En el 1942, mi tío y segundo padre, Máximo Galván, se mudó de Bohechio, en San Juan,  a Sánchez, de Samaná, y le sorprendió que en las nuevas tierras por todas partes se veían matas de cocos, y hasta cocinaban con aceite de coco, y no de cerdo como en el sur. Y tanto se encantó con el coco que en el 1959 compró una finca de 900 tareas en Las Terrenas, con salida a la hermosa playa de Coson, por 1800 pesos. Oiga bien, a dos pesos por tarea.

Pero plagada de ciénagas y matorrales, por lo que pagó 500 pesos para limpiarla y sembrarla de cocos, y, durante por lo menos cinco años, con paciencia y fe, invertía para que las plantas crecieran y produjeron cocos. Entonces su sueño era convertirse en exportador de cocos.  Y con el apoyo de su culto vecino Rafael Languazco, escribió decenas de cartas a Estados Unidos y Europa, y luego  de increíbles novatadas  y ajetreos, en el l966 envió a Nueva York el primer embarque  de cocos secos, en un furgón, de los primeros que salían del muelle de la Capital; y no a granel, ni de Sánchez, como pensaban.

El pedido lo recibió el judío norteamericano H Schnell, un antiguo comerciante de frutos, ubicado en el terminal Marquet o la marqueta, en el Bronx, de NYC. Era el mayor comprador y distribuidor de cocos secos para la cocina, repostería e industria en la costa Este de Estados Unidos. Fue el único que le respondió aquellas cartas y el único cliente que tuvo durante décadas, hasta que su hijo Rolando Galván consiguió otros clientes en España y Holanda. La familia exportó cocos durante más de  40 años, o sea, generadora de dólares, por lo que me tocó ligarme a los negocios de divisa y tierra, en un tiempo en que no existían las normas prudenciales ni las leyes de ahora. Exportaba los grandes, y los pequeños o desechados, los procesaban en unos hornos, donde le sacaban la pulpa o copra, que vendían a los Bonetti y Armenteros en la capital para fabricar aceite y otros productos.

Por las condiciones de aquella finca aumentó tanto su valor que provocó varias ocupaciones, demandas y litigios. Uno se convirtió en una caso importante, que gracias a los esfuerzos y valentía del Dr. Virgilio Bello Rosa, luego de varios años en los tribunales de la República, obtuvimos ganancia de causa definitiva en la Suprema Corte de Justicia, un logro trascendente para mi familia.

Por tales causas y razones, y especialmente por el uso comercial y turístico de aquellas tierras, mi familia ya no exporta cocos, y los que produce los compran pequeños comerciantes que van en camioncitos a la finca a comprarlos para venderlos en Haití. Sin embargo, en Guyana, cada día siembran y exportan más cocos, y ya existen estudios y evidencias científicas que explican mejor los beneficios del coco para los sistemas cardiacos, gastrointestinales y urinarios, al combatir bacterias, virus y hongos.

Y aporta itaminas, minerales y ácidos grasos; y electrolitos, al punto que en la guerra de Vietnan a heridos lo rehabilitaban inyectándole agua de coco. Y favorece el colesterol bueno y bacterias útiles al cuerpo. De ahí que el reconocido cardiólogo Dr. Pedro Ureña defiende los beneficios del coco, pero no recomienda ingerir el aceite de coco directamente. Por lo que los expertos aconsejan, antes de hacer algún cambio en su dieta y agregar el consumo del coco, consultar a su médico.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.