Debo tener la vida entera escuchando esa expresión en la cotidianidad, pero nunca como ahora la frase ha cobrado tanto sentido y razón. Imaginen salir a comprar una comida y de la manera más bizarra, por no llamarle pendeja, usted termina con un disparo en una pierna y otra persona, muy probablemente presa y socialmente marcado de por vida por culpa de unos segundos en los que perdió el control de sí y se dejó gobernar de la ira.
Ese fue el cuadro en un establecimiento comercial de la capital entre dos hombres con poquísimo manejo y falta de prudencia. Cada uno fue capaz de agredir al otro de una forma u otra. Uno, de manera verbal, y el otro, a golpes y tiros, en medio de una multitud en la que fácilmente alguien más, ajeno a la situación, también pudo resultar muerto o herido. El cuadro es más común de lo que uno cree y lee en redes sociales y noticias; y aún así, uno no termina de entender cómo es posible que por una sencillez que se resolvía con ignorar o mantener distancia con respeto, la situación escale a un nivel de tragedia, especialmente para ambas familias.
Se sabe de gente que ha matado por un parqueo; choferes que se enfrentan a machetazos en una intersección; que se matan por un choque en vía pública; y hace poco hasta vimos a un hombre agredir a un agente de tránsito, básicamente por nada, que ha terminado con tres meses de coerción en Najayo. Y todos sabemos que cárcel es cárcel.
Pareciera que en efecto el diablo sí anda suelto entre nosotros y que la vieja frase que dice que uno sale a calle con la muerte respirándole en el cuello, parece más real que nunca. Recuerdo a gente en mi barrio decir “uno sale a la calle hediendo a muerto”, en el entendido de que andamos expuestos y a merced hasta del ánimo y el mal humor de cualquier persona con la que nos topemos. Así de endebles y vulnerables.
Ahora más que nunca hace falta armarse de paciencia, cordura, sentido común y reforzar cada día más la inteligencia emocional, que es lo único que quizás pueda brindarnos una ventaja sobre quienes salen a la calle dispuestos a todo, hasta morirse y matar, si es necesario. Y uno, que tiene mucho que perder, que piensa en sus hijos con el anhelo de verlos crecer, en su familia y en la vida misma como un regalo preciado, lo más efectivo es evitar, dejar pasar, hacerse el sueco, hacerse el bobo y darles la razón del tonto a quienes andan con el cuchillo en la boca y la pistola sobá’.
Cuídese de esos que tienen absolutamente nada qué perder. Acójase a la famosa teoría de los franceses, que aunque surgió en el interés económico y el libre comercio del siglo XVIII, bien se ajusta a la necesidad imperante de, en buen dominicano, hacerse el pendejo. “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même” (dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo).
Y a Dios que nos agarre confesados.