República Dominicana, un país lleno de recursos, enfrenta un desafío monumental: el deterioro constante de su sistema educativo. Las cifras son desalentadoras: ocupamos el puesto 146 de 148 países en cuanto a la calidad de la educación. Las pruebas nacionales, la participación en el programa PISA y la evaluación a nivel internacional son evidencias claras de que estamos en un rumbo equivocado.

En 2014 se firmó el “Pacto por la Reforma del Sector Educativo”, que comenzaba con estas palabras: “La educación es un derecho humano fundamental consagrado en la Constitución de la República Dominicana como corresponsabilidad del Estado, de la familia y de las personas…”. Este pacto estableció una serie de compromisos destinados a transformar nuestro sistema educativo. Sin embargo, lamentablemente, muchos de estos compromisos aún no se han cumplido y eso es inaceptable.

El clientelismo y la politiquería son responsables de este deterioro. La ignorancia alimenta nuestro sistema político. La ADP es el caballo de Troya de los buitres que han depredado nuestro sistema educativo, al punto que aun en los momentos que hemos tenido servidores que han honrado su profesión de maestro, de alta formación y compromiso de lucha por el futuro de nuestro país, han podido hacer muy poco por impulsar los cambios, pues el sistema los boicotea. Esa mafia es la misma, no importa el color partidario de ocasión que vista.

Un problema crucial en nuestro sistema educativo es la calidad de los profesores que egresan de las universidades. La formación de docentes es fundamental para asegurar una educación de calidad, y es imperativo que abordemos esta cuestión con seriedad. No podemos permitirnos el lujo de ignorar la calidad de los profesionales que están moldeando las mentes de las generaciones futuras.

La Estrategia Nacional de Desarrollo estableció un compromiso: realizar tres pactos, y el primero de ellos era el Pacto por la Reforma Educativa. Esto debería ser un faro de esperanza, pero el incumplimiento de estos compromisos es una mancha en nuestra historia. Necesitamos reformar no solo el sistema educativo, sino también nuestra mentalidad. Debemos crear un movimiento de cascada en la formación de formadores, donde cada docente bien formado sea un multiplicador de conocimiento y habilidades.

Incluso podría ser necesario considerar la colaboración con profesores extranjeros dispuestos a ayudarnos en este proceso. La sociedad dominicana en su conjunto, la sociedad civil, las instituciones empresariales y otras organizaciones sin fines de lucro deben unirse en un esfuerzo conjunto para frenar este deterioro. En los propios partidos políticos se debería iniciar  un movimiento de repudio a esta situación.

Por otro lado, la actual gestión está desenfocada, atrapada por la micro gerencia populista. Los siguientes puntos me dan la razón:

  1. Después que el Estado decidió incentivar la industria editorial privada (Ley 502-08), el Ministro actual la cierra y opta por producir, y a la vez evaluar, sus propios libros, como juez y parte. ¿Resultados? Errores ortográficos, de bulto, conceptuales y de aspectos históricos, así como entrega incompleta de textos, hechos por universidades y otras organizaciones sin experiencia en la materia.
  2. En lugar centrarse en calidad, evaluación y supervisión para mejorar los resultados, el Ministro pierde el tiempo en un menudeo, porque el mercado de producción de texto equivale al 1% de 275,000 millones de pesos que no se están gestionando con eficiencia y los resultados se evidencian en el creciente deterioro de la infraestructura escolar, entre otras cosas. ¡Qué vergüenza!

El tiempo apremia y no podemos permitir que este deterioro continúe. La educación es la base del desarrollo sostenible y debemos tomar medidas audaces y decisivas para garantizar que las generaciones futuras tengan acceso a una educación de calidad. Es nuestro deber como sociedad tomar las riendas y cambiar el rumbo de nuestro sistema educativo. El futuro de la República Dominicana depende de ello.