Los cambios que se gestan en el mundo son cada vez más acelerados. Se observan innovaciones científicas y tecnológicas con una velocidad incalculable. Por ello se habla de una sociedad cambiante e impredecible. Es una sociedad ensimismada en sus logros científicos y tecnológicos; pero, al mismo tiempo, incapaz de mirarse a sí misma. Se presenta, además, renuente a pensar el sentido de lo que hace, de lo que desea y de lo que vive. Se asume como poseedora de la verdad y de un poder inagotable. El hombre y la mujer participan de un tejido social obnubilado por un progreso que, exponencialmente, intenta la sustitución del ser humano por la máquina, por herramientas y por sistemas tecnológicos.

 

El dominio de las herramientas y sistemas tecnológicos constituye el mayor índice de modernización y de comprensión de la sociedad del conocimiento y de la innovación. A mayor apropiación de las tecnologías de la información, mayor capacidad para impactar a las personas y a las colectividades. Emerge un poder omnímodo para controlar, para invadir la vida de las personas y mejorar, de forma selectiva, situaciones que afectan a los seres humanos. Parecería que con estos planteamientos se está negando la importancia y el valor que tienen las continuas aportaciones de las ciencias y de las tecnologías. No. La negación per se no es posible. Son innumerables las aportaciones en una inmensa pluralidad de campos del saber, de la acción y de la vida.

 

Unido a estos avances, se palpan rasgos deshumanizantes en la vida cotidiana y en el corazón de los centros de investigación y experimentación científica y tecnológica. También, en el campo de la educación. Se constata una nueva manera de colonizar y hasta de esclavizar. Es una colonización asumida de forma instrumental, para no correr el riesgo de aparecer desfasado y, sobre todo, para sentirse incluido. En este contexto es impostergable agilizar las políticas educativas y los procesos que propicien una educación humanizante para una vida plena. Sobre una educación humanizante hay posturas muy diversas.

 

En este artículo, la educación humanizante se asume como un proceso sistémico que le propone al hombre y a la mujer ser y pensar; libertad; poder servicio y sentido trascendente.  Son cinco ejes claves, que le permiten al individuo convertirse en persona comprometida con los demás de su entorno y más allá. Estos cinco ejes han de permear el trabajo con los estudiantes, con los docentes, con los técnicos y con los gestores de la educación. Los procesos educativos han de posibilitar que las personas sean ellas mismas y no se conviertan en instrumento de otros. Han de propiciar que la persona piense por sí misma. Para avanzar en esta dirección, el currículo no se puede presentar ni aplicar como un recetario. Se ha de asumir como una hipótesis de trabajo pasible de modificaciones, no solo por las autoridades, sino por los docentes, las familias y las demandas del contexto.

 

De igual manera, la educación humanizante potencia las capacidades de los sujetos para que vivan la libertad como energía personal orientada a su desarrollo pleno. Esta educación   está dirigida a la creación de entornos que sostengan y fortalezcan la libertad de todos. Asimismo, pone atención al desarrollo del poder que tiene la persona; un poder que requiere orientación sistemática para fortalecerlo y ponerlo al servicio de la sociedad. Es un poder servicio que tiene como centro el bienestar colectivo. Este poder es necesario y requiere más atención en el desarrollo de los procesos educacionales.

 

El poder servicio ha de ser un eje de atención prioritaria para favorecer la construcción de una ciudadanía corresponsable, crítica; y capaz de salir de sus propias fronteras. La educación del sentido trascendente propone a los actores de la enseñanza y del aprendizaje una mirada creyente que no se agota en lo que toca, ni en lo que le rodea.  Es imprescindible la educación humanizante. Postergarla es negar la vida plena.