado terreno la rivalidad en el liderazgo restaurador y el 10 de octubre de 1864, Salcedo, primer presidente del gobierno en armas, fue derrocado por Polanco, asumiendo la vicepresidencia del gobierno Ulises Francisco Espaillat. El 21 de enero de 1865, Polanco fue también derrocado por Pedro Pimentel, Benito Monción y Federico de Jesús García, no sin antes ordenar en las playas de Maimón la ejecución de Salcedo.
Este controvertido hecho de sangre- que es preciso ponderar en el contexto epocal en que se llevó a cabo, más allá de condenas y apologías extemporáneas- cayó por décadas como pérfido anatema sobre la figura del general Gaspar Polanco, ensombreciendo sus hazañas y apocando su gloria.
En el caso del general José Antonio Salcedo, la benemérita sociedad cultural santiaguense “Amantes de la Luz”, presidida entonces por Don Persio A. Franco, a proposición del periodista e historiador Pedro María Archambault, dispuso en octubre de 1923 una investigación popular sobre su personalidad pública a fines de confrontar los hallazgos de la misma con “ el manifiesto de la revolución de la línea noroeste levantada por Pimentel, García y Benito Monción”, con la cual se produjo el derrocamiento del general Gaspar Polanco, acusándole de ser el autor intelectual del fusilamiento de Salcedo, ejecutado en la playa de Maimón, como ya se indicara, un 5 de noviembre de 1864.
La referida investigación, que se extendió hasta principios de 1928 y tuvo conformada, además de Archambault, por el Pbro. Manuel de Jesús González, el Profesor Rafael Reinoso e Israel Santos , contó con soporte de una subcomisión creada en Montecristi, recabando importantes testimonios de testigos y actores de la localidad.
La misma, al culminar su trabajo, arribó a la conclusión de que “era merecida la justificación del héroe purísimo José Antonio Salcedo”, proponiendo, tras la conclusión de sus hallazgos, que debía celebrarse una solemne apoteosis, “que revistiera proporciones de reivindicación nacional” el 16 de agosto de 1928 y que para la ocasión se dispusiera el traslado de los restos de Salcedo desde Puerto Plata a la Iglesia Mayor de Santiago.
El historiador Rafael Senior al referirse a dicha investigación, sin desdeñara sus hallazgos, señaló que la misma, al igual que el libro sobre la “Historia de la Restauración” de la autoría de Archambault, “…están ambos tan llenos de inexactitudes que un mero conocedor de la historia tiene que repudiarlos en ese aspecto”, pero lo que nos interesa destacar aquí, y de ahí el haber dedicado unos párrafos a la reivindicación de la figura de Salcedo, es el hecho de que el homenaje a Salcedo, antes indicado, no fue óbice para que diez años después, el 16 de agosto de 1938,la misma Sociedad “ Amantes de la Luz” fuera proponente junto a distinguidos munícipes veganos, de la apoteosis que al general Polanco le fuera rendida en la “ Ciudad culta y olímpica” y en la cual pronunció una brillante alocución el destacado historiador vegano Don Manuel Ubaldo Gómez y Moya.
El referido acto cabe considerarlo como uno de los primeros intentos para reivindicar las hazañas y glorias del general Gaspar Polanco.
4.- El juicio de los historiadores sobre el general Gaspar Polanco a partir de 1952: García Lluberes, Senior y Bosch.
Así como en 1938 lo hizo Manuel Ubaldo Gómez, cabe al destacado historiador Alcides García Lluberes, hijo del historiador nacional José Gabriel García, el mérito de revalorizar con su pluma la figura del general Gaspar Polanco, ya avanzada la era de Trujillo.
Lo hizo en un interesante trabajo publicado en la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, bajo el título “Gaspar Polanco” (Cf. No. 93, Mayo-Agosto de 1952, pp-89-106).
En la ocasión consignó “…a nuestro humilde parecer, Gaspar Polanco y Borbón es la primera espada de nuestra asombrosa guerra restauradora. De los hechos de armas más señalados y heroicos de ésta, ninguno se halla desligado de la tremenda efectividad de su tizona”. Este juicio, lo repetiría diez años después, en interesante artículo publicado en el periódico “El Caribe”.
Con posterioridad a García Lluberes, otros historiadores, como Rufino Martínez, Emilio Rodríguez Demorizi, Rafael Senior y Juan Bosch se encargaron de colocar en su justo relieve la figura del general Gaspar Polanco.
Conforme las consideraciones de Senior: “…historiadores sin emoción, parciales y con ceguedad sobre la verdad de los hechos han tratado y han querido orientar la opinión pública, considerando que la ejecución de Salcedo fue un acto de venganza y temor político de Polanco, pero el tiempo, la filosofía de la historia, la verdad que se impone ha dado paso a la glorificación de Polanco”.
Y afirmaba, en 1968, en elogio de la combatida gloria del guerrero restaurador: “ el general Polanco es el brazo olímpico que respalda y pone seguridades de triunfo al gesto grandilocuente de Capotillo, porque realmente, a los ilustres soldados que surgieron de la niebla la madrugada invicta, les faltaba un jefe que los condujera y unificara para la victoria de la causa redentora, y este hombre- Polanco- que sale de su hacienda de Peñuela en el momento oportuno, y que los abnegados de Capotillo le entregan el mando , realiza el mismo día la notable acción de Guayacanes, donde los españoles y dominicanos que le acompañaban huyen con Buceta, muriendo en el encuentro distinguidos oficiales peninsulares, y con esa derrota, los restauradores alentados, avanza campo libre sin obstáculos rumbo a Santiago de los Caballeros, la misma ciudad gloriosa que el 24 de febrero del mismo año, había iniciado la Restauración, acto el de Santiago que culminó con la sangre de los mártires del 17 de abril siguiente”.
En 1981, el profesor Juan Bosch también levantó bandera a favor de la reivindicación de la figura del general Gaspar Polanco. Sostuvo entonces que: “ el pueblo dominicano cree a pie juntillas que el gran héroe y jefe militar de la Guerra Restauradora fue Gregorio Luperón, y sin duda fue un héroe y un jefe militar, y además el prestigio que conquistó en esa guerra iba a llevarlo al liderazgo del Partido Azul, pero el gran jefe guerrero fue Gaspar Polanco, a quien se menciona de tarde en tarde como si tuviera menos categoría que Benito Monción, cuyo nombre le ha sido dedicado a plazas y calles y hasta a un municipio, y lo cierto es que si una mano poderosa hubiera podido sacar a Gaspar Polanco de la fila de los restauradores en los primeros veintiún días de la guerra es casi seguro que la historia de esa epopeya sería otra”.
5.- El general Gaspar Polanco , el final de sus días y el traslado de sus restos al Panteón Nacional.
Sólo en la intrepidez del combate parecía encontrar el fiero general Gaspar Polanco solaz para su espíritu indómito. Era, como afirmara Rufino Martínez: “hombre de campamento que se regocija en la función de guerra como el ejercicio más grato de su vida, se prestaba a encender la tea revolucionada con cualquier motivo”.
Y es así, que en la contienda librada en Sabana Esperanza, en defensa del gobierno del general José María Cabral, resultó herido en un pié el 13 de noviembre de 1867. Resultado de la misma, conforme explicara García Lluberes, que además de historiador era médico, contrajo el virus del tétanos, cuando la bala le incrustó en la articulación tibiotarsiana la estrella de la espuela que llevaba puesta al momento del combate, la cual, al tocar el suelo recogió el bacilo de Nicolaier, agente específico del virus mortal.
De Santiago, fue trasladado a la Vega, donde fue acogido con todos los merecimientos de que era acreedor por quien fue su compañero de armas y entrañable amigo desde la Batalla de Sabana Larga, el connotado sacerdote vegano Dionisio Valerio de Moya y Portes, parte de esa memorable familia, Los Moya, de quien dijo Rufino Martínez que eran de “los pocos dominicanos que sabían ser ricos”.
En procesión solemne y enlutecida fue paseado el féretro por la Plaza de Armas, y tributados los honores fúnebres que previene la ordenanza, se procedió a la inhumación del cadáver al pie de la primera grada del presbiterio de la Iglesia Parroquial, como consignara Don Manuel Ubaldo Gómez.
Desde entonces, la Iglesia Parroquial de la Ciudad Olímpica sirvió de abrigo a sus mortales despojos hasta que un decreto del Presidente Balaguer, el No. 4779, del fecha 5 de agosto de 1974, dispuso que en fecha 16 de agosto de ese mismo año sus restos fueran traslados con la debida solemnidad al Panteón Nacional, coincidiendo con la inauguración del mismo y la demolición de la antigua iglesia para ser transformada en sede catedralicia.
Cabe significar, al respecto, que desde el 2 de junio de 1956, mediante la Ley No. 4463, el régimen de Trujillo dispuso que la última morada de los héroes y mártires de la patria fuera la antigua iglesia de los jesuitas. Balaguer, en los albores de su tercer mandato, dio cumplimiento, diez y ocho años después, a la indicada normativa.
El referido decreto de Balaguer dispuso, de igual manera, que el 16 de agosto de 1974 fueran trasladados al Panteón Nacional los restos de los próceres Santiago Rodríguez, Pedro Alejandrino Pina y Cayetano Rodríguez, José María Cabral, Gregorio Luperón y Benito Monción, que ya reposaban en la Capilla de los Inmortales, de la Santa Iglesia Catedral Santa María La Menor.
En el caso de Polanco, se cumplirían así, 107 años después, las proféticas consideraciones que varios historiadores atribuyen a Pedro Francisco Bonó, escritas el 17 de diciembre de 1867 en “El Monitor”, un mes y días después de la muerte del legendario guerrero restaurador: “…la vida de ese campeón de la Independencia y de la Libertad, fue brillante y digna de un juicio ulterior más detenido”.