En estos días se ha agravado el problema del tránsito en República Dominicana. Y recordemos que nuestro país ocupa el primer lugar en fallecidos en accidentes de tránsito en el mundo, por lo que compartiré algunas preocupaciones de un ciudadano que tuve el privilegio de ser su amigo y que reflexionó sobre las causas y soluciones de esta agobiante crisis.
Se trata del ingeniero Rafael Corominas Pepín, alias Fellito, quien nació en Los Pepines, Santiago de los Caballeros, en 1928, y vivió casi toda su vida en el mismo terruño donde creció y murió su pariente, la maestra Ercilia Pepín. Fue procreado y criado por Consuelo Pepín, una madre soltera que llevó a sus cuatro hijos a ser profesionales. A Antonio, médico; y dos abogados, Héctor y Bienvenido Corominas Pepín, mi afable jefe.
En 1951, Rafael obtuvo el título de ingeniero civil en la Universidad de Santo Domingo, donde fue profesor, y se especializó en España. Fue profesor en la Universidad Católica Madre y Maestra. De los fundadores, y rector del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (Intec). Fue presidente del Instituto del Cibao Central, presidente del Colegio de Ingenieros, presidente-fundador de Sodosismica, entre otras entidades. Su labor docente y gremial, la combinó con realizar construcciones importantes como el Edificio de la Clínica Corominas, Edificio de Seguros Pepín, Avelino Abreu y Codetel, las urbanizaciones como El Embrujo y Ofelia, y centenares de obras privadas.
Era un entretenido relator de anécdotas y una de las que a veces contaba fue esta: una noche de agosto de l978, mientras compartía unos tragos con su familia, su esposa le pasó el teléfono y le dijeron:
“Fellito, te habla Antonio -pero el presidente-, sí soy yo.”
– Te llamo porque yo quiero que tú formes parte de mi gobierno.
– Ay presidente, ahora yo estoy bebiéndome unos tragos con la familia”.
Y en horas salió el decreto que nombró al ingeniero Corominas Pepín como secretario de Estado de Obras Públicas y Comunicaciones, por el digno presidente Antonio Guzmán.
Quien lo motivó a proceder contra contratistas del gobierno pasado que cobraron puentes y carreteras sin realizarlos y debieron corregir fallos en obras. Y el mismo presidente fue llamado por el pueblo como “mano de piedra”, por aplicar con firmeza la Ley, especialmente contra jerarcas militares que se consideraban intocables. Promulgó la Ley de amnistía por la libertad de los presos políticos y el regreso de los exiliados; y le cobró a la Gulf and Western, una empresa americana, 38 millones de dólares retenidos ilegalmente en negocios de azúcar.
El secretario de Estado Corominas Pepín y sus equipos de especialistas nacionales y extranjeros actualizaron normativas y la ley sobre construcciones, tránsito y seguridad vial en el país. Introdujeron el tema de los terremotos o sismos; reubicaron estatuas y eliminaron rotondas que afectaban el tránsito en importantes avenidas. Y propusieron un plan de transporte colectivo con soluciones a corto y largo plazo, apegado a criterios morales, económicos y de calidad. Pensaban en el bien común, en el futuro de la nación y no en el costo o beneficio político. No tenían proyectos personales y presidenciales. No eran sindicalistas ni empresarios ni contratistas. Tampoco creían que cada ciudadano debía moverse en propio carro o motor.
Y fue tan humilde y discreto que pocos saben que en privado le renunció al presidente Guzmán, como a los dos años en el cargo, y salió con menos patrimonio del que entró, pero con más experiencia, más amigos y, sobretodo, más libros en su biblioteca.
Falleció en 2016; fue un maestro de generaciones y el padre de la ingeniería civil y sísmica cuyos aportes merecen ser estudiados y honrados.
** Este artículo puede ser escuchado en audio en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván en Spotify.