Amanece el antropoceno en la tierra. La comunidad científica discute, si el mundo geológico de la casa, el llamado holoceno fue vencido por las tropas humanas y sus trampas en fuga, por “los ciclos del carbono”.

El planeta se calienta y no por los placeres de la vida, sino provocado por un efecto que se conoce como gases de invernaderos. Estimulado por un bípedo enajenado, por sus prisiones morales interiores y una manera particular de poder (antropocentrismo) sobre otras especies que forman parte de la biosfera.

En ese hervidero de gases, nuestra casa arde. Y no por culpa del rapto de Helena, ni por los conflictos históricos que se han producido en los Dardanelos desde Troya hasta hoy, con la guerra de Ucrania, y de otros apuros que se bailan por esos lares. El impulso de la pasión capitalista, por crear mercancía y acumular capital en demasía, ha roto el equilibrio del planeta.

No hay serenidad. El clima ha cambiado. Los científicos y científicas han fracasado, porque no han podido controlar las emisiones de carbono a la atmósfera. Las medidas asumidas por el colectivo, no son suficientes, para crear cambios, a escala global y reducir los efectos de los gases de invernaderos.

Las formulaciones fracasan y los diálogos se entorpecen. Los Estados no terminan de ponerse de acuerdo entre ellos. Dado que esto implica que hay que detener las formas tradicionales de producción industrial. Los orgasmos industriales que potencian la producción capitalista, necesitan el uso de combustibles fósiles, tales como el carbón, el petróleo y el gas.

Según expone Lang portal, la mayoría de las comunidades que residen en tierras impactadas por el cambio climático y donde operan estos mercados de carbonos carecen de información y sufren violaciones a la tenencia y otros derechos humanos.

De fracturarse la maquinaria industrial moderna, la cual está  en manos de 1% de los industriales se lograría bajar el incremento de las emisiones que han causado el aumento de la temperatura del planeta.  El mercado capitalista no se suicida. Aportar por el decrecimiento es una mala palabra.

Desde el 1992 se han realizado varios protocolos y diseñados  herramientas, las cuales se consideraron las más adecuadas para enfrentar el problema. Y una de ellas son los mercados de carbonos. Estos fueron definidos como la fórmula más eficaz para enfrentar el problema.

Por supuesto, dicha herramienta se sostiene en la lógica del capital, pues consiste en comprar o vender certificados en  el libre mercado y esto lo pueden hacer las empresas o particulares. En cierto sentido, los economistas, no van a castrar a la gozosa fábrica universal de producir bienes para las empresas. Y los mercados de carbonos son parte de la mística piadosa de la ausencia de respuestas.

En fin, quién se enfrenta a la principal variable del capital, el crecimiento, clave esencial del consumo alocado de combustibles fósiles para crear el goce infinito de las líneas de rentabilidad del progreso y de la castración de los espíritus que atraviesan la potencia de la oferta y la demanda. Los mercados de carbonos evaden el problema y crean nuevos capitales agraciados por los nuevos conventuales economistas ecológicos.

No obstante, a esta situación de carácter religioso dentro de la dinámica de los capitales. Se presentan las clásicas fisuras en los procesos de aplicación de dichas herramientas, que tienen que ver con los accesos a la tierra, la falta de información entre los grupos menos favorecidos, como son campesinos e indígenas.

Las comunidades están sujetas a violaciones diversas, entre ellas, las demandas, hoy particularmente llamadas “quejas”. Un problema del origen, “la desigualdad” que santifica, la gloriosa corte burguesa. Dilema que no pueden resolver, porque ellos son un coro único y poderoso que controlan el mundo.

Según expone Lang portal, la mayoría de las comunidades que residen en tierras impactadas por el cambio climático y donde operan estos mercados de carbonos carecen de información y sufren violaciones a la tenencia y otros derechos humanos. No hay posibilidad de gobernanza en tales situaciones en las que unos pocos deciden el desarrollo de las poblaciones.

El calor abrasa el mundo y los misiles vuelan justificados por un orden mundial en guerra. El animal humano obedeciendo, al deseo del Dios Prometeo, se deleita con su emancipación, amparado en el abrasante fuego. Su gigantesca creación, la industria capitalista y su clave esencial, la creación de mercancía, es la apología de ese  gozo sin reservas.

El calentamiento global es el desatino del amor del capitalismo. Los mercados de carbono no son inocentes en lo que respecta a las violaciones de derechos humanos.