El descontento con las democracias que no satisfacen las expectativas de bienestar de la ciudadanía ha devenido en un cierto fortalecimiento de la idea de que el retorno al autoritarismo (la mano dura) es la solución a los principales males que aquejan las sociedades.
De ahí la propagación de las llamadas autocracias iliberales; es decir, gobiernos electos que en el ejercicio del poder se legitiman y reeligen con mecanismos personalistas y plebiscitarios, estableciendo restricciones a la competitividad electoral.
Para América Latina, la encuesta Latinobarómetro 2023 muestra que el apoyo a la democracia en la región ha disminuido en los últimos años (48% de apoyo en el 2023 versus 56% en el 2017), mientras ha crecido ligeramente el porcentaje a quien le da lo mismo un régimen democrático o no, o prefieren uno autoritario. Además, ha aumentado el segmento de la ciudadanía insatisfecha con la democracia, alcanzando el promedio regional alrededor de 70% en años recientes.
El descontento con la democracia puede llevar también a mayor abstención electoral. La abstención expresa un desinterés, un desapego político de un segmento de la ciudadanía, y sirve como termómetro del descontento.
No obstante, vale señalar, que hay pensadores conservadores como Samuel Huntington que consideran positiva la abstención para la estabilidad de los regímenes democráticos, bajo el argumento de que muchos electores activos y con expectativas de cambio sobrecargan los gobiernos, sobre todo, si se articulan en movimientos sociales de presión.
Otra respuesta posible al descontento con la democracia es el voto en blanco, opción que no existe en muchos países. El voto en blanco es ciertamente una muestra activa de rechazo a las opciones disponibles para elegir, pero hay dos problemas con ese voto.
Primero, los electores que votan por los candidatos existentes terminan eligiendo a los gobernantes y así ejercen su poder (los puestos electivos no quedan vacantes porque un grupo decida votar en blanco). Segundo, para que se produzca un voto en blanco masivo, única forma de que esa estrategia sacuda el sistema, se necesita un movimiento organizado que promueva esa acción. Y, de producirse, sería más promisorio que los organizadores llevaran buenos candidatos a las elecciones que pudieran ganar y mejorar las democracias existentes.
Hasta las elecciones de 2016, la República Dominicana mostró un alto nivel de participación electoral, alrededor de 70%. Para apreciar ese porcentaje de participación hay que tomar en cuenta que en una población tan migrante como la dominicana, un 30% de abstención incluye muchas personas que no votaron por no encontrarse en el lugar donde están registrados para votar, no por rechazo al sistema.
Para el 2020, sin embargo, la abstención subió a 44.7% en las elecciones presidenciales-legislativas. Ese aumento se ha atribuido a la pandemia, más por suposición que por evidencia comprobada. Así que, las elecciones de 2024 nos dirán si esa mayor abstención del 2020 fue fundamentalmente producto de la pandemia o refleja un nuevo comportamiento del electorado dominicano descontento con el funcionamiento de la democracia.