En una escuela del condado de Andover, en Salem, Estados Unidos, una profesora y su grupo de estudiantes convencieron a la senadora de Massachusetts, Diana DiZoglio, para iniciar un proceso de rehabilitación oficial de Elizabeth Johnson Jr. una de las famosas “brujas de Salem”.

Elizabeth fue una de las pocas condenadas por el tribunal inquisidor que se salvó de morir en la horca, pero no se liberó de la estigmatización social que representaba quedar señalada como bruja en una comunidad enajenada por el fanatismo religioso.

He querido retomar la reseña periodística del hecho que pueden leer en este link (https://elpais.com/cultura/2022-08-04/la-ultima-bruja-de-salem-recupera-su honra.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR0XGDy39P5IVizlT4nlAgxyb2Y2_djCU0zU2P4AKf1BWY9p7FxAMv4xVFY) para motivar a la reflexión sobre las posibilidades de la enseñanza de la Historia y de las Humanidades cuando se imparten como disciplinas que nos ayudan a comprender nuestro presente partiendo de nuestro pasado, y no como una colección de anécdotas muertas sobre las personas que nos precedieron.

El caso de “las brujas de Salem” es interesante porque, desde un punto de vista superficial, el hecho podía exponerse en el aula como un ejemplo superado de fanatismo religioso sin ninguna relación con la vida cotidiana de los estudiantes.

Sin embargo, la clase se convierte en el proyecto de rehabilitación de una víctima, lo que relaciona al estudiantado de un modo distinto con la situación. Al convertirse en agentes activos del proceso, los estudiantes se transforman en rediseñadores de la memoria histórica y aprenden que los datos historiográficos están indisolublemente vinculados con una mirada o perspectiva condicionada por el tiempo y la cultura.

Pero esta lectura no significa arrojarse al relativismo. Adentrándose con detenimiento en el tiempo y la cultura desde la que se construye un dato de la Historia es posible desenmascarar los rostros de la inequidad, así como los discursos que la justifican.

En la medida que el estudiantado relaciona los acontecimientos del pasado con situaciones similares de su actualidad -cuidándose de los anacronismos- aprende a reflexionar sobre la presencia de expresiones de irracionalidad y de injusticia que operan con nuevas especificidades en el mundo que le rodea, como son el fundamentalismo, el autoritarismo o la exclusión de poblaciones vulnerables.

Si una clase de Historia o de Humanidades puede lograr este resultado, ¿queda alguna duda de su importancia para la construcción de una sociedad más abierta, justa y razonable?