Como reflexionamos en nuestro último artículo sobre el caso de las “brujas de Salem” (ver https://acento.com.do/opinion/una-leccion-de-la-historia-9095510.html), la Historia puede tener un impacto en las vidas cotidianas de las personas cuando trasciende la narrativa de héroes y mártires.

En la “historiografía de los héroes”, se cuentan las proezas de figuras extraordinarias como modelos de conducta. El problema es que se les dibuja de tal modo que es muy difícil que se les vea como seres humanos con alguna relación con los simples mortales a quienes están dirigidas esas historias. Al mismo tiempo, esas historiografías se basan en una ética de “mártires”, sin mostrar las complejidades de las situaciones en donde los agentes históricos deciden y actúan.

Por otra parte, no se muestran las implicaciones culturales de las acciones de esos agentes, con lo que se pierde una gran oportunidad de establecer los vínculos que tienen los hechos del pasado con el modo en que se construye el presente.

Y lo más importante, si bien no podemos extrapolar las situaciones históricas a nuestro presente, sí podemos tomar dichos acontecimientos para formular preguntas y establecer relaciones de similitud y desemejanza para abordar temáticas de actualidad.

Por ejemplo, imaginemos que estudiamos la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Es obvio que la “Era de Trujillo” tiene especificidades que la distinguen de otro período de la historia dominicana. No obstante, esto no impide que podamos partir de esas particularidades para plantear problemas como éstos: ¿Qué posibilita una cultura autoritaria? ¿Puede sostenerse un régimen totalitario sobre la base del ejército sin una cierta disposición espiritual de la ciudadanía? ¿Existen prácticas autoritarias en nuestra cultura actual y nuestras instituciones? ¿Cuáles son esas prácticas y cómo podríamos superarlas? ¿Cuáles son las implicaciones de comprometerse con un régimen dictatorial?

Cuando nos focalizamos en los procesos y sus implicaciones despersonalizamos la interpretación, nos centramos en las condiciones que posibilitan los fenómenos sociales y, además, pensamos en cómo los procesos que produjeron los hechos sociales siguen operando en nuestras dinámicas cotidianas independientemente de si los agentes históricos que los protagonizaron siguen gravitando físicamente o no sobre nuestras vidas. De esta manera, no solo revitalizamos la enseñanza de la Historia, sino también, la convertimos en un instrumento para el ejercicio del pensamiento crítico que toda sociedad democrática necesita potencializar.