Diversos autores coinciden en afirmar que a pesar de la gran variedad de recursos educativos existentes en el mercado y los avances tecnológicos que pueden utilizar los centros educativos, la enseñanza sigue apoyándose casi exclusivamente en los libros de textos, es decir, que estos hegemonizan el desarrollo curricular en las aulas de primaria, secundaria e infantil.

Según Jurjo Torres Santomé (2014): “Los libros de texto acaparan la centralidad del proceso educativo, constituyendo un modo de reproducción de una determinada visión de la sociedad, su historia y de su cultura”. Mientras que para Alexander Hamilton (1990), el libro de texto no es solo un libro utilizado en las escuelas, sino que se trata de un libro que ha sido conscientemente diseñado y organizado para servir a los fines de la escolarización. En este sentido, los libros de texto están orgánicamente unidos a las circunstancias cambiantes de la escolarización, y debería ser posible “leer” las formas de la escolarización a partir de los libros de texto que las acompañan. Y Frédéric François Chopin (2000) considera que el libro de texto se presenta como el soporte, el depositario de los conocimientos y de las técnicas que en un momento dado una sociedad cree oportuno que la juventud debe adquirir para la perpetuación de sus valores. El libro de texto es un material que presenta unas características peculiares: es un mediador del aprendizaje del estudiantado, pero también se ha configurado como el material curricular de uso preferente del profesorado.

La escuela como institución social ha sido la encargada de seleccionar, organizar y transmitir a niños y jóvenes los conocimientos culturales de cada período histórico. La institución escolar como parte del sistema cultural, político e ideológico de cada sociedad ha fundamentado y organizado su labor educativa alrededor de la tecnología impresa. En este sentido, los libros han sido, y son, el principal vehículo de transmisión de la cultura, hasta el punto que se ha creado un tipo especial y específico de material impreso para que la institución escolar pueda funcionar: El libro de texto.

Los primeros libros con finalidad pedagógica surgieron en el siglo XVII. Juan Amos Comenio escribió en 1658 el primer libro didáctico, titulado Orbis Picus (El mundo en imágenes), que abarca una amplia gama de temas de ciencias naturales y sociales. Sin embargo, los textos escolares para la enseñanza aparecen con el desarrollo de los sistemas escolares en la Europa del siglo XIX.

Rosa María Güemes Artiles (1994), afirma que: “Es un hecho constatado que el sistema escolar, tal como lo conocemos hasta la fecha, se caracteriza, entre otros rasgos, por la utilización generalizada y permanente de los libros de texto […] Escolaridad y libro de texto han sido, y en gran medida siguen siendo, fenómenos difícilmente separables”. Por eso, es que varios autores coinciden en afirmar que a pesar de la gran variedad de recursos educativos existentes en el mercado y los avances tecnológicos que pueden utilizar los centros educativos y los docentes, la enseñanza sigue apoyándose casi exclusivamente en los libros de textos. De modo que estos hegemonizan el desarrollo curricular en las aulas de primaria, secundaria y también en las de los infantes.

Para Torres Santomé (2014) “Los libros de texto acaparan la centralidad del proceso educativo, constituyendo un modo de reproducción de una determinada visión de la sociedad, su historia y de su cultura”. Mientras que Güemes Artiles (1994) considera que “el libro de texto en estos últimos veinte años se ha convertido en objeto de polémica, de cuestionamiento y rechazo por parte de muchos profesionales de la enseñanza —sobre todo, desde colectivos pedagógicos progresistas e innovadores—. También su presencia en las aulas ha impulsado teorías más recientes como el constructivismo, las pedagogías de liberación o la tecnología educativa”. A pesar de esto, expresa que el texto escolar sigue siendo el medio de enseñanza predominante en gran parte de las escuelas del mundo occidental. Con relación a esta idea, esta autora argumenta que el predominio de una racionalidad técnica en la teoría y la práctica curricular, así como  la ausencia de formación profesional crítica de docentes y gestores, afectan la práctica de los materiales de desarrollo curricular y las políticas de gratuidad de los libros de texto que refuerzan y legitiman la uniformidad pedagógica y dificultan la innovación y la escasez de discursos y análisis que faciliten la reflexión sobre otras alternativas, son algunas de las razones de la nefasta omnipresencia de los libros de texto en la práctica educativa.

La investigación educativa sobre los libros de texto es abundante en varios países de Latinoamérica. Afirma Güemes Artiles (1994) que existen numerosos estudios que los analizan desde distintas ópticas y fines: su lecturabilidad tanto verbal como icónica; el grado de desarrollo de los objetivos y contenidos curriculares que contienen; los mensajes y valores ideológicos que transmiten tácita o explícitamente; el análisis de los modelos y los procesos de aprendizaje de los textos, entre otros. Además, agrega que existen numerosas propuestas de instrumentos de evaluación de libros de texto que persiguen facilitar al profesorado la selección o valoración de los mismos. También hay trabajos que abordan el grado de eficacia instructiva de algunos de sus componentes, tales como el diseño, sus ilustraciones, la secuencia y estructura de los contenidos, etc. Sin embargo, existen pocos estudios que exploren en la práctica, cómo, por qué y para qué utiliza el profesorado los textos escolares en el desarrollo de la enseñanza.

Por otra parte, se sabe que los textos están presentes en las aulas y que sustentan la mayoría de los aprendizajes de los estudiantes; que elegirlos es una preocupación para muchos docentes; que gran parte de los contenidos que se enseñan y de las actividades que se realizan se extraen de sus páginas, pero poco se sabe de las formas de uso de los mismos en la enseñanza, y aún menos, cuando se intenta vincular dichas prácticas a las creencias o ideología pedagógica del profesorado que los utiliza, plantea esta autora en su Tesis Doctoral titulada: Libros de texto y desarrollo del currículo en el aula. Un estudio de casos.

En su investigación, constató que el libro de texto es una herramienta muy utilizada por los alumnos. Lo que no sabía, dice, es el tipo de uso que el profesorado hace de ellos y qué factores los condicionaban. También considera que los textos escolares son elaborados por personas y están al servicio de intereses ideológicos. De ahí que la supuesta neutralidad ideológica no existe, los textos escolares ofrecen una determinada visión de la realidad social, económica y cultural, configurando determinados patrones axiológicos en los alumnos. En consecuencia, los ministerios de educación pública siempre han intentado controlar los contenidos y mensajes ideológicos que estos transmiten. En una sociedad democrática este control ideológico obliga a que en ellos no aparezcan contenidos que discriminen a causa del sexo, la raza, la clase social, la religión o que atenten contra cualquier derecho de las personas. Sin embargo, diversos estudios demuestran que existen libros escolares que explícita o implícitamente contienen mensajes o valores claramente discriminatorios.

El supuesto de que el libro pueda solucionar todos los problemas del aula y garantizar el desarrollo de los programas curriculares lo convierte en objeto configurador del currículo. Se ejerce de esta forma un control sobre la práctica y produce en el profesorado pérdida de su capacidad y autonomía profesional o desprofesionalización de los docentes, como se denomina en la literatura especializada.

Para algunos autores, los textos escolares son un reflejo de la sociedad que los produce, en cuanto que son vehículos de transmisión de una determinada concepción del mundo, de la cultura, del estado de los conocimientos, de los principales aspectos y estereotipos de la sociedad, de su poder económico, entre otros. Por eso, los gobiernos siempre los han controlado o han ejercido una función supervisora de ellos.

Otro aspecto importante que aporta Heyneman (1981) es que investigaciones confirman que no todo el profesorado utiliza los libros de texto de la misma forma y “la efectividad real de los libros de texto como ayuda didáctica depende del uso que el profesorado pueda hacer de ellos”.

Los actuales libros de texto informan acerca de la estructura social y conforman actitudes frente a nosotros mismos, a los demás y frente al mundo en general. Ofrecen, a través de sus contenidos e imágenes, muchas lecciones simbólicas acerca del trabajo, el sexo y la raza. De esta forma, generan y perpetúan una determinada visión y concepción del mundo que rodea a los alumnos. En este sentido, la escuela en general y los libros de texto en particular son mecanismos de primer orden en la configuración ideológica de los valores y normas de los ciudadanos más jóvenes. Además, la legislación educativa de los distintos países es la encargada de prescribir el currículo que responda a las demandas y necesidades sociales de cada uno de ellos. Para lograr que ese currículo prescrito se convierta en práctico hace falta que maestros y profesores con preparación profesional lo desarrollen con unas mínimas garantías.