Me siento bien, amado, delgado, pensando en construir una casa

de libros, en encontrar la felicidad sin buscarla. No te preocupes

más por mí. Pero cuídate mucho. Hazte un té de jengibre. Camina

por las mañanas un poco menos rápido que los conejos que desaparecen

antes de ti a una velocidad impresionante pero no tanto como aquel

pájaro bellísimo, de pecho rojo, que se fue antes de que tú sacaras

la cámara de tus dedos. Escribe el poema del petirrojo y del conejo

y no te preocupes si la víbora se desliza más allá de tus lentes.

Sabes simplemente que vive también en el mismo bosque

de deleites y de peligros, de vida y de muerte, de luchas fratricidas—

tú contra mí—o la vida compartida comiendo del pasto como

las ovejas después de escuchar las palabras del Señor. La fe

resuelve siempre los dilemas. Deja que el poema termine

con la esperanza de lo mejor y hacia lo mejor.