Mi amigo y casi hermano, me dio el pie y el camino para iniciar mi entrega de esta semana (la cual motivó una reflexión interesantísima en el grupo que compartimos en el WhatsApp entre varios de sus miembros), y que a mí me llevó por otros rumbos que incluso ya estuvo motivado por las declaraciones recientes del ministro de educación, a propósito del manejo del presupuesto de educación y aquello de sentirse dueño y señor de lo que incluso no es suyo.
El pie reza así:
“Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, que todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde. Es un ejercicio que me parece bueno y que me reconcilia conmigo mismo. Soy un hombre que prefiere perder más que ganar con maneras injustas y crueles. Grave culpa mía, lo sé. Lo mejor es que tengo la insolencia de defender esta culpa, y considerarla casi una virtud.” Pier Paolo Pasolini.
Se me ha endilgado el epíteto “de soñador” en varias ocasiones, como también de “quien ara en el desierto”. Como diría otro amigo, “¿y eso es malo?”. Al aproximarme a mis 72 años de vida y habiendo dedicado algo más de 40 de ella al servicio público, las palabras dichas por Pier Paolo Pasolini, me condujo por los caminos reflexivos de la educación y su ya tan conocida y explicada situación, que parecería que no hay nada más que decir. Pero, como soy un hombre que prefiere perder más que ganar con esas maneras no tan “claras y a veces quizás turbias” de manejar los fondos públicos en educación, no puedo sino, expiar las consecuencias de posibles sentimientos de culpas no admitidos por otros.
Una de las razones fundamentales del diseño y la puesta en ejecución de las políticas públicas es el bienestar de todas y todos los ciudadanos. Fue lo que motivó, eso espero, al diseñador, luego al legislador y posteriormente al ejecutivo de la nación de hacer realidad la aplicación del 4% del Producto Bruto Interno a la educación básica (primaria y secundaria) de nuestro país. Y solo decir que desde el año del inicio de su aplicación al que vivimos hoy, la cifra total es casi abrumadora: un billón y algo más de seiscientos mil millones de pesos. Mis destrezas en el conteo sufrirían serios problemas si me diera a la tarea de contar peso a peso esa considerable suma.
Un pueblo educado es la mejor garantía para alcanzar los niveles de desarrollo y bienestar al que todos aspiramos y, quizás por carambola, la construcción de una cultura de respeto, amabilidad, decoro, compasión y solidaridad, es decir, una cultura de paz. Una escuela segura, bella, con docentes formados, motivados y comprometidos con la enseñanza efectiva, con espacios llenos de todo lo necesario para una enseñanza que permita el aprendizaje y desarrollo de las inteligencias múltiples, por supuesto, sería la mejor apuesta para alcanzar la construcción de un país donde la justicia, la inclusión y el desarrollo social pleno, fuera nuestra mayor aspiración.
Las políticas públicas son esas herramientas que los estados diseñan y ponen en ejecución para alcanzar los fines, propósitos y metas anheladas como sociedad. Solo que, cuando los fondos públicos destinados para la ejecución de dichas políticas se destinan a propósitos ajenos a las mismas, o a su ejecución “inadecuada”, no podríamos entonces esperar alcanzar las razones para las cuales fueron formuladas. En nuestro país, la no continuidad de las políticas consensuadas, su escaso seguimiento como su irrespeto, incluso, es lo que mejor explica lo dicho por el propio ministro de que el presupuesto de educación lo hemos echado al zafacón, pues, mientras un alto porcentaje de los y las estudiantes que ingresa al primero de primaria son excluidos, abandonan dirían las estadísticas, aquellos que concluyen lo hacen con niveles de logros de aprendizajes muy bajos, es decir, sin haber aprendido ni desarrollado las competencias necesarias para enfrentar la vida. La escuela dominicana ha estado presa por el manejo inadecuado y por el uso indebido de sus recursos presupuestarios, derivados hacia actividades totalmente ajenas a la razón de ser de la escuela, que ha traído como consecuencia la triste e irritable realidad de la gran mayoría de nuestras jóvenes generaciones, que se enfrentan a un mundo complejísimo sin las herramientas cognitivo y emocionales necesarias. Diría otro amigo: “es que los muchachitos pobres a nadie les importan”.
No es la primera vez que un ministro lo haya dicho, aunque si es la primera vez que lo haya reiterado tantas veces, la injerencia de la política partidaria en la estructura y los estamentos de todo el ministerio de educación haciendo uso del presupuesto en sus propias actividades, es un factor de un gran peso en la situación y el estado de ineficiencia e inefectividad del sistema educativo, y con ello, la construcción del país soñado.
¿Cómo entender esta dura realidad? ¿No podría, incluso, ser considerado como un atentando contra el bienestar social y, con ello, el desarrollo de un país donde impere una cultura de paz caracterizada por la educación ciudadana y la valorización a toda forma de vida? ¿Cuántos platos rotos sin que nadie pueda ser señalado como su responsable? Bueno, no son ya platos, sino vajillas enteras rotas, sin que nadie se sonroja y mucho menos, asuma la responsabilidad de sus consecuencias.
Lo curioso de todo esto es que muy a pesar de lo poco que el sistema educativo les ha dado a estas generaciones de jóvenes en las últimas décadas, ellas continúan depositando en la escuela sus mayores esperanzas, como lo ponen de manifiesto los jóvenes de 8º del nivel primario en los dos estudios internacionales de educación cívica y ciudadanía, en el que el país ha participado. Quizás es su resiliencia que obstinadamente le mantiene en la actitud de que las cosas puedan aun llegar a ser mejores.