Grande, por muchas razones, fue el Dr. Heriberto Pieter (1884-1972), ese legendario galeno, científico, humanista y filántropo, de quien expresara tras su muerte el gran intelectual y escritor Freddy Prestol Castillo( 1914-1981), que: “…en un país de prejuicios, en voz baja, pisoteó la tradición de la Colonia que versificara Meso Mónica, la cual no concebía negro ni médico Arzobispo…luchador magistral, diremos al verlo, ya convertido en estatua por decisión de todo un pueblo, precisamente en una tierra donde la Ordenzanza colonial rehusó el caballo a los negros, y dónde, la tradición del Código de los suplicios intentó castrar el destino de los hombres por torpes razones de color, aún en una sociedad mezclada-fértilmente mezclada”.
![El-Dr.-Heriberto-Pieter-en-foto-de-juventud-dedicada-al-combativo-periodista-e-intelectual-Miguel-Angel-Garrido--514x728 El-Dr.-Heriberto-Pieter-en-foto-de-juventud-dedicada-al-combativo-periodista-e-intelectual-Miguel-Angel-Garrido--514x728](https://media.acento.com.do/media/storage02/uploads/2025/02/El-Dr.-Heriberto-Pieter-en-foto-de-juventud-dedicada-al-combativo-periodista-e-intelectual-Miguel-Angel-Garrido--514x728.webp)
Muchas y aleccionadoras son las vivencias relatadas por Dr. Heriberto Peter en su valiosa “Autobiografía”, cuya primera edición publicara como Vol. 50 de su imprescindible colección “Pensamiento Dominicano” el siempre bien recordado don Julio Postigo, en el mes de abril de 1972.
Tras una lectura atenta y sosegada de la misma se encuentra uno a cada paso con revelaciones y datos insospechados, imprescindibles para conocer la intrahistoria de nuestro devenir desde finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX, como también para auscultar meandros sinuosos, pero altamente iluminadores de ese complejo e intrincado laberinto que constituye la dominicanidad.
Cabe recordar, como ejemplo de lo antes expuesto, aquel episodio que relatara en sus memorias el Doctor Pieter según el cual, cuando se disponía a prepararse para viajar a Paris a perfeccionar sus estudios de medicina, entre 1910 y 1911, un diputado amigo suyo, el Dr. Alberto Gautreaux, representante por la provincia de Samaná, donde prestaba sus servicios médicos, propuso al gobierno conceder una beca al prometedor galeno.
Un diputado, colega del Dr. Gautreaux, enterado de sus loables propósitos a favor del Dr. Pieter se opuso tajantemente a los mismos, afirmando que “ningún negro debía ser becado por el erario nacional”.
A este respecto, reflexionaría en retrospectiva el sabio galeno: “…su extraña furia contra mi ganó lo que él recomendaba. ¿Por qué tan aguda saña? Nunca he podido saber el fundamento de esta insólita conducta. Cosas veredes…”.
Apasionante resulta, por igual, abrevar en las edificantes memorias del Doctor Pieter durante la primera intervención americana; sus andanzas como médico rural en San Francisco de Macorís, Salcedo, hoy Provincia Hermanas Mirabal, Samaná y otras localidades del país; de sus importante como difícil periplo vital en Haití; de su encuentro en Saint Thomas, camino hacia Burdeos, con el ex. Presidente y ex. sacerdote Carlos Morales Languasco, a quien ofreció una modesta ayuda económica, compadecido de su miseria, tras encontrarlo vendiendo billetes de la lotería nacional dominicana por no disponer de medios económicos para asegurarse su sustento.
Y cómo sustraerse a la emoción provocada ante lo relatado por el Dr. Pieter respecto a sus difíciles relaciones con los interventores norteamericanos durante la primera ocupación; el desagrado de los mismos con su tajante respuesta respecto a la inutilidad de practicar una craneoctomía a un sujeto moribundo, dado que ya la misma, penosamente, no podría arrojar ningún resultado positivo y cómo, en tal ocasión, como siempre en su vida, prevaleció el sentido de la ética profesional cuando no rehusó atender al referido paciente aún sabedor de que se trataba de un compatriota que “… ganaba su pan y su deshonra espiando y matando a compatriotas que luchaban por nuestra liberación”.
No obstante el interés que despiertan tan interesantes memorias, un episodio en particular, relacionado con la primera intervención centra la atención de la presente columna centra la atención del presente artículo. Conviene, no obstante, antes de entrar en los pormenores del mismo, una necesaria contextulización.
Hacia 1920 hizo época un episodio lacerante que conmovió al país y fue dado a conocer, para deshonra de los ocupantes, en otras partes del mundo: las horribles torturas inferidas en Salcedo a un modesto campesino de nombre Ramón Leocadio Báez, mejor conocido como Cayo Báez (1892-1983).
![La-famosa-foto-de-Cayo-Baez-que-mostro-al-mundo-los-vejamenes-de-los-interventores-hecha-por-el-Dr.-Heriberto-Pieter-con-la-colaboracion-de-Carlos-F.de-Moya--426x728 La-famosa-foto-de-Cayo-Baez-que-mostro-al-mundo-los-vejamenes-de-los-interventores-hecha-por-el-Dr.-Heriberto-Pieter-con-la-colaboracion-de-Carlos-F.de-Moya--426x728](https://media.acento.com.do/media/storage02/uploads/2025/02/La-famosa-foto-de-Cayo-Baez-que-mostro-al-mundo-los-vejamenes-de-los-interventores-hecha-por-el-Dr.-Heriberto-Pieter-con-la-colaboracion-de-Carlos-F.de-Moya--426x728.webp)
La revista Letras, de Santo Domingo, describiría, poco después de lo ocurrido, aquel indignante vejamen: “la historia de Cayo Báez es breve. Avecindado en la población de Salcedo, se distinguió por su modestia, su honradez y su laboriosidad. Gozaba, gracias a su trabajo, de ese bienestar que el hombre campesino sintetiza en esta frase “tiene sus matas de cacao”.
Oficiales americanos y soldados de la Guardia lo torturaron de diversas maneras…entre las torturas que le hicieron…hubo la siguiente: se ponían en fogón improvisado “mochos” o sea machetes para usos del campo, y cuando los “mochos” estaban al rojo se le aplicaban en la piel a la infeliz víctima”.
En 1972, más de cincuenta años después de aquel abuso horripilante, cargado de achaques, dolencias y penurias, Cayo Báez describiría aquella barbarie a la destacada periodista Ángela Peña, en el rancho de yaguas donde habitaba en Los Pedregones, de Bonao: “yo tenía buenos trabajos, dinero, doce puercos, ciento ocho gallinas y una cosecha de frijoles que me dejaba más de veinte cargas. Tenía la novia para casarme, cuidaba caballos a medias y treintiseis y tres cuartas tareas de tierra…un colin, cuchillo y machete. Ellos, (los norteamericanos), se comieron los puercos, y las gallinas, soltaron los caballos y yo perdí a mi novia porque más nunca serví para nada”. Esto lo decía a causa de los golpes terribles que dañaron su salud para siempre.
![Cayo-Baez-ya-anciano-y-enfermo-en-foto-que-le-hiciera-la-periodista-Angela-Pena-en-1972--312x728 Cayo-Baez-ya-anciano-y-enfermo-en-foto-que-le-hiciera-la-periodista-Angela-Pena-en-1972--312x728](https://media.acento.com.do/media/storage02/uploads/2025/02/Cayo-Baez-ya-anciano-y-enfermo-en-foto-que-le-hiciera-la-periodista-Angela-Pena-en-1972--312x728.webp)
Altamente conocido es el dramático episodio relativo a la indignación que provocó en el probo juez y patriota santiagués Dr. Juan Bautista Pérez Rancier (1883-1968) aquel abuso incalificable. Presa de incontenible indignación arrojó del estrado la imagen del Cristo de marfil tras contemplar las terribles cicatrices de aquel humilde campesino quien compareció a juicio en la Corte de Apelación de Santiago, suspendiendo en el acto la continuidad del mismo, aquel memorable 28 de febrero de 1920.
“Se suspende el juicio. No juzgaremos a estos hombres, infelices instrumentos, hasta que los reos de ése y otros crímenes sean sometidos y sobre ellos caiga la acción penal correspondiente”, fueron las expresiones de aquel prócer civil que fue el Dr. Juan Bautista Pérez Rancier tras contemplar airado el atropello inconcebible contra Cayo Báez.
Precisamente en 1972, Ángela Peña citó una conmovedora carta que a su retiro en las Islas Canarias, de donde no regresaría jamás al país tras oponerse a los desmanes de Trujillo, envió Cayo Báez al Dr. Juan Bautista Pérez Rancier evocando aquel dramático episodio:
La Salina,
Bonao, Rep. Dom.
Señor
Dr. Juan B. Pérez
Tenerife, España
Mi querido y nunca olvidado amigo:
Van estas cortas líneas para enviarle un fraternal abrazo de un viejo amigo que aún en mi ancianidad y lo distante que nos encontramos lo recuerdo siempre agradecido.
Ya estoy muy viejo, pero todavía vivo y camino. Ahora vivo aquí en este campo de Bonao, pues no tengo lugar donde acabar de pasar los días que me quedan en la tierra.
Los amigos me están ayudando y pienso quizá si Dios y algunos me ayudan a parar un rancho donde recostar la cabeza.
Don Juan, yo le pido a Dios por su salud y que se conserve bien, y ojalá no morir sin antes tener la dicha de volver a verlo.
Sin más, deseándole felicidad y larga vida, me despido con un sincero abrazo,
Su leal amigo,
Cayo Báez
Sección La Salina, Bonao
Nota: Yo soy aquel viejo que los americanos me quemaron cuando la ocupación en 1916. “
Probablemente muchos ignoran que esas fotos conmovedoras de Cayo Báez fueron tomadas por el Dr. Heriberto Pieter, con la valiosa colaboración del Lic. Carlos F. De Moya.
El doctor Pieter, no solo brindó sus servicios médicos para asistir a Cayo sino que también se propuso dejar plasmadas, para la posteridad, aquellas cicatrices bochornosas que mostraron el lado peor de los ocupantes revestidos con el dudoso ropaje de “civilizadores”. He aquí su valiente testimonio:
“El empeño más patriótico que he realizado en toda mi vida se desarrolló en los siguientes episodios: bajo el mayor secreto, yo enviaba remedios a mis compatriotas que en la Loma Azul y en otras regiones del Cibao luchaban contra los yanquis. Así pude salvar la vida de mi amigo Luquita Camilo y de otros combatientes.
Una noche muy nublada, mi compadre Luis F. Mejía y Virgilio Trujillo llevaron a mi casa un hombre disfrazado de mujer para que le curara unas extensas quemaduras en el pecho y en el vientre. Ese sujeto era el famoso Cayo Báez, víctima de Bucklow y el capitán César Lora, quienes lo habían torturado con machetes incandescentes y otras atroces maldades.
Asistí a ese corajudo, le di de comer y enseguida fui a buscar a mi vecino el Lic. Carlos F. Moya, para que me ayudara a fotografiar las cicatrices de ese infeliz.
Estuvimos trabajando hasta un poco antes de la madrugada. Los mismos que me trajeron a Cayo se lo llevaron hasta que lo entregaron a quienes los esperaban escondidos detrás de unos matorrales a orillas del río Jaya.
En noches sucesivas a esa corajuda empresa, Moya y yo imprimimos centenares de tarjetas postales que describían las espantosas lesiones del pobre Cayo Báez. Esas pruebas fueron enviadas a la Capital y con ellas se reforzó la intensa propaganda con que en el mundo entero se demostró la calidad de los suplicios que sufría nuestro país bajo la potencia de quienes desde hacía cuatro años nos estaban martirizando.
Gracias a la labor desarrollada en el exterior por un grupo de patriotas encabezados por el Dr. Francisco (Pancho) Henríquez y Carvajal, las fuerzas de la ocupación americanas abandonaron la República”.