El mes de febrero tiene especial relevancia para la sociedad dominicana. Este significado está determinado por la celebración, hoy, del 179 aniversario de la creación del Estado dominicano y de la proclamación de la Independencia Nacional. Es un tiempo marcado por la alegría, que tiene diversas manifestaciones institucionales y populares. La expresión festiva más importante es la del carnaval dominicano. Múltiples episodios, de los vividos por los héroes de la Independencia Nacional, son replicados por el pueblo sencillo que vibra de entusiasmo por la heroicidad, el compromiso y la generosidad de los independentistas. Duarte, Sánchez y Mella, Padres de la Patria, están presentes en el corazón y en el pensamiento de los dominicanos.

El regocijo nacional se produce en un contexto en el que la democracia muestra fragilidades históricas. El poder se concentra, cada vez más, en una minoría que lo decide todo. El poder Ejecutivo, el poder Legislativo y actores como los empresarios, los políticos y las iglesias ejercen un poder equívoco. Es un poder que no siempre responde a los principios, valores y procesos propios de la democracia. De igual manera, carece de los signos de un poder de servicio. Por el contrario, algunos de estos poderes y sectores lo que hacen es servirse, al margen de las necesidades del pueblo. Obvian la distribución de los bienes y recursos, para no garantizar calidad de vida y el bienestar de la población.

Esta realidad convierte el mes de febrero en un espacio propicio para el reclamo de una democracia más coherente. Se requiere congruencia con las esperanzas y el sacrificio de los héroes de la Independencia. Estos reclamos subrayan la necesidad de más y mejor democracia en la República Dominicana. Es preciso un sistema democrático que posibilite la inclusión; y que, progresivamente, contribuya al incremento de la equidad y de la igualdad. Con una democracia débil e inconsistente, no es posible consolidar la nación. Tampoco es posible forjar una ciudadanía que se comprometa con la construcción de un sistema democrático robusto y estable; y que garantice los derechos fundamentales de todos los ciudadanos.

 

La población no solo demanda más democracia; se muestra urgida por más y mejor justicia.  Los avances experimentados por la justicia dominicana son innegables. Pero, a pesar de estos avances, todavía queda mucho por erradicar y reconstruir en este ámbito. Por ello, la ciudadanía clama por una justicia más respetuosa de ella misma. Lucha y espera para que la justicia asuma como cultura la integridad ética y la institucionalidad. Asimismo, la sociedad ha de esforzarse, también, para que la justicia se humanice y no juegue con el sufrimiento de las personas. Es difícil avanzar en esta dirección, pero no es imposible. Por esto, la sociedad ha de accionar sin miedo. Es necesaria la definición y el diseño de una estrategia nacional orientada al logro de una justicia decente y comprometida con la institucionalidad.

 

La necesidad de democracia y de justicia va acompañada de la necesidad de más y mejor desarrollo. La prensa nacional, la radio, la televisión y las redes sociales diariamente se hacen eco del liderazgo del país en el nivel de macroeconomía. Estos logros macroeconómicos son publicitados de forma intensiva por los diferentes gobiernos.  Pero, resulta preocupante la distancia existente entre los logros macroeconómicos y la pobreza de la población. No se puede postergar el acercamiento de la efectividad macroeconómica a la realidad que vive la gente, para transformar su situación; para posibilitar un desarrollo humano, social y económico, capaz de reducir el hambre y para potenciar la libertad y los talentos de las personas.

 

La opción es un desarrollo que focalice a las personas. El reto está en que eleve al máximo sus capacidades y las habilite para una intervención proactiva y eficiente en la sociedad.

El mes de febrero nos convoca a desplegar esfuerzos, ideas y prácticas para hacer realidad una democracia fuerte, una justicia digna y un desarrollo transformador.