Este 25 de noviembre y en razón de la celebración del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, instituido como tal por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el 1999, a propósito del asesinato y crimen de las hermanas Mirabal: Patria, Minerva y María Teresa en el 1960 en la postrimería de la dictadura trujillista, fui invitado por la Dirección de Equidad de Género y Desarrollo del Ministerio de Educación de la República Dominicana a dirigir unas palabras en la apertura de su campaña Lazo Blanco, lo que me llevó a pensar en educación y ciudadanía responsable compartida, título que he dado a esta intervención, para una sociedad centrada en el respeto a la vida y la dignidad, la justicia y la igualdad, el decoro y la solidaridad.

No olvidemos, como muy bien decía nuestro poeta nacional, don Pedro Mir… el nuestro

Es un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol.
Oriundo de la noche.
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.

Sencillamente
liviano,
como un ala de murciélago
apoyado en la brisa.

Sencillamente
claro,
como el rastro del beso en las solteronas antiguas
o el día en los tejados.

Sencillamente
frutal. Fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.

Sencillamente triste y oprimido.

Sencillamente agreste y despoblado.

… pero, al mismo tiempo, con una generación de niños, niñas y adolescentes que esperan por nosotros para que les ofrezcamos una educación de calidad, que los forme como ciudadanas y ciudadanos responsables y conscientes de su historia y de su construcción histórica como pueblo, de su identidad, pero al mismo tiempo, con los retos por delante de avanzar hacia la construcción de una nueva sociedad, como posiblemente la soñaran las hermanas Mirabal, y en la que florezcan y se cultiven las acciones del buen decir como del buen hacer; en la que mujeres y hombres juntos, construyamos el camino de una nueva tierra y de un cielo nuevo posible.

Para que esto sea una realidad, se requiere una nueva escuela, que en su accionar diario prefigure nuevas maneras de ser mujer y ser hombre, en un vínculo centrado en el amor y el respeto absoluto, como principios de vida. Una escuela que nos enseñe el valor de la ternura, permeando los procesos del aprender a conocer, aprender a aprender, aprender a ser y aprender a vivir juntos, pilares fundamentales, como bien nos señaló Delors en su hermoso libro “La educación encierra un tesoro”, para una educación que nos libere de ataduras pasadas y presentes, cargadas de injusticias, discriminación y exclusión, machismos, y de esa manera, apostar por el desarrollo de una cultura de paz.

No dejemos que el vuelo de las mariposas Patria, Minerva y María Teresa, sea solo una fecha para recordar el oprobio, es decir, el crimen y la violencia, la discriminación y la exclusión; preferiría, sí me lo permiten, que sea el día para construir nuevas maneras de ser hombres y de ser mujeres, en una relación armónica, de igualdad y de respeto, y que en sus diferencias y complementariedades haga posible que broten los retoños y botones de nuevas formas de vida que promuevan estilos de vida expansivos, generadores de bienestar y felicidad para todos, es decir, generadores de una vida centrada, de nuevo, en una cultura de paz.

Una educación centrada en deberes y derechos humanos y ciudadanos sería la mejor garantía para forjar hombres y mujeres nuevos, conocedores de su realidad histórica, cuestionadores del orden social injusto que nos tiene presos en la codicia y la cultura de la corrupción, del individualismo y la falta de conciencia social pero que, al mismo tiempo, sean capaces de construir nuevas maneras de sentir, comprender y actuar en el mundo.

Una escuela que responda a las expectativas de los propios estudiantes que aún depositan en ella sus mayores esperanzas, como muy bien lo han planteado en los dos estudios internacionales de educación cívica y ciudadanía en que el país ha participado. Una escuela dotada de todos los recursos necesarios, sobre todo, maestros altamente formados y capacitados para promover en ellos todas las inteligencias múltiples posibles.

Espero, y es mi mayor deseo y expectativa, que este 25 de noviembre del año 2022, en que celebramos el legado que nos dejaran Patria, Minerva y María Teresa, que no tuvieron reparos en entregar sus vidas e inmolarse, nos sirva para acrecentar en nosotros y en nosotras, vínculos fuertes de solidaridad y compasión, de amor y respeto por la vida en todas sus manifestaciones, muy especialmente, la vida de la mujer.

Que nos conduzca a superar el machismo y la misoginia que solo contribuyen a fomentar una cultura de violencia y negación de la vida. Hagamos de nuestros espacios escolares lugares de vínculos fraternos y amorosos, donde primen las virtudes fundamentales que como seres humanos hemos construidos y que nos pueden elevar por encima de la nimiedad,  como son: sabiduría y conocimiento para el desarrollo y fortalecimiento de la creatividad y la curiosidad, el amor por conocer y aprender; el coraje que fomenta la valentía, la persistencia y la integridad; el sentido de humanidad que nos conduce por el camino del amor, la inteligencia emocional, como la bondad y la generosidad; el sentido de justicia para hacer posible una sociedad más equitativa y justa, con liderazgos centrados en el bienestar de todos; la templanza que nos haga fuertes antes los excesos que el mundo del mercado nos ofrece como parangón de la felicidad; y, finalmente, la trascendencia que nos coloca ante la apreciación de la belleza, la espiritualidad, pero también el sentido del humor, la gratitud y la esperanza.

“Nuestra humanidad biológica”, como bien señala Fernando Savater en su libro El valor de educar, necesita una confirmación posterior, algo así como un segundo nacimiento en el que por medio de nuestro propio esfuerzo y de la relación con otros humanos se confirme definitivamente el primero. Hay que nacer para humano, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su humanidad a propósito… y con nuestra complicidad”. Esa es en gran medida la misión de educar, hacer seres humanos que aprecien la vida, que crezcan hasta el límite que impone el cosmo, que construyan su individualidad reconociendo al otro, como alteridad -base fundamental de los deberes y de los derechos- que, siendo niños y niñas, adolescentes y jóvenes, crezcan en el reconocimiento del valor del otro, de su complementariedad, en un vínculo afectivo guiado por el respeto y la solidaridad permanente.

Una escuela así requiere hombres y mujeres que antes que nada asuman su propia humanidad radicalmente, recordando como bien decía Carl Jung, “domine todas las teorías y todas las técnicas, pero al tocar un alma humana, sea un alma humana”.

Ese afán histórico por educar a las nuevas generaciones, por colocarlos en su momento justo, lo que da sentido y significado a la escuela. No es solo el trabajo, es la vida en toda su expresión y cómo vivirla, lo que hace de la escuela el espacio de desarrollo y aprendizaje por excelencia. La escuela en su misión educadora y promotora de hombres y mujeres integrales debe ser promovida como comunidad de aprendizaje, que organiza las relaciones y su gestión, propiciando procesos de aprendizaje desde la perspectiva de una sociedad democrática y participativa, productiva, ecológica y éticamente responsable.

Reitero lo dicho antes, no dejemos que el vuelo de las mariposas Patria, Minerva y María Teresa sea solo una fecha para recordar el oprobio, es decir, el crimen y la violencia, la discriminación y la exclusión; preferiría, sí me lo permiten, que sea el día para construir nuevas maneras de ser hombres y de ser mujeres, y para que esto sea posible, construir una nueva escuela en que lo lúdico se entremezcla con el rigor y el estudio, la imaginación y la creatividad, la música y la lógica matemática en un clima de respeto y confianza, que prefigure la sociedad anhelada.

¿Cómo no soñar que es posible construir una nueva escuela, para una nueva sociedad y un nuevo país dominicano?

Muchas gracias