La crisis educativa que vive el país tiene un impacto dramático en su presente y en su futuro. Está tomando ribetes de locura educativa. El remedio para superarla no se puede dejar al azar del destino ni al ritmo antojadizo de arrebatadas discrecionalidades.
La declaración de las actuales autoridades educativas destacando que la educación nacional está “estancada” constituye un mensaje realmente aterrador y desconcertante que propia de una “locura educativa” caracterizada por la pérdida de identidad, la alteración significativa de las facultades cognitivas, desórdenes en el curso y contenido del pensamiento y desorientación en el tiempo y espacio.
La educación estancada” tiene muchos nombres: desfasada, descuidada, anticuada, estorbada, desviada, paralizada, desenfocada, desactualizada, inadaptada, inapropiada, inoperante, torpe, ineficiente, irresponsable, incompleta. Ahogada, fracasada. Enferma. Moribunda. Omitimos la pregunta: ¿por culpa de quién?
Habiendo nosotros preguntado a profesores, estudiantes, padres, periodistas, empleados, profesionales y ciudadanos de a pie cómo definen la educación del país con una sola palabra, respondieron: fracaso, burla, crisis, colapso, deprimente, quiebra, mentira, traición, falsedad, engaño, descuido, atraso, golpe, daño, locura, basura, cháchara, oscuridad, cárcel, mediocre, tragedia, pobreza, irresponsabilidad, reto y tristeza. El lector, ¿con qué palabra la definiría?
Hay que rescatar el rostro honorable de la educación para devolverle el poder de generar la transformación más poderosa que existe, ya que forma a lo largo de toda la vida, promueve la democracia y los derechos humanos, el desarrollo sostenible y el diseño de futuros más justos y equitativos para todas las personas.
Ante la cerrazón al diálogo se impone sacar la situación de los fueros del ministerio de educación y airear el problema de su estancamiento de manera participativa, comunitaria y con verdaderas veedurías democráticas que frenen el autoritarismo, la conflictividad, la falta de diálogo y la adiaforización.
Pegar parches tampoco es la solución. Es momento de impulsar una revolución educativa que responda a los retos del siglo xxi, que remueva todas estructuras del sistema educativo para garantizar una educación de calidad para tiempos nuevos sintonizados con la Revolución Industrial 4.0.
Hay que mirar más allá de los pactos educativos inoperantes y mediatizados. Alejarse de los falsos “hogares de diálogo” que manejan sus propias agendas y sus propios protocolos cerrados y excluyentes.
Hay que “profanar” los oráculos educativos y desoír los falsos profetas que sacan la cabeza en todos los gobiernos con la misma retahíla de recetas destempladas para meterse en la lista de los sabios recompensados.
Lamentablemente el país cuenta con un sistema educativo con una planificación y gobernanza que dejan a la vista la realidad de una educación obsoleta por más de tres décadas.
Alejado cada vez más de una revolución educativa que fomente la iniciativa, la creatividad, el pensamiento crítico y una educación a lo largo de la vida, consciente, innovadora y disruptiva capaz de formar ciudadanos para el siglo XXI.
La educación dominicana tiene muchas materias pendientes, deficiencias y lagunas que le impiden asumir los desafíos y retos del presente y del futuro. Carece de un currículo de vanguardia e innovador, de docentes capaces de enseñar a pensar y aprender a aprender. La educación nacional camina al revés.
Hay que apelar a una obligada ruta democrática para definir el problema y encontrar a tiempo las verdaderas soluciones antes de que sea tarde. Urge dotar a la educación dominicana de la suficiente lucidez y cordura para evitar que su locura y su impotencia se agiganten.
Para redimir la educación dominicana de la locura solo nos quedan dos caminos: la denuncia responsable o el silencio cómplice de los necios, los negligentes y los cobardes. ¡Elijamos el bando!
Pongamos la mirada en la advertencia Albert Einstein: “locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes”.